La vida de una persona siendo un perro

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Una noche, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un bellisimo animal. Estaba tumbado en el suelo, solamente se sentía un pelaje suave como algodón, al pararse se dio cuenta de las 4 patas que el tenia, una lengua que a cada rato debía sacar y una cola. El decía - ¿Qué me ha ocurrido?No estaba soñando. Su cuarto, una habitación normal, aunque muy pequeña,tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños -Samsa era un chef profesional-, y de la pared colgaba un cuadro de parís. La imagen mostraba el viaje de Gregorio y su recorrido por el mundo. Gregorio miro por la ventana estaba soleado, y sobre el tejado se escuchaba a un gato, lo que le hizo sentir rabia.«Bueno -pensó-; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estaslocuras?» Pero no era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado izquierdo, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara se quedaba boca abajo sobre su cuatro patas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró losojos para no tener que ver aquella confusa agitación de su lengua, que no cesó hasta que notóen el costado un dolor jamás sentido hasta entonces.- ¡Qué cansada es la profesión que he elegido! -se dijo-. Siempre de viaje. Laspreocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar delas molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes;la comida; relaciones que cambian constantemente, que nuncallegan a ser verdaderamente cordiales, y en las que no tienen cabida lossentimientos. ¡Al diablo con todo!Sintió en el vientre una ligera picazón. Lentamente, se estiró sobre la espalda en dirección a la cabecera de la cama, para poder alzar mejor la cabeza. Vio que el sitio quele picaba estaba cubierto de extraños puntitos blancos. Intentó rascarse con una pata; perotuvo que retirarla inmediatamente, pues el roce le producía escalofríos.
- Estoy atontado de tanto madrugar -se dijo-. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fondapara anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cómodamentesentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuesepor mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a verel director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mesa, ésa sobrela que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, comoes sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza.En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mispadres -unos cinco o seis años todavía-, me va a oír. Bueno; pero, por ahora,lo que tengo que hacer es levantarme, que el avión sale a las cinco.Volvió los ojos hacia el despertador, que tictaqueaba encima del xbox.

¡Dios mío! -exclamó para sí.

Eran más de las seis y media, y las manecillas seguían avanzando tranquilamente.En realidad, ya eran casi las siete menos cuarto. ¿Es que no había sonado el despertador?Desde la cama se veía que estaba puesto a las cuatro; por tanto, tenía que haber sonado.Pero ¿era posible seguir durmiendo a pesar de aquel sonido que hacía estremecer hastalos muebles? Su sueño no había sido tranquilo. Pero, por eso mismo, debía de haberdormido al final más profundamente. ¿Qué podía hacer ahora? El avión siguiente salía a lassiete; para cogerlo tendría que darse muchísima prisa. El muestrario no estaba aúnempaquetado, y él mismo no se sentía nada dispuesto. Además, aunque alcanzase el avión,no evitaría reprimenda del amo, pues el mozo del almacén, que había acudido al tren a lascinco, debía de haber dado ya cuenta de su falta. El mozo era un esbirro del dueño, sindignidad ni consideración. Y si dijese que estaba enfermo, ¿qué pasaría? Pero esto,además de ser muy penoso, despertaría sospechas, pues Gregorio, en los cinco años quellevaba empleado, no había estado nunca enfermo. Vendría el gerente con el médico delMontepío. Se desharía en reproches, delante de los padres, respecto a la holgazanería deGregorio, y refutaría cualquier objeción con el dictamen del doctor, para quien todos loshombres están siempre sanos y sólo padecen de horror al trabajo. Y la verdad es que, eneste caso, su diagnóstico no habría sido del todo infundado. Salvo cierta somnolencia,fuera de lugar después de tan prolongado sueño, Gregorio se sentía francamente bien,además de muy hambriento.Mientras pensaba atropelladamente, sin decidirse a levantarse, y justo en elmomento en que el despertador daba las siete menos cuarto, llamaron a la puerta queestaba junto a la cabecera de la cama.
- Gregorio -dijo la voz de su madre-, son las siete menos cuarto. ¿No teníasque ir de viaje?¡Qué voz tan dulce! Gregorio se horrorizó al oír en cambio suya propia, que era lade siempre, pero mezclada con un penoso y estridente silbido, en el cual las palabras, alprincipio claras, se confundían luego y sonaban de forma tal que uno no estaba seguro dehaberlas oído. Gregorio hubiera querido dar una explicación detallada; pero, al oír su propia voz, se limitó a decir:

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⏰ Last updated: Sep 30, 2018 ⏰

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