INTRODUCCIÓN

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A los 15 años empiezo a experimentar visiones, sin tener muy en claro con qué palabra definirlo. Al principio pienso que se trata de un estado somnoliento, producto a que no duermo muy bien, pues, de la nada me quedo dormida y empiezo a soñar con los ojos abiertos. Sin embargo, mi propia percepción cambia cuando estos "deja-vus" se cumplen horas, días, meses más tarde tal y cómo lo había futurizado.

Nunca entro en pánico. A cualquier otra persona le podría haber afectado esta situación. Se juzgarían a ellos mismos como fenómenos. Y una vez pasada la etapa de asimilación. Ellos sacarían provecho de su don especial vendiéndolo al mejor postor. Pero no yo. Decido no contarle a nadie, ni siquiera a mis propios padres. No es sencillo tener que lidiar con estos transes diariamente y pretender que todo va bien. Incluso por mucho tiempo, fueron ellos mismos quienes intentaron convencerme para que visitara al psiquiatra, pero yo siempre desistía. Pues, loca no estaba.

Cumplo los 16 años con mucha discreción sobre mi condición especial. Lo había maquinado a la perfección. Y si bien todo el mundo sabía de mis delirios, hubo un tiempo en que mentí a toda la escuela confesándoles que padecía del "síndrome de la bella durmiente", una enfermedad que bloquea tu cuerpo y mente cuando atraviesas por momentos tensos y de mucha presión. Tanta fue su solidaridad que ese año me nombraron reina del carnaval por compasión.

Mis visiones a veces duran segundos, en otras ocasiones minutos. Y muy raramente, logran interrumpir mis sueños preservándose por varias horas seguidas. Resulta ser ventajoso. Puedo escanear los exámenes sorpresas y estudiar con anticipación. O por ejemplo, saber exactamente qué equipo de futbol se llevará la copa del mundo a casa, permitiéndole a mi papá ganar mucho dinero, del cual recibo una pequeña comisión. Sin embargo, todo cambia cuando conozco al chico con quien me siento convencida de que pasaré los últimos días de mi vida. Eduardo.

Antes de tratarlo en persona, ya lo había visualizado. Logré transportarme en el preciso momento cuando cruzamos miradas por primera vez muchísimo antes de que sucediera en el presente. Me siento la mujer más afortunada del planeta. Hemos hecho varios planes juntos. Compartimos la misma pasión por el fútbol, y aunque somos de equipos rivales... ese detalle simplemente hace más interesante nuestra relación. Tanta es mi felicidad, que me demoro en asimilar la evaporación de mis visualizaciones por completo. Lo curioso es que durante todos estos años junto con él, nunca entro en trance estando él presente, y cómo no vamos la misma escuela, no se logra enterar de nada. Todo indica que vamos durar para siempre.

Y justo cuando empiezo a gozar del presente y me siento atraída por el futuro incierto, visualizo un instante particular en mi vida. Me futurizo a lado de un chico completamente diferente, casada y viviendo en Argentina muy lejos de mi familia. Su nombres: Mateo. Aparentemente mi relación actual no iba a perdurar para siempre como me lo imaginé. Mi comportamiento cambia por completo. Ya no soy la misma. Especialmente, cuando mis visualizaciones junto con mi futuro esposo se hacen más seguidas al mismo tiempo que estoy enamorada de una persona distinta en la actualidad.

Por momentos me siento atraída por la figura de ser la mujer del hombre de mis visiones (un treintañero alto de pelo rubio con barba cortada al ras, dueño de su propia productora de cine), y en otras ocasiones, me entusiasma más la idea de no saber que es lo que el futuro me depararía si elijo quedarme con el chico que simboliza mi presente.

Logro tomar control de la situación, y conforme pasan los años, cobro más conciencia sobre la posibilidad de que mi potencial marido se me cruce en el camino. Y, cuando eso por fin suceda, tendré que decidir entre seguir lo que el destino ya eligió para mí o aventurarme a escuchar lo que en esos instantes mi corazón dictamine.

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⏰ Last updated: Sep 10, 2018 ⏰

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