Parte Única

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Cuando pienso en el día en que la conocí no puedo evitar estremecerme. Mi corazón se acelera y evoco intensamente el recuerdo de su sonrisa y de su mirada. En medio de la multitud, ella sobresalía, como un rosal en medio de un valle de hierba seca. Esa noche, nuestros ojos se encontraron. Ella desvió la mirada y se perdió entre la gente; pero ya era demasiado tarde, su imagen había quedado grabada en mi memoria y pronto también lo estaría en mi corazón.

San Francisco de Campeche es una ciudad tranquila. Su centro histórico parcialmente rodeado de antiguas murallas y sus calles en las que permanecen de pie viejas casas cuya construcción se remonta a varios años en el pasado le hacen una ciudad cargada de nostalgia y propicia para enamorarse. Si no me creen, les invito a recorrer una noche sus calles y visitar el parque principal, donde seguramente encontrarán a muchas parejas disfrutando de una velada maravillosa llena de risas, besos y abrazos.

Todos estamos en busca del amor, o al menos, eso pienso. Todos queremos enamorarnos, dejarnos llevar por el aroma de la persona amada y perdernos en sus caricias y en el sonido de su voz. Pasar horas y horas platicando de cualquier cosa, desde temas de importancia social hasta de cosas absurdas y sin sentido. Lo importante es estar con esa persona especial.

Pero cuán difícil es observar el amor flotando en el aire, inundando las calles y rebosando en los corazones de extraños, cuando tu corazón se encuentra completamente destruido y arruinado por culpa de alguien que solamente te ilusionó y jugó contigo. Cualquiera podría decir que es una tortura salir a la calle en esas condiciones, y peor aún si es en un día festivo como el 15 de septiembre, en el que la gran mayoría de los campechanos se reúne en la plaza para dar el grito de independencia y luego ir disfrutar de los juegos mecánicos de la feria de San Román. Sin embargo, aunque haya sido una tortura al principio, no me arrepiento de haber acompañado a mis amigos: Héctor, Freddy y Carlos Mario, a la feria esa noche, porque fue ahí donde conocí a la chica que cambiaría mi vida por completo.

La feria de San Román viene solo una vez al año y permanece instalada durante todo el mes de septiembre. Tanto niños como grandes hacen todo lo posible por disfrutar en más de una ocasión de sus atracciones. A mí me bastaba con ir una sola vez, y siempre prefería ir entre semana, cuando hubiera menos gente, para evitar el amontonamiento y los empujones constantes. Pero la insistencia de mis amigos surtió efecto en mí y decidí ir con ellos. De todos modos, no tenía otra cosa qué hacer, solo quedarme en casa con mi tristeza. ¿Por qué? Porque aún no superaba el hecho de que Nataly, mi exnovia, decidiera dejarme por el maestro de nuestra clase de inglés. Realmente me devastó, pero como dice aquella frase: no hay mal que por bien no venga.

Llevaba en la feria poco más de una hora. Héctor, Freddy y Carlos Mario se subían a cuantos juegos les permitía su presupuesto, mientras que yo prefería quedarme abajo, observándolos. Ellos se encontraban arriba del Booster y yo únicamente estaba esperando que bajaran para informarles que ya me iba. Fue entonces cuando me percaté de la presencia de una linda señorita que estaba a tan solo unos cuantos metros de mí. A pesar de la gran cantidad de gente que había en ese momento, algo en ella llamó mi atención y no pude dejar de mirarla. Ella alzó su vista y me vio, ambos sostuvimos la mirada unos cuantos segundos y pude sentir como si una corriente eléctrica recorriera todo mi cuerpo.

–¿A quién miras tanto? –me preguntó Carlos Mario en tono de burla. El juego ya había parado y ni siquiera me había dado cuenta.

–De seguro Gerardo ya puso los ojos en alguna chica indefensa –agregó Héctor.

–No, no es eso –respondí–. Bueno, sí vi a alguien, pero...

–Pero nada –interrumpió Freddy–. Dicen por ahí que un clavo saca a otro clavo así que...

Miradas en septiembre (Amor en la feria de San Román)Where stories live. Discover now