Prologo Abril de 1788

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Vaya, menuda reina caprichosa, pensó Adelaida.

La condesa Adelaida, ella no pasaría de medir un metro con sesenta y ocho centímetros de estatura, sus delgados dedos se deslizaban por el piano, como si acariciara aquellas teclas de marfil blancas y negras, cerraba sus ojos tratando de concentrarse en lo que hacía, María Antonieta se encontraba con el resto de las damas de compañía, entre ellas, estaba su favorita, Madame Polignac. Vestía un vestido oscuro, sobrio, aunque reconfortante para ella, mientras no llamara tanto la atención, estaba bien para ella, más solía transmitir un mensaje a los demás, los otros que trabajaban en el Palacio de Versalles: 《Más vale que respeto me guarden》. Sus ojos con heterocromía se veían más resaltantes gracias a su cabello castaño, un ojo ámbar como la miel, mientras que el otro azul como el mar, mantenía una mirada sería, probablemente para que sus compañeros no la confundieran como un juguete más de la Reina María Antonieta.

Ellas simplemente hablaban y hablaban, Adelaida pensó que, en aquellos momentos, nadie escuchaba su música ¿En serio había dejado los teatros y óperas para esto? Para algunos era un honor, pero no para la joven azabache. Estaba sumergida en sus pensamientos mientras que sus dedos aún se deslizaban por el piano, parecía que sus manos flotaran. No se había dado cuenta de que la Reina le hablaba, eso era malo, ella era como un libro que escribía cada uno de tus errores, sólo para luego restregarlos en tu cara.

—Discúlpeme, mi reina ¿Qué decía?

— Le decía que vamos a salir al mercado, Madame Polognac me acaba de decir que el Mercader trajo unas telas de las Indias, son las más hermosas que a visto. —Mencionó con emoción, observó de reojo a su preferida— Usted... ¿Va a venir?

— Sería todo un honor, mi señora.

Adelaida esbozó una sonrisa de pocos amigos ¿Acaso tenía otra opción? No podía decirle que no. Antonieta no le devolvió la sonrisa, simplemente se levantó, dirigiéndose a la salida con sus damas de compañía a ambos lados. Lo pensó un momento, no notaría su ausencia, después de todo, estaba con Madame Polognac, con ella, Antonieta solía estar más perdida que alfiler en un pajar.

Adelaida se levantó y se dirigió hacia las puertas del Palacio, justo antes de salir, tosió levemente, cubriéndose la boca con un pañuelo. A su lado, dos mujeres pasaron, rumoraban sobre la escasez de pan, lo cual a ella le parecía una idiotez, su país era uno de los más desarrollados.

— Condesa Adelaida ¿Necesita transporte? —Ofreció un page mientras hacía reverencia para ella— Sería un honor para mí, llevar a una dama tan bella.

Con una dulce sonrisa en sus labios rosados, rechazó la oferta del joven de una forma amable, no deseaba atraer las miradas de la gente del pueblo por ir en una de esas carrozas, hizo una reverencia leve hacia su contrario en forma de despedida para luego irse de allí a paso tranquilo. El Palacio de Versalles, un sitio hermoso si era sincera, pero tenía exageraciones, como los pavos reales que había en los jardines, en un inicio le sorprendió. Sí, era condesa, más sus padres no se daban tantos lujos, ellos pensaban que los nuevos reyes eran la perdición de Francia, aun así, le habían permitido trabajar para aquella mujer. Ridícula.

Mientras que caminaba lentamente por el mercado, escuchó el sonido de un violín, bastante melancólico, inspiraba un sentimiento triste, casi podría hacer llorar, transmitía bastante los sentimientos. Se acercó hacia donde escuchaba aquella música. El musico era un hombre de ojos grises, piel pálida y cabello azabache, era simplemente encantador, pero al parecer no era la única que pensaba de esa manera, las mujeres lo miraban de manera recelosa, como si quisieran tenerlo solo para ellas, ninguna se atrevía a acercarse a hablarle, era extraño, era un hombre enigmático, parecía algo sombrío, vacío, como si hubiera pasado por muchas cosas dolorosas.

Sinfonía en un latidoWhere stories live. Discover now