Capítulo 1: El día que cumplí los 18 años.

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Me desperté desnudo. Y solo.

Lo primero que pensé fue: «Veinticuatro horas para cumplir los treinta años».

Lo segundo que pensé fue: «Algo va mal».

Abrí los ojos y me incorporé muy rápido, con el corazón martilleándome de pánico en el pecho.

¿Dónde demonios estaba?

Cama estrecha, ventanas cuadradas, cortinas de color azul y paredes empapeladas con fotografías de estrellas de rock de los 80.

Joder.

Aquella no era mi habitación.

Intenté levantarme de la cama, pero entonces se me revolvió el estómago y supe exactamente lo que iba a ocurrir en unos segundos.

Iba a vomitar.

Inmediatamente salí corriendo de la habitación buscando frenéticamente el cuarto de baño.

Un largo pasillo.

Muchas puertas.

Mierda, mierda, iba a vomitar.

Apenas un segundo después, me arrojé de rodillas sobre el suelo y vomité en el interior de un macetero que había justo al lado de las escaleras. El chorro ácido y acuoso fue incontrolable.

«La peor resaca de mi vida» pensé, al mismo tiempo que apoyaba la cabeza contra la pared y jadeaba aliviado.

Me levanté del suelo y continué avanzando por el pasillo hasta que me detuve de golpe. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Giré levemente la cabeza hasta que mi mirada se encontró con el reflejo de un pequeño espejo de pared.

Sudor frío.

Espasmos.

Náuseas.

-¡Joder! -exclamé asustado.

Cerré mis parpados, sacudí la cabeza, y me dije a mi mismo que todo aquello tenía que ser producto de la borrachera de anoche. Era imposible que aquella imagen fuera la mía.

Me obligué a abrir los ojos de nuevo.

Parpadeé con fuerza.

Todo mi cuerpo había cambiado. Ni rastro del leve rasgo achinado de mis ojos, ni de la gruesa nariz, ni de la espesa barba de días ensombreciéndome la mandíbula. Las arrugas junto a la boca, las bolsas que solía tener bajo los ojos y cualquier otro rasgo de madurez habían desaparecido. Ahora, parecía mucho más joven.

En ese mismo momento, escuché una vocecilla en mi cabeza que me decía: «¿Y qué? Al menos estás vivo» Le dejé hablar. A lo mejor tenía algo útil que decirme. «Ahora eres joven, estás sano, te sientes bien, lleno de vitalidad, tranquilo. De hecho, ya ni siquiera tienes aquel dolor de espalda tan molesto»

«¿Debería llamar al trabajo? », pregunté a la vocecilla. «¡Que se jodan! A fin de cuentas, ¿qué vas a decirle al capullo de tu jefe?: "Hola, Rick. Soy Rayder. Creo que voy a tomarme el día libre. Verás, es que esta mañana me he despertado en el cuerpo de un adolescente con pinta de tener más amigos en el World of Warcraft que en la vida real. No creo que sea apropiado ir a la oficina en estas condiciones.»

Me reí.

¡Qué demonios!

¡Tenía que estar soñando!

Sin darle más vueltas al asunto, cogí los primeros pantalones que encontré tirados en el baño sobre un montón de ropa sucia y me dispuse a salir del baño.

Vuelta a los 18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora