Pinceladas 16. La vida de un circo

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                               La vida de un circo

Hacía muy poco tiempo, dos o tres días me parece, desde que empezaron las vacaciones de navidad y el trabajo en el hostal era mínimo. Tan sólo teníamos ocupadas cuatro de las quince habitaciones y no teníamos mucho que hacer, así que por las mañanas ayudaba a mi jefa con las tareas y cuando tenía tiempo libre me dedicaba a echar currículums en clínicas y hospitales de la provincia de Alicante.

—Mireia ¿cómo llevas el tema de los currículums?— me preguntó mi jefa, doña Hortensia, mi jefa, mientras nos tomábamos un café.

—Como siempre, en un mes que llevo con ello no me han llamado de ningún sitio.

—No te preocupes, seguro que tarde o temprano te saldrá algo, ya lo verás. Y si no, ya sabes que aquí siempre tendrás trabajo.

—Lo sé—sonreí.

Doña Hortensia es amiga de mis padres y, junto con ellos, ha sido la primera en ayudarme cuando abandoné mi anterior trabajo. Yo trabajaba en una clínica a las afueras del pueblo, me iba bien y me llevaba de maravilla con prácticamente todo el personal pero el director llevaba un tiempo acosándome y prometiéndome un puesto fijo a cambio de mis favores. Como me negué no tardó en echarme a la calle, lo denuncié y gané el juicio pero yo ya no quería seguir en aquél lugar.

Hortensia estaba al tanto de lo que me había pasado y no dudó en ofrecerme un puesto de trabajo en su hostal. Me pagaba seiscientos euros al mes, no era mucho pero también me daba alojamiento y comida (ya que tuve que dejar el piso en el que vivía de alquiler) y eso estaba bien. Además, ella es como una abuela para mí, nos llevamos estupendamente y por ello estaba a gusto a su lado.

Ella deseaba con todas sus fuerzas que encontrase trabajo de lo mío: Auxiliar de enfermería.

—Hortensia, yo te prometo que cuando encuentre trabajo de lo mío te pagaré un alquiler como Dios manda.

—¡No digas tonterías niña!¡Sabes que no tienes que hacerlo!—exclamó ella sonriendo.

—Pero vivo bajo tu techo, quiero compensarte de alguna manera.

—Bueno, ya lo hablaremos jovencita. Por cierto ¿puedes sacar a Niko ahora en vez de a las ocho? Es que va a venir mi nieta para llevárselo este fin de semana.

—Claro, así doy una vuelta por el descampado y veo los animales del circo.

—Sí, llegó ayer y dicen que hasta tienen elefantes.

—Pues ya te contaré.

Eran las siete y hacía ya casi una hora que había anochecido. Entre las siete y las ocho era la hora ideal para sacar al perro porque no había gente. Me dirigí a una zona que no estaba ocupada por las caravanas y camiones del circo y solté a Niko para que andase un poco a sus anchas.

Olisqueó un poco el suelo e hizo sus necesidades, después fijó la vista en un gato que lo observaba desde debajo de una caravana. Como yo estaba un poco alejada del perro recé para que no saliese corriendo pero fue en vano porque enseguida Niko se lanzó tras el gato.

—¡Niko, ven aquí!—grité a pleno pulmón—¡Deja al puto gato en paz!

Niko se metió entre las caravanas y yo lo seguí, pero me detuve enseguida. No podía seguir yendo tras él y meterme en aquél sitio, podría verme en un buen lío.

—¡Nikoooo, sal de donde estés y ven aquí!

Durante quince minutos estuve llamándolo pero él seguía sin aparecer. Dí, por lo menos, dos vueltas al recinto circense, llamándolo para hacerlo salir y aún así no tuve suerte. Empecé a ponerme nerviosa y, poco después, a llorar por no encontrarlo. Luisa, la nieta de Hortensia, era buena amiga mía, pero adoraba a su perro y si le pasaba algo sería terrible.

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⏰ Last updated: Sep 13, 2018 ⏰

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