Entre sombras - Capítulo único.

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Esta historia toma lugar hace muchos años atrás, donde la tierra era un lugar muy jóven y solo existía la primavera

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Esta historia toma lugar hace muchos años atrás, donde la tierra era un lugar muy jóven y solo existía la primavera.
La pequeña jóven diosa Perséfone paseaba todos los días por los prados de su jóven madre Deméter, la diosa de la vida y generosidad.
Siempre era acompañada, pero esta vez fue diferente, se encontraba sola en los prados recolectando rosas salvajes, violetas y azafranes.
De repente vió unos hermosos narcisos, eran sus favoritos, le encantaba verlos brillar ante la hermosa luz del sol. Se aproximó a ellos deseando llevarlos para mostrarle a su madre, acarició los pétalos blancos entre sus dedos y el suelo tembló, de el se abrió un agujero negro, hambriento y oscuro.
Ascendió una figura encapada con sombras, su rostro era blanco como el hueso y sus ojos eran de un celeste pálido. Era un dios inmortal que observaba a la doncella aterrada, la tomó sin aviso alguno entre sus brazos y llevó con él, como si arrancara una flor de aquel prado.
La jóven Perséfone no sabía que hacer, solo se aferraba a aquel manto oscuro, alzó el rostro para ver al responsable de esto. Sus facciones eran perfectas, su tez blanca y pálida, sus celestes vacíos ¿Qué haría con ella?
Habían llegado al inframundo, era un lugar, frio, oscuro. No tenía cielo, ni sol pero extrañamente era hermoso. Perséfone observaba detenidamente el lugar, ante ella sintió la presencia del dios que la observaba cara a cara, se abrazó así misma intimidada por aquellos fríos pero hermosos ojos.
Hades extendió una mano y tomó su mentón, la jóven sintió el tacto y tembló ligeramente. Tomó la mano y la apartó con cuidado de su rostro.
Aquel dios inmortal del inframundo, de la oscuridad llamado Hades había capturado a aquella dulce, cálida y llena de luz doncella llamada Perséfone, quién no entendía porque estaba allí, ambos eran muy contrarios.
-Por favor-imploró la joven tomando su mano-¿Por qué me tiene aquí?
El dios de las sombras sin expresión respondió.
-Estas aquí para ser mi futura esposa.
Perséfone atónita pensó en su madre que estaría llorando por su perdida.
-Pero yo no accedí a esto-lo soltó.
-Aceptaste mi regalo-dijo Hades tomando su muñeca suavemente mientras se acercaba a ella-aquellos narcisos blancos, son tus favoritos.
La doncella solo quedó en silencio y desvió su mirada hacia otro lado. Sintió el roce de su cuerpo junto al del oscuro y tembló.
-Ven-habló en un tono suave y rasposo-te llevaré a un lugar cálido.
Ella aceptó, no tenía opciones. Se sentía una pequeña e indefensa luz envuelta en un mundo oscuro y abrumador ¿Qué podía hacer?
Siguió a Hades por un largo pasillo oscuro, el dios no dejaba de llevar su mano detrás de la espalda de la diosa, aquel tacto que le producía inexplicables sacudones pequeños.
El dios del inframundo no dormía pero en aquella ocasión tenía un cuarto y la doncella supo que era para ella, las pieles de seguro más caras del mundo decoraban la gran cama amplía y aquella suave y tenué luz lo hacia ver diferente, como si no fuera parte del lugar que antes había pasado.
El dios esperaba todo este tiempo, días, meses, incluso años para que llegara este momento.
-Quiero ir a casa-resonó como eco la voz de Perséfone.
-Este es tu hogar-replicó el dios de las sombras.
Sintió tristeza, ella solo quería volver con su madre quién estaría desesperada en su búsqueda.
-¿Por qué a mi?-susurró por lo bajo para si misma.
-Esperé por ti-respondió el rey acercándose.
Entonces Perséfone lo supo, él estuvo esperando por ella, la observó todo este tiempo.
-No se cuál es tu nombre.
El dios la tomó por la mejilla y contempló detenidamente. Nadie era capaz de nombrarlo en el mundo exterior.
-Hades.
-Hades-nombró al temido ¿Debería estar asustada?
-No me temas-habló rasposo el rey y  con ambas acunaba aquel angrlical rostro y lo acercaba al suyo, pareciera que leía su mente por cada pregunta respondida-tú no tienes ninguna razón por la cuál hacerlo.
Sentía su respirar cálido en el rostro y su corazón que latía con fuerza.
-Nunca sería capaz de herirte.
Fueron aquellas las últimas palabras, se inclinó hacia el rostro de ella y beso sus virginales labios.
Un beso suave e insistentes, la jóven comenzaba a sentir aquellos deseos carnales. Perséfone se hundió en él, envolviendo sus pequeños brazos en el cuello del rey, fundiéndose en aquel beso mientras el dios del inframundo envolvía en sus brazos a su amada luz, suspiró en cuanto se apartaron de sus labios sedientos.
-Siento frío-susurró Perséfone pegando su frente contra la del rey.
-Pronto estarás cálida-prometió Hades.
La cargó y recostó sobre la cama cuidadosamente como si fuera lo más frágil en su inmortal vida.
Lentamente fue quitando sus ropas oscuras, dejando a vista su cuerpo de piel pálida y su largo cabello negro. Perséfone no pude evitar sentir un sonrojo en sus mejillas al ver aquel cuerpo masculino que comenzaba a quitar sus prendas hasta quedar como había llegado a la tierra.
Aquel peso la cubrió y sintió aquellos labios carnosos que devoraban los suyos, sus manos tímidas rozaron por la gran espalda del ser oscuro. Comenzaba a inspeccionar un terreno masculino y prohibido pues estaba con el Rey del infierno, el ser más temido en el mundo exterior.
-Perséfone-susurró Hades apartándose de sus labios y observó sus claros ojos cubiertos en un manto de brillo.
Tenía a lo más apreciado de su vida, desde aquel momento ya no se sentiría solo en ese frío y oscuro mundo. Ahora ante él tenía a su luz, a su calidez que lo acompañaría el resto de su vida.
-Hades-se atrevió a susurrar la diosa mientras sentía un fuego que recorría todo su cuerpo.
Hades suspiró, sentía que tenía ambrosía, la miel más dulce que curaría de sus heridas y de su dolor. El objeto más apreciado en su vida pero a diferencia de que ella no era un objeto, era su amada esposa, la reina del inframundo. Con solo pensar que habría otro trono junto al suyo le hacia temblar.
Perséfone había notado aquel leve temblor que le ocasionó ternura de parte del rey de las tinieblas.
Cada movimiento, cada roce, cada caricia prendía una llama en el interior de Perséfone. Poco a poco aquella fruta madura era dividida en dos y la joven florecía como aquellos narcisos blancos que le habia regalado.
Hades apagaba la sed de la soledad larga y el dolor oscuro con el cuerpo cálido y lleno de luz de su amada Perséfone y sepultaba el deseo entre los muslos de ella quién como si estuviera sumergida en el Río Del Olvido se olvidaba todo, solo disfrutaba de aquel nectar y saboreaba los fríos pero suaves labios de aquel pelinegro que la envolvía en su oscuridad.
En la parte de arriba se encontraba a una jóven mujer llorando por la búsqueda de su hermosa hija, furiosa ordenó a la tierra que sintiera su pérdida. Las flores cayeron dolorosas, el frío llegaba y los árboles inclinados dejaban caer sus lágrimas rojas y doradas sobre el suelo del bosque.
Mientras Perséfone se hundía en la oscuridad de su amado rey.

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