La anatomía de la melancolía

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Este capítulo está dedicado a Dospenick

Mi nombre es celeste y soy  una psicóloga que sufre de  ansiedad. Estupido no ?? "Me lo podía esperar de otra persona, pero no de ti", le contestó una amiga cuando se lo contó. Se lo dijo con buenas intenciones, reivindicando su fortaleza y su profesión, pero la ansiedad no funciona así. Puede afectar a cualquier persona, al igual que tantas otras enfermedades. "Pensar que un psicólogo no puede sufrir ansiedad es como asumir que un médico no se resfría",
El 11 de septiembre del pasado año sufrí mi primer ataque de pánico. En su momento no tuve claro qué me estaba pasando. Ahora sí. Pero empecemos por el principio. Era un día normal. No me encontraba peor que otros días. Es más, era uno de los mejores momentos de ese año, todo estaba tan bien como podía estar. Sin embargo, esa mañana, mientras trabajaba, me tomé un café –el segundo de la mañana– como muchos otros días. Al terminar la taza comencé a sentir mareo, dificultades para respirar, opresión en el pecho, taquicardia, sudoración en las manos, temor a desmayarme, a estar sufriendo un derrame cerebral, un ataque al corazón… Terror. Miedo a morirme. Todo ello acompañado por el temor a desmayarme en público, a, en definitiva, perder el control de mí misma y de mi cuerpo. El café no fue el culpable, claro. Tan solo fue el detonante de algo mucho más profundo que llevaba meses , incluso años, gestándose.

Piense en seis personas de su entorno. Manténgalas en su memoria. Ahora considere que, según las estimaciones disponibles, una de esas seis personas sufrirá en algún momento de su vida un trastorno de ansiedad: ataques de pánico, agorafobia, fobias específicas, fobia social, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de estrés post-traumático, trastorno por estrés agudo, trastorno obsesivo-compulsivo o trastorno de ansiedad no especificado. Con este post no pretendo dar claves para superar un trastorno de este tipo ni voy a ofrecer recetas mágicas. Mi pretensión es más modesta: ayudar a normalizar un trastorno que nos puede afectar a todos, bien sea directamente o a personas cercanas. Y dentro de ese ‘todos’, claro, no estamos excluídos los profesionales de la salud mental.

Y es que sí, soy psicóloga y he sufrido (sufro) un trastorno de ansiedad. En principio mi formación no debería ser relevante en esto, pero quizás sorprenda que una de las frases que más he escuchado estos últimos meses haya sido “¿tienes ansiedad siendo psicóloga?”. Cuando tenía ánimo para responder mi respuesta era “pensar que un psicólogo no puede padecer algún tipo de problema de salud mental es como pensar que un médico no puede resfriarse”. Ni los psicólogos, ni ningún otro profesional, estamos exentos de sufrir problemas de salud. En mi caso, descubrí que tampoco parecía tener más herramientas que el común de los mortales para hacer frente a este trastorno.

Hace unos años una amiga muy cercana comenzó a sufrir problemas de ansiedad. Yo me permití el lujo de darle algunos consejos –que acudiera a un profesional de la salud mental, que realizara técnicas de relajación, etc.–, pero cuando me llegó el turno a mí no fui capaz de aplicarme ninguno de esos consejos. Y es que, ya lo dicen, “en casa de herrero, cuchillo de palo”.

Mentiría si dijera que el primer ataque de pánico fue el comienzo de mis problemas de ansiedad, así como tampoco fue la peor parte de todo este proceso. Todo comenzó hace aproximadamente dos años. Al principio la ansiedad se presentó con síntomas leves: noches aisladas y alejadas en el tiempo en las que los síntomas físicos eran la dificultad para quedarme dormida, la sensación de tener la mandíbula rígida y dificultad para tragar. Sin embargo, había otro tipo de síntomas que me angustiaban más: me sentía mareada y me daba miedo quedarme dormida, por si me daba algún tipo de ataque, un derrame, un ictus, y me moría durante la noche sin enterarme. Temía dormirme y no volver a despertarme. La angustia y el miedo me mantenían en vela hasta que me dormía de puro cansancio.

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