Una densa y húmeda niebla difuminaba la luz de las farolas que alumbraban las calles. Hacía frío, había llovido durante dos días y el agua se acumulaba en las hendiduras de las losas de piedra. Podía sentir el rocío, la brisa cortando la piel de sus nudillos y mejillas, cómo el pelo se le iba humedeciendo, y cómo los movimientos de sus manos se ralentizaban. Caminaba a paso firme, con la mirada fija hacia ninguna parte.
Se escuchaba el golpeteo de sus botas contra el duro suelo resonar por todas partes. Tomó un atajo, aquel día le convenía el trayecto impopular, aquel que invita a la inquietud y la paranoia durante su recorrido. Aceleró el paso, estaba decidida. Se había preguntado qué se sentiría, si sería capaz de hacerlo, si tendría la fuerza suficiente. Él había sido un idiota, un cerdo asqueroso, un mentiroso egoísta... Apestaba. O eso se repetía a sí misma una y otra vez mientras se centraba en el eco de sus pasos.
Llevaba una bolsa bajo el brazo, la descolgó de su hombro y abrió la cremallera, escuchó una picara risilla y miró hacia los lados sin detenerse. Tiró la bolsa hacia unos contenedores mientras se daba cuenta de que había alguien observándola desde el alfeizar de una ventana, una pierna se descolgaba hacia el vacío, era una joven sentada fumando, agarrándose con una mano al marco de madera y con la otra sosteniendo un cigarro, algo muy apropiado. Era una de esas chicas que fuman, o al menos así las llamaban antes. Una puta.
Cruzó la carretera a toda prisa cuando no venían coches y entró al edificio. Subió al ascensor y marcó el piso con celeridad, contaba las plantas al ritmo que este las indicaba, diez plantas, la décima era en la que se bajaba. El rellano estaba a oscuras, la luz de emergencia apenas iluminaba. A oscuras sería mejor. Sacó con cuidado las llaves de uno de los bolsillos de su cazadora y abrió la puerta del piso, como siempre no habían pasado la llave, y con un suave clic esta se abrió acompañada del sonido que producía la fricción de la puerta contra la alfombra. Caminó despacio por el pasillo mientras trataba de hacer el menor ruido posible, la poca luz que había salía de la última habitación, la suave música se deslizaba por el ambiente, y el olor a frito se extendía por toda la casa. Estaba cocinando. Llegó al umbral de la puerta y ahí se encontraba él, de espaldas a ella, con un trapo echado sobre el hombro y la sartén cogida por el mango.
—No intentes asustarme, te he oído entrar.
Fue lo último que dijo. Lo último que diría. El suave y afilado cuchillo cortó la piel de su cuello en un movimiento rápido, como si fuese mantequilla, la el corte se abrió, como se habre un pedazo de gelatina que tiene una fisura, mientras brotaba la sangre. Ella, creyendo que aquello no sería suficiente, hundió con fuerza la hoja, destrozándole la carótida. Sintió a través del cuchillo como se rompían las fibras y el tejido, cómo el cartílago de la tráquea se quebraba y, aquel sonido viscoso y casi crujiente... Se desplomó como un saco de cemento, con los ojos abiertos. Arrodillada a su lado se limpió las manos al pantalón mientras trataba de imaginar cómo se habría sentido él, qué habría estado pensando durante los segundos que aún había continuado con vida. Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar lo que sintió ella misma, lo fácil y a la vez difícil que había sido. El olor denso y empalagoso de la sangre mezclado con el aroma a aceite quemado que inundaba la habitación le daba arcadas, un enorme charco se extendía por el suelo, lo toco con las manos, todavía estaba tibia, algo espesa y viscosa. deslizó las manos por el suelo, como un niño que juega con pintura, mientras no se preguntaba absolutamente nada.
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Morgue
Mystery / ThrillerEn esta obra se recopilan relatos cortos y escabrosos sobre crímenes sangrientos y un poco de miseria humana. //La publicación de los relatos es periódica.