El Principio

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Nos recibieron con un corto toque de trompetas, mientras a nuestro alrededor se hacía el silencio. Algo me decía que iba a acabar mal, pero lo ignore. A paso rápido me sitúe al lado de mi maestro, que con cara resplandeciente y sudorosa miraba a su alrededor. En cuanto se dio cuanta que Le observaba me miro con dureza. Aclucó los ojos con frialdad y sus cejas se levantaron. Sonreí. En aquel momento solo podía pensar en lo gracioso que estaba. Entonces gire la cabeza. La expresión de mi maestro cambió completamente, y con una reverencia exagerada se arrodilló en el suelo y me izo una seña para que le imitase. Apoye mi rodilla en el suelo y levante la cabeza. Coronado por una preciosa pieza de oro con hermosas piedras incrustadas y sentado en un trono de resplandeciente plata estaba el emperador.
Tengo que decir, es cierto, que a mi parecer Zhologad estaba mejor sin emperador, ni rey ni nada, solita y sin preocupaciones. Pero bueno, tampoco iba a rebelarme. Eso me izo sonreír. Sin embargo y para mi pesar mi maestro se dio cuenta y me pegó un codazo justo antes de volver a levantarse para ofrecerle al emperador su regalo. Vale, admito que tenía mis reservas con mi maestro, y que tampoco me caía lo que se dice bien, pero es cierto que se lo merecía, vaya si se lo merecía. 


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