Tres días para Primavera

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Península de NawRuz.

Año diez antes de la Cosecha.

Alban se deslizó en la noche cubierta con su capa color verde esmeralda con la cabeza envuelta en un velo de estupor e incredulidad. A sus veintidós años jamás se habría imaginado que su padre, siendo el jeque de su aldea, hubiera designado tal responsabilidad en sus jóvenes hombros.

En la sala de estar de su pequeña cabaña, cuando leyó la carta que había escrito su padre antes de morir hacía siete años, sus seis hermanos habían enloquecido y ella no los culpaba. Igual, ella solo era la tonta e inútil hermana menor y todos esperaban que su padre hubiera escrito palabras diferentes y dirigidas a otro. A un hombre. Pero la realidad había sido otra y ninguno estuvo muy contento con ello. Y lo peor era que solo le quedaban tres días antes del equinoccio de primavera para encontrar el dueño de la extraña corona que iba envuelta en el fondo de su mochila.

El círculo de Ostara era un ritual que se llevaba a cabo cada década para honrar a la diosa que llevaba el mismo nombre. Todos los aldeanos de NawRuz se reunían durante el equinoccio de primavera y le daban la bienvenida a la nueva vida. Según la creencia local, Ostara bendecía las tierras y las hacía prosperas durante los próximos diez años.

Sin ninguna idea de donde empezar a buscar, Alban, caminó en la oscuridad siguiendo el sendero de piedras que guiaba a la salida de la aldea. Su estómago se llenó de nervios  por la anticipación. Por fin vería el mundo real, siempre había soñado con eso, aunque nunca imaginó que lo conocería en tales circunstancias.

El guardia, un hombre mayor amigo de su padre se inclinó cuando la vio llegar.

—Señorita Alban.

Dio un respingo ante la mención del apelativo. No estaba acostumbrada a que nadie la llamara así. En realidad nadie la llamaba de alguna forma distinta a su nombre. A penas salía de su casa para recoger las cosechas y lo que algunos de los aldeanos dejaban en su puerta. Sus hermanos eran una historia aparte y solo la buscaban para que les diera algún remedio para sus hijos.  

Hizo una pequeña inclinación de cabeza y salió por el portón de madera que el guardia mantenía abierto para ella. Cuando miró a su alrededor solo sintió decepción. No era como se lo había imaginado. Había visto todas las películas que le habían dejado en su puerta de forma anónima y en todas había un montón de luces y ruidos alucinantes.

La cerca que rodeaba la aldea era rústica y se extendía por cientos de quilómetros a la redonda. Alban miró hacia atrás una vez más, despidiéndose de NawRuz  y de todo lo que había conocido hasta ahora y se internó en el bosque dispuesta a cumplir con la voluntad de su padre.  

Eostar se había asomado a la ventana cuando escuchó los gritos masculinos provenientes de la cabaña de al lado. Se puso sus calcetines de invierno y a continuación las botas de cuero que había fabricado él mismo. Aunque faltara menos de una semana para primavera, el frío aún era palpable en el aire y más al estar tan cerca de la costa.

Caminó con cautela y rodeó la casa. Era extraño escuchar algo proveniente de la cabaña de Alban. Casi nunca pasaba alguien por ahí y ella no salía mucho. Se acercó a hurtadillas y se asomó por la ventana de la sala de estar. Todos los hijos del antiguo jeque estaban reunidos en medio del salón, tan rojos y furibundos como nunca antes los había visto. Estaba seguro  de que si alguno de ellos lo sorprendía espiando, no dudaría en molerlo a palos.

La valiente Alban estaba parada al lado  de la chimenea con su falda negra y una capa verde colgando del hombro. Su porte sereno hacía que se viera como una diosa. Eostar cerró la boca de golpe. No podía desviarse. Su objetivo esa noche era descubrir  el porqué de los gritos en la habitación.

Tres días para Primavera [Editada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora