Gracias

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No cambió el rumbo de sus pensamientos. Quien hasta entonces había sido un extraño rival, de pronto, se había convertido en un misterioso personaje que no estaba lejos de ser un compañero.

Su mente navegaba entonces por aquellos recuerdos tan recientes. El hecho de recordar cómo el joven Midoriya había puesto en juego su posición en el combate únicamente para ayudar a Todoroki a evolucionar le llenaba de una sensación de gratitud indescriptible.
De gratitud y de un traicionero escepticismo, pues todavía no alcanzaba a comprender que una persona tan aparentemente simple como Midoriya hubiera sido capaz de entender sus sentimientos.
Sentir que los rescoldos de su familia ya no suponían un peso adicional sobre sus hombros provocaba que Todoroki se sintiera inmensamente feliz. Era evidente que había encontrado lo más parecido a la libertad, sin ataduras ni emociones traicioneras. Su mente, libre de cualquier remordimiento, no hizo nada para impedir que sus dedos pasearan por su vientre, dejando así que unos leves escalofríos recorrieran su piel.
Observó sus propias acciones con una serena curiosidad, como si desconociera lo que estaba haciendo; como si se preguntase por la finalidad de esas caricias. Se ayudó de su otra mano y, sin realizar ningún cambio en la seriedad de su semblante, recorrió el mismo camino por su abdomen. Suspiró ante el suave tacto de sus dedos contra su piel, sorprendido al comprobar lo gratificante de unas simples caricias.
Tras una veintena de círculos dibujados sobre su vientre, Todoroki giró la cabeza de impaciencia, notando en su mejilla izquierda la calidez de su almohada, y dejó que sus dedos continuaran con aquellos bailes, estimulando cada centímetro de su piel.
De nuevo, comprobó que, tal y como esperaba, en sus pensamientos seguía sin haber rastro de arrepentimiento, por lo que deslizó sus dedos de forma instintiva hacia uno de sus pectorales, cubiertos en esos momentos por una inocente camiseta. Fue entonces cuando, en un acto de lucidez, ahogó un pequeño quejido tras sentir un pellizco travieso.
No había nada. No había nada que le advirtiese de que estaba obrando mal en ese momento, por lo que volvió a retorcer aquella sensible zona mientras suspiraba de alivio. Al sentirse a merced de sus deseos más primarios, las caricias se intensificaron, mas no por ello se vio en la necesidad de apurar, por lo que no varió la velocidad. Con cada toque su camisa se deslizaba más y más arriba, como impulsado por la marea, permitiendo así un mejor reconocimiento de ambos pectorales, necesitados los dos de cariño.
Ante tanto estímulo, Todoroki se retorcía lentamente sobre las sábanas, las cuales cedían a sus movimientos. Los escalofríos de su cuerpo vibraron hasta llegar a sus ingles, apretadas con fuerza una contra la otra. Sin poder hacer nada para evitarlo, jadeó, levemente angustiado por el calor que se estaba apoderando de su cuerpo. A pesar de que se trataba de una sensación placentera, el hecho de desconocer su procedencia era ante todo agobiante.
Viajó de nuevo por sus recuerdos del pasado, tratando de alguna manera distraerse. Evadiéndose en el tormento de su infancia, en su firme rechazo a aceptar sus raíces y en el reciente encuentro con el joven Midoriya, se abrió de piernas sin pudor, dejando escapar un largo suspiro. Cuando esa noche hubiera terminado, Todoroki retomaría su vida con normalidad, lejos de cualquier ápice de arrepentimiento.
- Ah... - suspiró de nuevo cuando posó las yemas de sus dedos en el pequeño bulto de su entrepierna, ignorando que no debía ser tan imprudente si no quería ser escuchado.
Ante una nueva caricia sobre su fino pantalón, notó cómo su vientre se contraía en respuesta a aquellas extrañas muestras de cariño.
Lejos de sorprenderse ante las respuestas de su cuerpo, acogió su entrepierna en la palma de su mano y comenzó a apretar y a aflojar sin descanso, sin siquiera alterar su seriedad habitual, observando cómo su pecho subía y bajaba.

