2. Es dificil gozar con un <Te quiero> propio

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Unas cuantas horas antes discutir con mi pareja.

Nada extraño ni grave en nosotros, últimamente siempre discutíamos.

       Si alguien nos hubiese visto pensaría que estamos al borde de la ruptura, pero tan sólo era nuestro día a día.

        Eran las siete y media de la mañana. Pense que pronto amaneceria y que aún necesitamos dos horas más de conversación y quizá hasta unos buenos 20 minutos de sexo posterior para hacer las paces. Todo aquel tiempo que faltaba me producia una sensación extraña de déjà vu.

      Las parejas y sus ritos. Las parejas y sus codigos. Toda pareja tiene su código de discutir, de hacer el amor, de perdonarse y hasta de reprochar las cosas al otro.

       Pero aquel día el código se rompió, no hubo dos horas mas de conversacion ni veinte minutos de sexo posterior... Lo supe cuando noté su mirada en mí... Era una mirada que desconocía, no iba acompañada de ninguna palabra.

       Ella siempre que me miraba me hablaba, era una de sus muchas virtudes que me alucinaban. Quizá porque no la poseía... Quitar el sonido a su mirada me heló completamente.

        Parecia que estaba a punto de decirme algo del estilo: «Esto no funciona...», «Estoy harta de discutir...» o «Porque somos así si nos queremos tanto...». Pero tan sólo me miraba...

        Y justo en ese instante, mientras seguía observandome de aquella manera tan extraña e intensa, pensé en una frase que había escuchado hacía meses en un espectáculo de danza.

          La función era un homenaje a Freddy Mercury y a otros artistas que habían muerto jovenes... O quizá iba sobre algo diferente, no lo recuerdo.

           A mí no me gusta la danza, pero me encanta ver cuerpos en movimiento y músicas desconocidas puestas al ritmo de una coreografía. Salgo totalmente estimulado en el sentido emocional de la palabra.

           Y a veces, como aquel día, escuchó en esos espectáculos frases que son dardos directos al corazón.

           Aquella noche, al danzarín principal declamó entre movimientos increíbles y estiramientos imposibles: «Nos dijisteis que hiciéramos el amor...y no la guerra. Os hicimos caso, ¿Por qué entonces el amor nos hace la guerra?».

           Sonreí al recordar aquella frase, ella seguia mirándome fijamente y de repente lo soltó.

    -Debo dejarte, Dani.

     Debo... Debo... Esa obligación me perforó.

      A mi cabeza llegó el verbo traducido al inglés. Ese must que siempre me ha parecido una palabra elegante. Pocos vocablos tienen un significado tan claro, y sabes que al utilizarlos te estás posicionando en un sentido o en otro.

       -¿Debes? —le pregunté.

       - Debo...

       Se produjo un nuevo silencio.

       Decidí insistir.

       Y qué mejor que con nuestra forma particular de decir «Te quiero». Toda pareja tiene una manera única. La nuestra tiene que ver con la primera película que vimos juntos. Yo la había visto hacia años en un momento especial de mi vida y por ello decidí compartirla con ella, por todo lo que me marcó a mi.

        Era el magnífico film de Jean Luc Godard, Al final de la escapada. Nunca Belmondo ha sido mas Belmondo que en ese metraje.

         Nuestra secuencia siempre fue una que transcurrían en un coche; en ella se decian muchas frases, pero nosotros nos quedamos con tan sólo tres y siempre las deciamos seguidas, sin pausa, tal como las habíamos escuchado y nos habían impactado...

        Esa era nuestra forma de decirnos «Te quiero». Jamás había fallado sacar ese trío de frases en una discusión o en un momento tenso.

        Yo decía la primera y la tercera frase, ella la segunda. Aunque a veces era al revés. Dependia de quien necesitaba volver a traer al otro a la cordura, al amor...

         No las utilizamos casi nunca.

         La clave de que algo tan magico funcionase era que tan sólo se podía invocar enbsituaciones desesperadas.

          La miré fijamente, quería que supiese que era uno de esos momentos.

           -No puedo vivir sin ti —dije poniendo en mi rostro todo los tics de Jean Paul Belmondo que pude generar.

Ella me miró y no dijo nada. Volví a la carga:

           - no puedo vivir sin ti.

           Ella me observó por segunda vez.

           Negó con los ojos, después con la cabeza y finalmente soltó el «no» más contundente que he escuchado en mi vida. Fue un «no» tan rotundo que supe que todo se había acabado.

      Aunque quizá no hacía falta; no haber seguido aquel juego ya la señal indiscutible del fin de todo.

      Intente el contacto físico, lo último que me quedaba. Me acerqué a ella pero me rechazó antes de que llegase a tocarla.

       Sabía que podía haber casi 15 buenas razones que explicarían porque quería abandonarme, aunque una ponderaba más que todas las otras juntas.

       Justo cuando iba a preguntarle el porqué sonó mi móvil de trabajo. Lo utilizaba únicamente para casos extremos laborales.

        Dude sí cogerlo, sabía a la perfección que no era el momento y sería la gota que colmaría el vaso... Pero no sé bien por que acabe contestando.

        Tan sólo pronunciar «Diga», ella se marchó hacia nuestra habitación.

         Justo entonces recordé el gran consejo que me había dado uno de mis maestros, un buen hombre que conocí cuando me iban a extripar las amígdalas.

        Sólo coincidi con él unos pocos días en aquel hospital de mi ciudad natal, pero marcó parte de mi vida. Hacía tiempo que no pensaba en el, creo que demasiado... pero ese «no» me había transportado a el inmediatamente...

        Supongo que debo hablaros de él, ya que sin conocer lo que viví a su lado hace 30 años es difícil comprender por qué soy como soy y por qué ella no quiere seguir estando conmigo.

         Y es que me convertí en quién soy gracias y por culpa del señor Martín.

         Sin embargo, antes de dejar que mi memoria vuelva al pasado, y escuchando como banda sonora de ese instante el extraño sonido que ella produce al llevarse todas las cosas de nuestra habitación, debo decir ese trío de frases Godardianas que una vez significaron para nosotros «Te amo»...

      «No puedo vivir sin ti...

      »SÍ que puedes...

      »Sí, pero no quiero.»

      Me las susurre a mi mismo suavemente, dulcemente...

       Pero es difícil gozar con un «Te quiero» propio.

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⏰ Última actualización: Aug 04, 2014 ⏰

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