No conocí a flor más divina, cuerpo de ensueño, expresiva cómo la rosa, generosa cómo la gardenia, fuerte cómo una espada; parecía figura labrada por Fidias, perfecta silueta de finos relieves, se postró ante mis ojos atónitos que de miedo callaron, me perdí en la selva de su encanto, en los montes de Venus había paraíso; ¡eso! Una diosa, joya bañada en bronce y sangre de plata, cabellos de hilos de ébano, dos perlas de adversa luz que reflejan a la dama nocturna, no era de Olimpo, nació hija de Xipe Tótec y Quetzalcoatl, entre vainillas y nochebuenas se cobijaba, habló por la música de quetzales y el colibrí le arrullaba, entre las flores creció, ojos de azabache, brillo de octubre, por supuesto que iba a perderme, para todo insomnio hay nombre y el suyo es tan fuerte como una espada, tan noble y moldeable como el agua, musa entre las musas, joya entre las joyas. Edgar Sánchez