The Reaper

El Cegador

—Ambos somos hombres de ideales. Este lugar un día será uno de los puntos clave de este país, uno de progreso, y eso no se logra con unas cuantas granjas de ganado. Dijo el sujeto mientras encendía un habano.

El forajido se acercó y levantó de su silla al sheriff, lo estrelló contra el mueble de atrás y lo golpeó un par de veces, el sheriff cayó al piso de madera haciendo estruendo.

— ¡Todo esto por una puta granja miserable con unas cuantas cabezas de ganado!-, gruñó el hombre escupiendo un trago de sangre, intentó alejarse pero el forajido puso su bota sobre su aplastando su cabeza contra el suelo

— ¡¿Al menos recuerdas sus nombres?!-, presionó más fuerte

—Progreso y seguridad—, paso saliva— son los únicos nombres que he de recordar...

— ¡Ahora también será infierno!-, gritó el forajido volteando de espaldas al suelo al sheriff, puso su pie en su pecho y tomó su escopeta recortada de su espalda, la apuntó directo a su cara mientras gorgojaba intentando liberarse. Cesó su resistencia en cuanto el gatillo se accionó, y con un trueno su cabeza se regó por el suelo.

Salió de la casa de su víctima. Habló a su purasangre de pelaje negro como la noche y montó, miró su reloj de bolsillo, volteó a ver el camino al Este

— ¡Hya, hya!-, exclamó mientras espueleaba su caballo tomando las riendas con fuerza, una lágrima resbalaba por su mejilla mientras los cascos del equino golpeaban el suelo apresurados.

En las praderas, escondido tras una piedra, recargado sobre ella estaba su rifle, cerró su ojo izquierdo mientras miraba por el aumento, en la mira tenía a un gran venado, sano y orgulloso con enormes astas. La carne sería suficiente para alimentarlo a él y su familia un buen rato, puso su dedo en el gatillo, contuvo la respiración unos segundos... 1,2... tiró y acertó, de inmediato la manada comenzó a regarse por la planicie, asustados por el estruendo, el vaquero salió de su lugar de acecho y caminó triunfante a reclamar su presa, se arrodilló junto al venado, después, tomando su cuchillo comenzó a quitar la piel y a retirar la carne comestible, la guardó para luego montar en su caballo, miró su reloj y lo guardó, tomó camino de tierra y comenzó a galopar.

El sol se estaba poniendo, llegó a la cima de la colina detrás de la que estaba su casa, desde lo alto pudo ver una columna de humo negro alzándose sobre su terreno, de inmediato espueleó su caballo y a todo galope llegó a la entrada de su granja, bajó de su caballo con rifle en mano, ignorando su granero en llamas corrió a su casa, subió el porche, las ventanas de su hogar estaban rotas y escupiendo llamas al exterior, — ¡Sofía!-, dijo acercando su mano a la chapa de la casa, pero de inmediato la soltó, el metal estaba a nada de rojo vivo, soltó un gruñido y con su rifle disparo a la cerradura, irrumpió en su propia casa siendo una cortina de humo denso la que le dio la bienvenida, —¡Sofía, amor!-, tosió, de inmediato corrió a la sala, una viga cayó del segundo piso, pero nadie respondía a sus gritos, registró la cocina, solo quedaba un lugar por revisar. Caminó por el pasillo y escuchó un crujido seco, dio un giro por el suelo eludiendo a la muerte, vio cómo una enorme viga atravesaba el suelo en el que estaba parado instantes antes, sin tiempo para revisar su condición subió por las escaleras que comenzaban a encenderse, corrió a la habitación de su hija, —¡Linda!, ¡¿Dónde estás?!-, gritó al abrir la puerta, pero nadie respondió, registró la habitación mientras su tos empeoraba, nadie estaba ahí, se apresuró a la otra habitación desesperado, pateó la puerta que cayó debilitada por las llamas, el fuego había devorado el perfume de su esposa. Buscó, en el clóset, el baño, debajo de la cama, no había nada, un alivio momentáneo le pasó por el pensamiento, miró por la ventana que daba al establo de ganado. Frío... un escalofrío, las piernas le temblaron, su corazón se detuvo, al borde del desmayo lo único que lo mantuvo despierto fue el ver a su esposa y su pequeña...