El Pianista de Negro

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In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti.

Amen.1


A pesar de que la noche no parecía natural, a pesar de que la fiesta se veía tremendamente aburrida y de no conocer a nadie en aquella gran ciudad tan nueva para ella, a pesar de temer a las palabras de esa vieja gitana, a pesar de todas las señales, decidió finalmente ir. Pidió a sus doncellas que la vistieran con su más fino vestido. Aquel vestido escarlata, ancho en sus faldas con encajes dorados y un corsé blanco que moldeaba sus espléndidas curvas, haciendo que lo único que desentonara y resaltara en su apariencia fuera el profundo azul de sus ojos. Peinaron sus hermosos y rubios cabellos de tal manera que su rostro evocaba pureza, tranquilidad, la más fina belleza.

Sentía que sería impropio llegar tan tarde a la fiesta, pero, luego de vacilar, se dijo que, al fin de cuentas, era una mascarada y nadie en esa ciudad la conocía ¿Quién se percataría de su ausencia o presencia? ¿Si llegó temprano, justo a tiempo para la cena, o en mitad del baile? También pensó que era libre de irse de la fiesta cuando se aburriera, pues nadie la extrañaría. Nadie repararía en eso, en ella. Nadie, eso pensó. Lo que no pensó es qué tan equivocada llegaría a estar.

Al llegar, debido a la tempestad y al frio que calaba los huesos, se bajó rápidamente del coche y le dijo a su cochero, quien le sostenía una sombrilla, que no la esperase y se diera el resto del día para estar con su familia. Y qué gran error fue aquello. Cuando entró a la Mansión Le Fanu, luego de oír su coche marcharse, vio la recepción más bella que jamás había visto, altas columnas de fino mármol blanco se alzaban desde el inicio de las escaleras dobles hasta el techo de donde colgaba una gigantesca y esplendorosa lámpara de cristal rojo que alumbraba toda la casa, bajo la lámpara, sobre el suelo también de mármol yacía un hermoso mesón de cristal rosa donde se encontraba un largo rollo de papel en el que se anotaban los nombres de cada asistente. A la derecha de la recepción se encontraba una pequeña sala de estar con repisas del piso al techo cubiertas elegantemente de máscaras y antifaces de todos los colores, tamaños y formas. También se encontraba el gigantesco comedor en el cual se hallaba una larga mesa de madera pura de roble cubierta con finos manteles de seda amarillenta decorada en cada puesto con todo tipo de tenedores, cuchillos y cucharas de plata reluciente, pero lo que más llamó su atención fue el majestuoso asiento que presidía la mesa, era tan alto como un hombre y tan negro que asustaba. Estaba construido del ébano más puro, tapizado con una fina seda púrpura, tan oscura que le daba un tono negruzco y brillante. A la izquierda de la recepción había un pasillo por el cual se llegaba a la cocina, los cuartos de lavado y las habitaciones de la servidumbre. Una vez inspeccionada y admirada toda la primera planta de la casa, supo inmediatamente que esa iba a ser una noche especial, pero, ¿para quién? Dejó su abrigo al mozo que la recibió y anotó su nombre en el pergamino del mesón y se dirigió a la sala de las máscaras para escoger la suya.

Una vez tomado un bello antifaz dorado, cuyos bordes eran rojos y terminaban en largas plumas de varios colores que cubría la mitad derecha de su rostro y solo su ojo izquierdo en forma de cuadros de ajedrez que contrastaban como dos cuadros negros en otros dos formados por su fina e impecable piel blanca, entró a la sala de baile, que se encontraba de frente a la puerta principal, entre las escaleras dobles que daban a la segunda planta y sus respectivas columnas de mármol. En la sala de baile todos reían, bailaban y cantaban al compás del piano que ejecutaba magistralmente un hombre vestido totalmente de negro, cuya máscara, también negra, ocultaba hasta sus ojos. Nada de él se daba a conocer por ninguna parte de su oscura vestimenta. De la melodía se podía decir que era excelsa, tan innovadora y magnética que cada nota se sentía en la propia piel. Era única, maravillosa. El toque de cada tecla del piano representaba un sentimiento poderoso que ocupaba el alma de quién la escuchara. Era simplemente la tonada perfecta.

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⏰ Última actualización: May 20, 2015 ⏰

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