20 euros

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Mierda. No puedo dejar de temblar.

Tiemblo tanto que tengo la sensación de que los brazos y las piernas van a fallarme en cualquier momento.

Hasta hoy, no sabía que había más formas de sentirse expuesto y vulnerable que estar desnudo en el centro de este incómodo colchón de segunda mano y muelles salidos que cuando me pediste que te diera la espalda, me pusiera a cuatro patas y abriera las piernas todo lo que pudiera. Hasta hoy, no sabía que uno podía saborear su propia bilis o sudar frío por todo el cuerpo cuando se quiere algo tantísimo.

Esta es la primera vez.

Esta es mi primera vez.

Contigo.

¿La tuya? Para nada.

Solo soy el crío que siempre te mira fijamente. Ese al que a veces recorres con una mirada de interés antes de seguir a su madre a la pocilga que es su habitación para follar o colocaros juntos con la droga del día. Ese que se ha sometido a lo que sea que tengas en mente incluso desde antes de que os metieseis en esta cama; ese que se arquea y a la vez busca tus caricias dispuesto a dejarse hacer y moldear como la arcilla en manos expertas.

Ese que ha vendido su virginidad sin que tú lo sepas por veinte euros con tal de recibir unas migajas de afecto y atención.

—No estés tenso —dices antes de dejar un suave mordisco en tu descenso por mi espalda hasta tu objetivo, que está cada vez más próximo—. Relájate.

Atrapo el labio inferior entre los dientes y cierro con fuerza los ojos.

Dios. Es tan fácil decir eso. Claro que me gustaría relajarme y rendirme por completo a ti, pero no es tan sencillo. Y sé que he sido yo quien te ha buscado y que esto es lo que quiero, pero a ver cómo le hago entender a mi cuerpo lo que yo ansío sin que este se rebele contra mí.

Cojo aire la nariz y lo suelto por la boca despacio. Una, dos, tres y cuatro veces, y vuelvo a empezar. Si me centro en el calor de tus labios, el hormigueo que dejan atrás tus mordiscos o el toque áspero de tus manos grandes ascendiendo por mis muslos, parece que algo de la tensión disminuye. Aun así, no me siento del todo presente en el momento, y me odio por hacer más caso al ruido en mi cabeza que al roce de tus manos, sobre todo porque es algo tan raro y preciado para mí que los ojos me escuecen porque puedo contar con los dedos de una mano las personas que me han envuelto en sus brazos y el número se reduce a mis abuelos maternos.

Y ahora estás tú.

No sé por cuánto tiempo o si significará lo mismo para ti que para mí. Con todo, en ti creo haber encontrado un espíritu afín. Creo que llevo sintiendo el ardor de tu mirada unos tres años, desde que tenía catorce, y ese anhelo, aunque no se parezca al mío, me acercó en cierta forma a ti. Eres amigo de mi madre Virginia, y quien dice amigo dice follamigo y proveedor de drogas. Un follamigo de entre muchos. A mi abuelo Eugenio nunca le has caído bien y siempre te mira con contención.

¿Yo? Dios, a mí se me seca la boca y se me acelera el pulso cada vez que me miras con esa mirada medio entornada llena de socarronería. Me fascina tu cuerpo de hombre y tu olor a tabaco y sudor. No estoy ciego y puedo reconocer que no eres la persona más atractiva del mundo, pero es que me da igual. Eres alto, mucho más alto que el promedio. Piel oscurecida por el sol, pelo negro y ojos azules en un rostro quizá demasiado anguloso y mal afeitado con unos labios finos que casi siempre están curvados en una mueca burlona.

Mi abuelo dice que es una vergüenza que un hombre de treinta y tantos años no tenga donde caerse muerto y viva de los demás u okupando casas ajenas. Supongo que tiene razón porque en cierta forma actúas como Virginia en el sentido de que ella desaparece sin decir nada por meses y vuelve cuando se le antoja o necesita dinero, y tú haces lo mismo: vas y vienes cuando quieres, hay temporadas en las que no se te ve el pelo para nada, y no dejas que nadie se acostumbre a tu compañía. Sin embargo, sé que a Virginia le da igual, ya que lo único que tiene seguro contigo es tu polla y tus polvitos mágicos, y eso es todo lo que necesita de ti.

20 eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora