Hasta El Fondo Del Mar

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Me hundí entre las aguas negras de aquel acantilado, todo sería mejor así, conmigo muerto. Aquello no hubiera pasado y seguiría normal, aún ahora, mientras me ahogo en las profundidades del mar sin alma, pienso que desde un principio no debí de haberle saludado. Tal vez si solo hubiera decidido dejarle ir, ignorar su sonrisa brillante y sus cabellos azabaches todavía ambos estaríamos sonriendo. Sólo... sólo si lo hubiera hecho a tiempo.

Pero el sol quemaba tanto que me impedía pensar adecuadamente, y como me miraba me bloqueaba, no nos conocíamos, estábamos tan lejos el uno del otro. Literal y metafóricamente. Porque aquel rayo que se coló por las persianas bajadas de la cafetería de mi madre iluminándole de perfil fue suficiente para que mi corazón quemara, se sentía bien esa sensación, pero a la vez dolía, creo que desde un principio lo nuestro no funcionaría. Pero cuando sus labios se estiraron en una sonrisa que considero única no pude detener a mi cuerpo, que con pasos temblorosos se acercó a aquel extraño que con tan sólo una mirada me había encerrado en su burbuja de misterio. Aun en este momento, mientras las lágrimas se mezclan con el agua salada no dejo de repetirme las palabras que ridículamente dije. Pero él, haciéndole más perfecto todavía, ignoró y me invitó a sentarme con él. Desde esa posición su pelo brillaba más, sus ojos resplandecían y su delineador lo hacía más hermoso. Y aún pienso que nunca debí dejar que me encarcelara en sus ojos, me hizo sufrir, y cuando yo sufría él también lo hacía. Y rezo porque una vez yo desaparezca vuelva a sonreír como antes lo hacía. Realmente amaba su sonrisa. Realmente lo amaba completamente. Si él sonreía el sol brillaba más para mí. Puede ser que parezca cursi pero me convertí en su admirador secreto, para mi suerte, y desgracia, sólo vivía dos pasos más delante de mi casa y de la cafetería. Cada mañana, antes de que despertara, le dejaba una nota o cualquier detalle, y corría sonrojado para esconderme y poder ver como se alegraba. Mientras el aire escapa de mis pulmones, afilado y letal, recuerdo sus ojos mirándome aquella vez que me pilló infraganti al lado de su puerta, acuclillado dejando junto al regalo una nota donde le citaba para vernos, con los ojos cerrados siento como si simplemente hubiera sido ayer y no años, como era de verdad. Siento sus manos abrasando mi piel cuando después de leer la nota me levantó del suelo con una sonrisa risueña y me arrastró al primer parque que vio, todavía oigo sus risas en mis oídos, ojala hubiera seguido de esa manera las demás veces. No recuerdo cuando fue que nuestro amor se fue degradando y volviéndose enfermizo. No lo hago. No lo quiero hacer. Pero sí recuerdo sus lágrimas cristalinas recorrer su rostro y clavarse en mi pecho como si de una espada recientemente afilada se tratara. Nunca quise engañarte porque sinceramente no lo estaba haciendo, te lo expliqué millones de veces hasta que la voz me falló y yo también me rompí ante tus empeños en adjudicarme mentiras. Ni siquiera sé cómo no aproveché el tiempo y te besé, esperé por ti sin quejas, sin presiones, y cuando creía que por fin tendríamos algo más que citas sin sentido y roces de manos furtivos todo se cayó por el acantilado. Al igual que yo. Es por eso que decidí acabar conmigo de esa forma. Si pudiera retroceder el tiempo había evitado ese fallo. No el de la falsa infidelidad, sino el de haberme acercado a ti. Nunca debí pisar territorio desconocido, nunca debí aventurarme entre la espesa vegetación que me tentaba a seguir avanzando y encontrar el misterio que se escondía en medio. Un medio que no era tu corazón, ni siquiera creo que tuvieras. No, no tenía yo. No lo tengo ahora. Pues mi cuerpo se ha convertido en otro de los restos de los barcos hundidos. Oigo tu voz amortiguada por el agua. Todo esto es un cruel sueño. Yo estoy...

 -­Chanyeol... Vamos... Mi amor...

Muerto.

Suicidios amorososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora