Sin ti...

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Habían pasado sólo algunos meses de la muerte de don Gilberto, el padre de Alfonso.
Con la muerte de su padre Alfonso había quedado a cargo de la empresa productora de embutidos y cárnicos "La Esperanza" al igual que de la hacienda ganadera más grande de la región que llevaba el mismo nombre.
Pero Alfonso se sentía desolado pues no sólo había perdido a su padre que era la única familia que tenía sino que Dirce, su novia de toda la vida y su gran amor, se había ido, así sin más, simplemente se había marchado del país sin ninguna explicación.
Alfonso estaba tan dolido y decepcionado, nada tenía sentido ya.
- Alfonso ánimo, una mujer no es el mundo entero, simplemente no se merece ni que la nombres.
- Tú no entiendes Freddy, ella era lo único que yo tenía.
- Amigo por favor, debes salir de esta, la vida sigue. Verás que pronto conocerás a una chava que sí valga la pena yo...
- No. No me interesa conocer a nadie.  Ninguna mujer vale la pena.
- Ey calma. Sólo dale tiempo al tiempo. Estoy seguro que encontrarás a tu verdadero amor.
- Amigo el amor no existe.
Freddy estaba realmente preocupado por Alfonso, él era su mejor amigo y Freddy lo veía cada día más triste, ya no era ni la sombra del chico que había sido hasta la muerte de su padre y la partida de Dirce.

Desde luego que había muchas chicas interesadas en salir con Alfonso, él era el mejor partido pues no solamente era adinerado, también era muy guapo. Alfonso era alto como lo había sido su padre, de cabello oscuro y cuerpo atlético como él pero de piel blanca como su madre que había muerto cuando Alfonso tenía cinco años. Su padre jamás se volvió a casar así que Alfonso era hijo único.

Alfonso era un hombre de valores y ética, era un joven solidario y empático, siempre tenía un gesto de amabilidad con los demás y una gran sonrisa, aunque esta última hacía tiempo que se había desdibujado de su rostro, sus ojos que antes habían tenido destellos de ternura ahora eran empañados por la tristeza y la amargura.
Dejo de hacer las cosas que le gustaban para dedicarse únicamente al trabajo, hasta había hecho a un lado su maestría porque ese era un proyecto que había iniciado junto a Dirce y simplemente no quería nada que le recordará a ella.

Una noche al salir de la oficina iba camino a la hacienda pero entonces hizo esa idea a un lado fue a un bar, un lugar alejado y al que nunca había ido. Entro al sitio, fue directo a la barra y pidió un coñac, él no acostumbraba tomar pero esa noche quería hacerlo. A sus espaldas estaban un grupo de hombres sentados a la mesa, todos eran adultos, tendrían la edad de su padre, arriba de los 50 años y seguramente casados. No pudo evitar oír su conversación; hablaban de un lugar donde había "nuevas adquisiciones". Sabía a que se referían: una casa de citas. Uno de ellos no sabía de qué lugar hablaban los demás, así que que otro de ellos le dio señas precisas y exactas para llegar a aquel paraíso terrenal.
Alfonso sabía donde era eso. Estaba en el mismo pueblo que su hacienda, ¿cómo era posible que no lo hubiera sabido antes?  Uno de aquellos hombres dio respuesta a su pregunta, era algo nuevo, estaba algo alejado para ofrecer mayor discreción a sus clientes.
Alfonso río para sí mismo. Ordenó un coñac más.

Era de madrugada cuando Alfonso salió del bar. Iba a la hacienda. Estaba a nada de llegar a casa cuando recordó la conversación de aquellos hombres y una idea cruzó su mente: visitar aquel lugar. Lo dudó, él jamás había ido a un sitió así, nunca. Se detuvo a orillas del camino, pensó en llamar a Freddy pero recordó la charla de la tarde, Freddy y sus discursos acerca del amor, entonces no lo dudó más, echo de reversa con rumbo a la casa de citas.

Al llegar a su destino vio una casa algo grande, pero sólo era una casa, había un jardín muy lindo con una fuente al centro, luces al rededor y una madre selva que había cubierto por completo la pared que protegía la casa. Las rejas estaban abiertas, había dos hombres a la entrada de éstas. Alfonso aún no bajaba del auto y hubo un momento en el que pensó en marcharse de aquel sitio, pero Dirce vino a su mente, ella y el recuerdo de todas las veces que habían hecho el amor. Ella era tan pasional, y él la había amado tanto, tanto que nunca había tocado a otra mujer, entonces decidió que esa noche él la borraría de su piel para siempre.
Alfonso bajo del auto, se dirigió a la reja, saludo a los guardias y entró. El pequeño camino de cantera rosa lo dirigió a la entrada de aquella casa. La entrada era muy linda, había tres escalones cubiertos de mármol que llevaban a la puerta principal, esta era de madera con unas hojas talladas a la orilla. La mano de Alfonso titubeo por un momento pero al final tocó el timbre. Espero por un momento y después una mujer abrió la puerta, era una mujer de unos 40 años, era alta y gorda. Llevaba puesto un vestido rojo corte sirena que parecía que iba a reventar en cualquier momento, su pelo castaño dejaba ver las raíces de color negro y lo llevaba en una media cola. Tenía las manos llenas de anillos y unas uñas de acrílico por de más llamativas, unas pestañas postizas exageradas, sombras azul metálico que hacían lucir aún más sus grandes ojos marrón, los labios rojo intenso al igual que su vestido y un lunar falso arriba de los labios, ella saludo a Alfonso con afán luego de verlo de arriba a abajo.
- ¡Hola querido! ¡Adelante! ¡Bienvenido!
Alfonso pensó en escabullirse pero era demasiado tarde, su regordeta anfitriona lo había tomado del brazo y lo había obligado a entrar.
- Nunca antes te había visto por aquí querido, dime ¿qué te puedo ofrecer? ¿Qué buscas? 
- No... No sé señora, creo que no estoy seguro.
- ¡No seas tímido mi amor! Y no me digas señora, soy Regina. Aquí puedes encontrar todo lo que desees, mis chicas son el sueño de cualquiera, claro que tienen un costo pues... considerable pero bueno, tú sabes que todo en la vida es una inversión, ¿verdad?
La mujer río de manera exagerada.
Alfonso no sabía qué hacer.
Aquel lugar estaba lleno de hombres que seguro tenían arriba de 40 años y todos acompañados en aquella enorme sala por chicas apenas mayores de 18 años tal vez, Alfonso las veía, era cierto, todas eran muy atractivas pero iguales, todas con extensiones de cabello, uñas de acrílico, mucho maquillaje, todas eran sólo muñecas de una noche pero bueno, ¿no era acaso eso lo que él quería?  Una noche y ya.
Había visto a una chica, era guapa, traía puesto un vestido rojo de mangas a 3\4 y un escote en la espalda bastante pronunciado, el pelo negro apenas le llegaba a los hombros, tenía ojos color miel, era muy delgada.
Regina vio a Alfonso y le dijo:
- Ella es Zaira. Es tal vez la mejor de todas guapo, ¿la quieres?
Alfonso estaba a punto de asentir cuando vio a otra chica. Ella llevaba un vestido azul quemado que entallaba perfecto a su cuerpo, era alta y delgada, llevaba el pelo en una coleta alta  y aún así le llegaba a media espalda, tenía la piel blanca y una cintura estrecha, era la única que no llevaba uñas ni pestañas postizas, era también la única que no coqueteaba con nadie, eso fue tal vez lo que llamo la atención de Alfonso o quizá fueron sus ojos grises. Entonces Alfonso escuchó a Regina con voz molesta.
- Esta tonta que se siente.
Con un chasquido llamo a un hombre, con una mueca ella señalo a la chica aquella y el hombre fue donde ella.
Regina prosiguió.
- Bueno mi vida,  ¿llamo a Zaira?
Alfonso sólo veía como el hombre aquel se acerco a la chica del vestido azul, algo le dijo, ella bajo la mirada al suelo mientras daba un paso hacía atrás.
- No te preocupes por ella cariño, no importa, no es nada.
- La quiero a ella. - dijo Alfonso sin titubeos.
- ¿Qué?
- Que la quiero a ella. ¿Cómo se llama?
- ¿Ella?  Es Kristell, pero, ¿cómo te explicó? Digamos que ella acaba de unirse a mis chicas, la verdad es que es demasiado tontita, es bonita pero le falta pulirse, ¿tú me entiendes verdad?
-  Francamente no.
- ¡Querido para todo hay clases!  Ella tiene que refinarse porque no es lo mismo estar con un chico guapo como tú, o con un señor como los que estan aquí, a estar con unos de los tipos con los que ella estaba acostumbrada a trabajar.
- Es ella o nadie.
- Querido hazme caso, no quiero que te arrepientas...
- ¿Puedes o me voy?
- Esta bien, tú  pagas.

Regina no entendía la terquedad de Alfonso, si bien Kristell era bonita,  la verdad era que los clientes se quejaban de ella pues siempre se negaba a sus peticiones, ella no era nueva en ese oficio pero se comportaba como si lo fuera, Regina empezaba a dudar que Kristell fuese buena adquisición pero tenía que aprender a obedecer, por las buenas o por las malas.
En fin, Regina accedió a la petición de Alfonso pues ella era una mujer de negocios y sabía perfectamente que al cliente había que darle lo que pidiera.
Más le valía a Kristell hacer las cosas bien sino la propia Regina le haría ver su suerte. Asignó a Alfonso una habitación en la parte de arriba, envió a Kristell ahí advirtiéndole de las consecuencias si Alfonso se quejaba de ella. La chica subió las escaleras sin mirar atrás.

OLVIDARTE JAMÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora