Eternidad

191 13 54
                                    

Cuando los Dioses crearon el Universo todo era tranquilidad, los planetas sólo eran cuerpos inertes y las estrellas eran los únicos que parpadeaban para indicar que al menos algo tenía vida. Los Dioses amaban esa tranquilidad, no había nada que pudiera perturbarla, o al menos eso creían.

Y en esa tranquilidad estaba la Tierra. Esa esfera cubierta por agua mayormente; y donde no había agua, existían grandes y grandes extensiones de tierra seca, montañas, llanuras, pero todo sin vida, sin rastro de plantas o animales y un silencio total, que ni en las costas había ruido, por que el mar no tenía olas que golpearan las grandes rocas.

Y por arriba del inmenso mar estaba el cielo azul y en él solo las nubes podían verse o a veces no, sólo aparecían y poco a poco se difuminaban con el poco aire que había.

El sol se le veía tan resplandeciente durante el día, y viajaba vigilando la tranquilidad de todo el planeta. Cuando el sol se ocultaba por el horizonte, la Luna emergía remplazando su guardia, a ella lo acompañaban las incontables estrellas centelleantes para dar luz en las oscuras noches.

En el cielo se encontraba la hija del Dios viento, una chica joven y hermosa, piel blanca, de cabello corto y cenizo con ojos verdes. Se la pasaba recorriendo el cielo una y otra vez, ya se conocía de memoria cada parte del planeta, a veces se sentaba a observar desde las montañas más altas y otras veces simplemente se quedaba arriba en el cielo. Así era desde siempre, llevaba mucho tiempo ahí arriba, incluso siglos.

Desde arriba podía verlo todo, pero lo que más deseaba era conocer lo que había debajo de ese océano azul, al que tenía prohibido bajar. Sabía que existía un guardián, pero jamás lo había visto, pues al igual que ella, tenía prohibido subir a la superficie.

Un día, desesperada por ver lo mismo de siempre, y con la curiosidad de sentir al menos una vez el agua, decidió bajar lentamente, tan lento que el pulso se le aceleraba conforme iba bajando. Cada vez lo veía más y más cerca, y se detuvo a sólo unos centímetros, volteo la cara abajo y sus pies hacia arriba y extendió una mano dispuesta a sentirlo por primera vez, pero antes de tocarlo con sus manos, acercó su rostro para inhalar su aroma y cerro los ojos y su rostro estaba a un centímetro del mar y de repente...

Luz y oscuridad. Luz en la superficie por los rayos del sol que atravesaban la superficie marítima. Oscuridad en las profundidades. La guardiana de las profundidades marinas vivía precisamente ahí abajo cuidando "nada", porque tampoco había vida debajo del mar. Su deber como la hija del Dios del agua era quedarse ahí durante mucho, mucho tiempo.

Pero tenía curiosidad por saber que había arriba de la superficie, quería ver el sol, las nubes, las estrellas, las montañas y todo lo que existía fuera del agua. Estaba cansada de recorrer las inmensas aguas. Quería salir de tan espantoso encierro.

Tomando valor motivada por la curiosidad, decidió emerger y nadó y nadó hasta arriba, cuando faltaba poco para llegar disminuyó su velocidad y muy lentamente se fue acercando, notó los rayos del sol y se puso muy nerviosa, pero decidió seguir avanzando. Faltaba muy poco para llegar, cerró los ojos y asomó la cabeza a la superficie, inhaló un bello aroma, sintió el aire recorrer su rostro, con los ojos cerrados inhaló una y otra vez. Era el mejor aroma que jamás había sentido en su olfato, era relajante e increíblemente bello. Pero al abrir los ojos, no vió el sol, ni las nubes, fue algo más...

Ojos azules, cabello aguamarina, piel blanca de terciopelo y labios carnosos y hermosos, una hermosa mujer. Sus ojos se clavaron en ella y la miraban con asombro e inquietud. La hija del viento se quedo hechizada en esos ojos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 16, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

ETERNIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora