Me desperté con la garganta seca y el lado izquierdo de mi cara ardiendo. Levanté ligeramente la cara y sentí como la tierra en la que estaba acostado caía a pedazos de mi rostro. Abrí los ojos pesadamente quedándome ciego por un momento. Cuando mis ojos finalmente se acostumbraron a la luz, lo único que podía ver era amarillo; arena que me estaba cubriendo en una fina capa, arena en la que estaba acostado. Intenté mover mis brazos, buscando levantarme; mi cuerpo no respondía, no por un breve momento. Cuando por fin se movieron, sentí un dolor intenso recorriendo todo mi cuerpo, pero a pesar de ese malestar me levanté lentamente. Me paré luchando contra el intenso deseo de ceder al cansancio. Miré a la derecha y todo lo que vi fue arena y un cielo naranja y morado que sería admirable bajo otras circunstancias. Luego vi hacia mi izquierda; me quedé sin aliento, a pesar del espectáculo que el cielo presentaba, no fue lo que me sorprendió. La arena estaba volando por todos lados, creí estar en presencia de una tormenta de arena; luego vi realmente lo que estaba pasando: dunas de arena que se deshacían con el soplar del viento y se construían como por arte de magia. Empecé a caminar hacia las dunas luchando por dar cada paso, mirando hacia el suelo, esperando que mis piernas no me fallaran. Di un paso tras otro, me fui acercando; nunca levantando la mirada. Cuando sentí que mis piernas no daban más, levanté la mirada viendo que solo quedaban pocos pasos para llegar. Me llené de esperanza y sin importar la poca energía que me quedaba di un paso hacia adelante; luego otro y otro, hasta que llegué. Mis piernas cedieron, quedé de rodillas en medio de la arena que volaba alrededor mío. Admiré los suaves movimientos de la arena hasta que esta se volvió densa. Tanto, que empezó a meterse en mis ojos. Cogí el pañuelo que me colgaba al cuello y me cubrí la boca y la nariz, cerrando a su vez los ojos. Sentí como la arena raspaba mi pecho desnudo y el viento intentaba quitarme el pañuelo de la cara, cada vez con más fuerza. Llegó el punto en el que no lograba sostenerme, puse las manos en el suelo, pero lo único a lo que me podía aferrar era efímero: era arena. Así con mi último suspiro sentí como mi vida al igual que la arena se la llevaba el viento.
