Aún recuerdo cuando había llegado a la secundaria Robinson por primera vez. No fue fácil cambiarse de ciudad, extrañaba a mi mejor amigo en el cual confiaba y que se había quedado a unos seis mil kilómetros de donde me encontraba ahora. Mi madre debía realizar un proyecto donde me encontraba actualmente durante todo un año hasta poder regresar a nuestra ciudad por razones laborales. Todo parecía como si tuviese que comenzar de nuevo, debía volver a socializar con todo el mundo en el nuevo entorno donde estaba y sentía que todo lo que había construído alguna vez, se desmoronaba en segundos. Sentía muchas incertidumbres, miedos e inseguridades al estar en otro lugar tan lejos del calor de mi antiguo hogar y aunque mi madre escuchara mis emociones para mí no era suficiente.
Pronto me di cuenta que debía tomar las cosas con calma. Recién comenzaba el otoño y era una nueva escuela, una oportunidad también para hacer nuevos amigos y no caer en la depresión de sentirme solo. Recuerdo aquel 4 de agosto cuando dirigí mis pasos hacia aquella escuela de paredes grises y techo rojizo, inspirada en el estilo romántico de finales del siglo XVIII. Ese día tuve ímpetu de salir de casa y dejar mi pereza atrás. Aquel lugar poseía un gran sendero que era recorrido por pequeños arbustos de flores silvestres decorados en ambos lados y por donde se girara la cabeza, podía apreciarse un basto terreno arbolado que estaba adornado por las hojas amarillas, marrones y rojas que caían de aquellos árboles que alguna vez fueron frondosos durante la primavera y que ahora poco a poco van quedando desnudos con el cambio de estación. El pasto alrededor se movía por la acción de la brisa otoñal que sonreía frente a mi cara al pasar por ella pero que me causaba un poco de fastidio a veces porque con sus travesuras me golpeaba de frente.
Aún así, iba caminando poco a poco y observando como los demás chicos conversaban y subían las pocos escalones que separaban el piso de la escuela con el camino que estaba recorriendo. Al llegar hasta la puerta, giré la perilla e ingresé para buscar el salón correspondiente que me habían asignado.
—Buenos días a todos. ¿Este es el grado undécimo "B"? —pregunté agarrando una de las maniguetas de mi maletín azul y blanco con una mano mientras que en la otra sostenía el papel luego de haber observado las nomenclaturas de algunos salones.
—Sí, estás en lo correcto. Este es el grado undécimo "B" —sonrió una osa panda robusta, de ojos color esmeralda y moños rosados que me invitó a tomar asiento junto a ella.
—Oh, muchas gracias —dije correspondiendo a su cálida sonrisa para ubicarme en el lugar que ella me había ofrecido.
—Encantada, es un placer. Nunca te había visto por aquí antes —dijo ella mirándome con mucha curiosidad.
—Oh...jeje. Sí...soy nuevo. Hace poco me mudé a esta ciudad y... espero hacer amigos. Mi nombre es Julián y tengo 16 años.
—Es un gusto conocerte, Julián. Mi nombre es Amanda y tengo 17 años —sonrió nuevamente la osa para luego estrechar mi mano en un amistoso y seguro apretón de manos.
Había sido genial tener un buen comienzo con alguien de casi mi edad y haberle dado una buena impresión a pesar de no llevar tanto tiempo de conocernos. Por un momento, mis dudas y temores sobre comenzar bien o no llevándome con mis compañeros, se fueron despejando con el pasar de las semanas al ir socializando con ellos y conociéndolos más pero con ninguno generé tanta confianza y tanta empatía como lo hice con Amanda, quién tan sólo en un mes ya se había ganado mi entera confianza y no es para menos, la osa era confiable. Cuando el mes de septiembre llegó, había conocido a todos los profesores que me habían asignado para el correspondiente periodo académico pero aún faltaba el profesor de Filosofía que no había sido asignado aún e igual tampoco me interesaba mucho en que viniera.
—Se han tardado mucho en conseguir un profesor de Filosofía, ¿no lo crees Amanda? —le dije mientras hacía un dibujo en mi cuaderno de Química, aprovechando que había sido uno de los primeros en terminar el taller en binas que nos habían dejado antes de lo esperado.
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Cristal [Proyecto Furry 2018]
Short StoryJulián es un tigre adolescente cuya madre se ha mudado a una nueva ciudad por cuestiones de trabajo. Al comienzo el chico siente nostalgia porque siente que debe comenzar su vida lejos del lugar donde nació, creció e hizo prácticamente toda su vida...