Capítulo 1.

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El Sueño de Alejandra.

En la madrugada, la reina Alejandra tuvo uno de aquellos sueños en los que una persona sabe perfectamente que esta soñando. Se hallaba en la pradera que estaba detrás del castillo, en medio de una batalla. Todos estaban peleando por su vida, las espadas chocaban, los gritos de guerra de los guerreros se escuchaban con fuerza para que los ánimos no decaigan. Ella buscaba al rey pero no podía encontrarlo por ningún lado con su mirada. Consciente de que se encontraba en un sueño procuraba volver las imágenes a su favor debajo de sus pies la tierra se elevaba y formaba un trono su trono.

De pronto apareció el rey en un caballo blanco con una reluciente armadura, se encontraba rodeado por enemigos pero su caballo había dado un gran salto para eludir a sus contrincantes. Pero entonces ocurrió uno de esos desplazamientos que solo se dan en los sueños: repentinamente se encontraba con el rey caminando por los pasillos del castillo.

La situación era extraña, pero poco le importaba eso a ella después de todo, se encontraba con aquella persona que ella amaba. Por los pasillos pequeñas pisadas se escuchaban como si alguien pequeño corriese así ellos aunque la situación en otros momentos hubiera sido para asustarse a lo desconocido ella inconscientemente sonrió como si supiera de quien eran esas pisadas.

Rápidamente se giró y atrapo a un pequeño niño tenía una mezcla de rasgos entre ella y el rey. Era su hijo.
Era un pequeño chico tenía la piel de ella, el pelo de él, los ojos de ella, los labios de él, pero a la vez poseía algo único uno de sus ojos era de diferente color, del color del ámbar. La reina no podía parar de sonreír aunque sabía que era un sueño y que en la realidad no tenía ningún hijo aquella idea solo la hizo feliz aquel momento se había convertido en su momento favorito y aquel niño se había convertido en su más grande tesoro.

Todo era hermoso hasta que sintió un golpe de frio en el cuerpo que provenía de la realidad. Ella se encontraba acostada debajo de las mantas y una voz la llamaba –¡Levántese su majestad!- insistió Marta la jefa de la sirvientas.
-Levantase Alejandra- dijo la señora esta vez con un tono mucho más enojado pues ella era la única que podía hablarle así a la reina ya que la madre de Alejandra antes de morir la dejo a su cargo cuando aún era muy pequeña. Las obligaciones y tareas de una reina eran aburridas sonreír y asentir no era algo que a ella le llamara la atención.

-Te ves algo distraída- comento el rey mientras los guardias y sirvientas se alejaban lo suficiente para darles algo de privacidad.
-No es nada. Solo estoy algo aburrida de la misma rutina de siempre. Sonreír y sentir no son lo mío quisiera un poco más de acción. Correr por el campo entrenar con la espada cosas así- confeso la reina.

El rey solo estallo de risa al imaginar a la reina correr por el campo ya que ella nunca fue muy atlética pero dándole un beso le comentó –Esta bien si es lo que deseas mañana yo mismo te enseñare a usar la espada y te enseñare todo el reino-. Los ojos de la reina no paraban de brillar parecían un par de piedras preciosas que se iluminaban con la luz de sol.
Pero su sonrisa duro poco pues ella también quería contarle a su marido sobre la otra parte del sueño aunque no sabía cómo hacerlo ni como él lo tomaría. –También quiero ser madre- dijo armándose de valor y tomando las manos de su amado con fuerza. La cara del rey se volvió un tomate aquellas palabras él no las esperaba ahora era el a quien no le paraban de brillar los ojos –¡Claro que sí!- comentó con mucha emoción.

Los meses siguientes todo era una rutina pero algo más emocionantes Alejandra aún tenía que hacer cosas de reina pero eso poco importaba ya que por las tardes su amado le enseñaba el arte del esgrima por las noches recorrían el reino y por las madrugadas se daban el amor que necesitaban del otro los días pasaron y pasaron, hasta que Alejandra tuvo otro sueño.

Esta vez se encontraba ella sola no estaba el rey ni siquiera los caballeros ni las sirvientas los pasos de unos diminutos pies se escuchaban por todo el castillo junto a una pequeña e inocente risita –mami encuéntrame- decía la pequeña voz Alejandra muy sonrojada reía con el mientras buscaba en cada parte del castillo sin éxito alguno. Hasta que encontró una puerta que antes no había estado en su hogar decidió entrar en ella.

La habitación era espaciosa y estaba decorada de dragones espadas de madera e incluso un pequeño caballo de madera donde un infante podría subirse a jugar. La risita se hizo más fuerte en ese lugar el pequeño estaba ahí en esa habitación pero ¿dónde? Esa era la cuestión la reina lentamente se acercó a una pila de cobijas que estaban sobre la cama ahí se encontró con el bebé con el que meses atrás había soñado. El al ver a su madre sonriendo se lanzó a sus brazos –me encontraste mami- sonrió con dulzura y acto seguido Alejandra despertó.

-Está aquí- le susurro a su amado mientras se acariciaba el vientre –nuestro pequeño hijo ya viene en camino- la cara del rey se tornó de mil colores era la mejor noticia que había recibido en mucho tiempo su pequeño príncipe o princesa ya estaba en camino a sus vidas –no importa lo que pase de ahora en adelante tú serás mi más grande tesoro y te defenderé con mi vida le susurraba el rey al vientre de Alejandra ella muy avergonzada y sonrojada tomo de las mejillas la cara del rey y con un suave beso le susurro –Te amo Daniel-.

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