Era de noche, me encontraba en el sofá de mi casa contemplando la pantalla en negro del televisor. Aquello ya se había convertido en rutina. Desde hacía tres meses, desde que sucedió lo inevitable, me pasaba las noches en vela con los ojos viriosos y contemplando el vacío de la pantalla de mi televisor. No podía seguir así. No podía pasarme el resto de mi vida esperándola porqué no iba a volver.
Ya se me cerraban los ojos cuando sentí una extraña presencia a mis espaldas. Me giré sobresaltado. Un hombre, con el pelo grisáceo y la piel pálida pronunció una palabra en un idioma que yo desconocía. De repente todo lo que había a mi alrededor comenzó a desvanecerse. La cabeza empezó a darme vueltas y finalmente me desmayé. Me desperté desorientado, con un vago recuerdo de lo que había sucedido. Me levanté y miré a mi alrededor, y entonces me di cuenta. Me encontraba en el bosque, conocía perfectamente aquel lugar. Hacía tres meses que había estado allí. No entendía nada de lo que estaba sucediendo. Empecé a caminar en dirección a donde creía que se encontraba la carretera, y entonces la vi.
Era ella, de eso no había duda. Estaba de pie a unos dos metros de mi, las lágrimas me resbalaban por las mejillas, no me lo podía creer. Era Sara, mi querida Sara. Tan preciosa y perfecta como siempre, sonriéndome y mirándome con sus grandes ojos verdes. Corrí hacia ella, extendí los brazos, quise cogerla y no soltarla nunca. La besé apasionadamente y entonces sentí cómo sus labios se deshacían hasta convertirse en polvo. Me alejé de ella y una vez más, pude contemplar como el amor de mi vida se desvanecía ante mis ojos. Caí de rodillas al suelo, grité, lloré, me sentía impotente. Era como si me hubiesen dado una segunda oportunidad y sentía que la había desperdiciado.
No tenía fuerzas para levantarme, la cabeza volvía a darme vueltas y no podía dejar de pensar en el número 316. Ese número se me había quedado grabado en la mente desde que Sara murió. Era su número favorito y el número de la casa que teníamos pensado comprarnos. Sin saber cómo, aparecí allí. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. La casa era enorme, tenía dos pisos. No pude evitarlo y comencé a llorar, aporreé la puerta con todas mis fuerzas, como un niño cuando no le dan lo que pide, y entonces, me desperté. Me quedé quieto un momento y entonces lo comprendí. Comprendí que no podía quedarme estancado en el pasado, que tenía que seguir adelante y vivir la vida.
Por mí, y por la que ya no podría vivir Sara.
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316.
RomanceEl amor llega inesperadamente, como una cortina de lluvia que aparece sin previo aviso y empapa hasta el último rincón de tu corazón. Hubo un tiempo en que yo vivía dentro de esa tormenta de emociones dejándome llevar, y fui feliz. Tan feliz como pu...