Sin detenerse, Todoroki apreció cómo su entrepierna crecía y, acalorado por las nuevas sensaciones, sintió que su vello se erizaba. Fue entonces cuando, en medio de su interminable masaje, el calor que recorría su cuerpo dio paso a unos diminutos pinchazos que se clavaban en su estómago como pequeños aguijones. De su pecho pasó a observar la respiración de su abdomen, que también se movía a un ritmo estable pero angustioso. Entonces contempló el puño apenas cerrado debido al volumen que había adquirido su entrepierna, como si el muchacho estuviera esperando una respuesta sobre qué tenía que hacer a continuación.
Todoroki deslizó sus pulgares en el interior de sus escasos pantalones y, sintiendo todavía el aire fresco sobre su pecho al descubierto, empujó su ligera prenda levemente húmeda hasta sus rodillas, dejando a la vista su hambrienta erección. Un gemido alargado se resbaló de su boca cuando sujetó con firmeza su endurecido miembro, sintiendo que el calor y los pinchazos se acrecentaban.
Tras humedecerse los labios, Todoroki recorrió toda la extensión de su miembro sin ninguna prisa, quemando cada centímetro de la piel que acariciaba. Las sábanas que cubrían el colchón cedían ante sus temblorosos movimientos, arrugándose cada vez que los pies descalzos del chico se retorcían impacientes. Mientras su atención se centraba en estimular sus genitales, en ese preciso instante una idea cruzó su mente.
- Midoriya... - masculló Todoroki, pensando si su compañero podría ser demasiado inocente como para practicar esas mismas muestras de afecto con su cuerpo.
Por alguna razón, el hecho de imaginarse a Midoriya en una situación similar a la que se encontraba, provocó que sus movimientos se volvieran más frenéticos, permitiendo a su imaginación divagar de forma pícara. Apretó con más fuerza su miembro en cada sacudida, como si temiera que se le fuera a escapar de las manos.
- Midoriya... - volvió a jadear, estudiando cada una de sus propias acciones.
Incapaz de detenerse, Todoroki giró lentamente su cuerpo hasta acabar tumbado de lado sobre la cama, quedando de espaldas a la puerta de su habitación. En esa posición consiguió enterrar parte de sus labios en la almohada con el fin de acallar sus gemidos, los cuales se estaban volviendo cada vez más incesantes y ruidosos.
- Midoriya... Midoriya... Midoriya... - repetía entre gemido y gemido como si de un mantra se tratase.
Sus jadeos se mezclaban con los sonidos húmedos provenientes de sus movimientos, que ya habían tomado el control de su cuerpo. Se sentía tan agradecido que no era capaz de pensar en otra persona.
- Midoriya...
- ¿¡Qué ocurre!? - el joven Midoriya abrió la puerta de golpe, alertado al haber escuchado repetidas veces el inusual y alarmante tono de voz de su compañero.
Algo atontado, Todoroki giró el cuello para comprobar que, realmente, el objeto de sus pensamientos había entrado en su habitación y ahora se encontraba contemplando su cuerpo semidesnudo. Al no tener claro cómo reaccionar, decidió, finalmente, encararle por haber tenido la osadía de invadir su privacidad.
Así, tras recolocarse como bien pudo la poca ropa que llevaba encima, se levantó de la cama y caminó hacia él con paso firme. Entonces, justo antes de enfrentarle, cerró la puerta con decisión.
- ¿Se puede saber qué haces? - le replicó Todoroki con visible molestia en su voz, a lo que Midoriya respondió con un rostro indefenso.
- Yo... escuché que me llamabas... Pensé que pedías ayuda...
Ante semejante explicación, Todoroki se enervó, incrédulo.
- ¿¡Te estás riendo de mí!? - preguntó, avanzando hacia él con aspecto amenazante. Todavía no tenía su respiración bajo control debido a que seguía siendo víctima de los efectos provocados por sus propias muestras de cariño.
- ¡No! ¡De verdad! ¡Yo nunca me reiría de ti, Todoroki! - aseguró el chico, sintiéndose acorralado.
El hecho de escuchar su nombre de los labios de Midoriya tuvo un efecto muy calmante para el muchacho, por lo que se apaciguó casi de forma inmediata, recordando los sentimientos de gratitud que sentía hacia él.

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