Treinta y dos.

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Me obligó a punta de amenazas hacia mis hijas para que le pasara las escrituras de varias propiedades a su nombre, también grandes cantidades de dinero a sus cuentas bancarias.

Celebro su triunfo revolcándose con dos mujeres en mi cama, mientras yo lloraba en una esquina de mi cuarto a causa de los golpes que recién me había propinado.

Después de haber sido una mujer muy segura de mi misma, él me convirtió en un guiñapo.

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