parte única.

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Renato era perfectamente consciente de que se estaba portando como un niño; un niño impaciente y caprichoso, pero le daba exactamente igual.

Llevaba mucho tiempo sin ver a su novio, más aún sin tener un rato para estar a solas con él, para estar con él como ambos quería estar, y estaba hasta las narices. Estaban de vacaciones, por fin tenían unas cuantas semanas libres, y aún así no podía ver a Gabriel, porque verse mucho sería obvio, porque los dos tenían gente a la que querían visitar, porque... porque aquello era una
mierda, Renato estaba hasta las narices de ser generoso y abrir la mano, y simplemente quería a Gabriel cerca.

Ahora. Ya. Antes de ayer.

Y por eso no estaba teniendo ningún problema en hacerle saber su opinión a su chico, que al otro lado del teléfono intentaba calmarlo, sin mucho éxito, porque Renato estaba a solas en el jardín de la casa de su madre, y no tenía problema ninguno en subir la voz para conseguir que Gabriel lo dejase quejarse a gusto.

- ¡Te extraño Gabi! - dijo interrumpiendo lo que fuera que el rizado estaba a medio decir - Te
necesito acá, o necesito estar ahí, me da igual. Odio que estemos tan lejos, ni siquiera podemos escaparnos un rato para vernos, ¿no podrías venir? ¿O ir yo? Por favor, es que...

- Tato... - empezó a decir Gabriel intentando parar su perorata.

- ¡Es que te extraño mucho! - bramó Renato, no estando por la labor de ser interrumpido en lo que era a partes iguales una confesión sincera y un intento de salirse con la suya - ¿Qué pasa? ¿Soy el único de esta relación que está cansado de no ver al otro?

- ¡No digas tonterías, Tato! - exclamó su novio - Claro que tengo ganas de...

- A lo mejor soy yo, que soy un exagerado - cortó el menor de nuevo - Pero me cuesta hasta dormir por las noches, pero sé que tenías planes, y si vos no me extrañas tanto no tenemos
porque...

- ¡bebe! - chilló Gabriel para conseguir que se callase - Claro que te extraño, y...

- Entonces, por favor, por favor, por favor, déjame que vaya a Brasil.

- Tatito, eso no va...

- Si no te parece buena idea vení vos, sólo lo decía para que pudieses estar más con tu hermano, pero me da igual que vengas vos, o que volvamos los dos a Buenos Aires , quizás así sería más...

- Bebe, por favor, ¿podes callarte un momento? - y aquel era el tono exasperado y cariñoso de Gabriel.

- ¡No, estoy intentando conseguir que nos veamos! - protestó Renato con un mohín - Necesito que me digas que te parece mejor, para saber si hacer la valija, o esperarte, y cuando salir de acá y...

- ¡Tato! - chilló el rizado otra vez - callate un segundo, por favor.

- ¡Perdón! - se disculpó el chico pasándose una mano por el pelo en un gesto de desesperación - Es sólo que odio estar así, y no sabes la falta que me haces, estoy volviendo loco a todo el mundo, mí hermana va a asfixiarme con una almohada, ya ha intentando asfixiarme con...

- Tatito...

- ... un cojín en el salón, y ni siquiera puedo distraerme con una serie...

- Bebe...

- ... porque me acuerdo de vos, y de todas las veces que las vemos juntos en el sofá, y de que no te importa que...

- Amor...

-... te las haga ver cientos de veces, como Titanic, y sé que me pongo muy pesado, pero siempre te da igual. Y no puedo ni hacer eso porque...

- Por favor podes...

- ... me acuerdo tanto de vos que sólo tengo ganas de estar con vos. Y me comí cuatro hornadas de galletas extrañandote, voy a ser el muñeco de Michelin cuando me veas y ya no me vas a querer más, y va a ser todo porque...

- ¡RENATO! - bramó Gabriel finalmente.

- ¿¡Qué!? - le gritó el menor enfadado.

- Que te gires Quattordio, que te gires.

Y esa voz no había venido del teléfono, ni la voz, ni el suspiro cariñoso que había seguido a aquellas palabras. Esa voz venía de unos metros por detrás de él, porque todo lo que se oía del teléfono era la señal que quedaba una vez que se había cortado la llamada. Renato se giró tan rápido que sintió como el jardín giraba con él, y tan solo a un par de metros, con una sonrisa torcida, los brazos abiertos, y vestido con una de sus camisas, estaba Gabriel.

- Sorpresa - dijo el mayor encogiéndose de hombros, al tiempo que su sonrisa se ensanchaba más, y
Renato hizo lo único que podía hacer en aquel momento.

Saltar, literalmente, a sus brazos.

- ¿Qué haces acá? Perdón. ¿Cómo viniste? ¿Qué haces acá? - preguntó a toda velocidad, dejando besos en su mejilla, en su nariz, en su cuello, en todos los sitios que sus labios se iban
cruzando, colando una disculpa en medio, porque lo había atacado con tal intensidad que lo había tirado al césped y ahora estaban los dos tumbados en medio del jardín.

- ¿vos qué crees? - cuestionó Gabriel, sujetándole el rostro con las manos para conseguir que se quedase quieto un momento, y Renato tuvo dificultades para tragar saliva, porque la manera en que Gabriel lo miraba solía causarle ese problema, más si era tan cerca, más aún si hasta hacía segundos lo había extrañado tanto que había pensado volverse loco.

- Te...

- Te quiero - se adelantó Gabriel interrumpiéndolo, y sin dejar de acariciar sus pómulos con los
pulgares lo inclinó sobre él para besarlo.

Renato sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda de arriba a abajo. Llevaba días muriéndose por tener aquello. Una mano todavía en su mejilla, otra hundida en los cabellos de su nuca, dos piernas abriéndose para acomodarlo en medio, los rizos de Gabriel entre sus diez dedos para asegurarse de que no iba a desaparecer de entre sus manos; unos labios contra los suyos, unos
dientes mordisqueando su labio inferior, una lengua colándose en su boca, probando cada recoveco como si quisiese comérselo allí mismo, con el tino que sólo podía dar el estar en terreno más que conocido, la misma lengua haciendo que la suya fuese a otra boca, obligándolo a devolver el beso, dejándolo hacer hasta que el cuerpo que tenía debajo se retorcía contra el suyo.

En casa, estaba en casa. Era Gabriel quien había ido hasta él pero era él quien podía decir que al fin
estaba en casa.

- El te quiero iba a... - empezó a decir, separándose del mayor a regañadientes para coger aire.

- Ahora te interrumpo yo - lo cortó Gabriel con una sonrisa, colando una mano bajo su camiseta para acariciarle la espalda, y dejando que él colase las palmas de sus manos entre él y el césped para pegarlo más a su cuerpo - Haberte callado dos segundos.

- Sólo voy a decirte que...

- Te extrañaba - habló el rizado, cumpliendo con lo que acababa de decir - Mucho, quería venir hace días, y ahora que por fin lo hice pensé que iba a tener que esperar dos horas a que te callases para poder verte.

- Perd...

- La próxima vez que se te ocurra pensar que no quiero verte te doy - añadió completamente serio.

- Es que...

- Mi Papá casi me manda por correos con tal de que dejase de hablar de vos, y sabes que normalmente mi Papá no se cansa de hablar de vos, así que imagínate como estaba - dijo, pasando una mano por el pelo de Renato y haciendo que se estremeciese de arriba a abajo.

- Yo tamb...

- ¡Y ahora no te callabas! ¡Estaba a punto de ir a por una espátula a la cocina y lanzártela! - comentó riendo, cerrando los dedos en torno a un par mechones de pelo para tirar con suavidad.

- ¡Quiero hablar! - protestó Renato con un puchero, poco creíble porque mientras tanto apretó más su cuerpo contra el del rizado, usando el agarre que tenía en su espalda para conseguir que él hiciese lo mismo, y su propia protesta acabó en jadeo.

- Te jodes - respondió Gabriel con una sonrisa de suficiencia, pasando los brazos en torno a sus hombros para ayudarlo a moverse.

- Me tenes que contar cómo te las apañaste para venir - pidió Renato, dejándolo de nuevo sobre el césped para repartir besos más calmados por toda su cara de nuevo.

- No es una historia muy larga - respondió el otro, dejando que las cosas se calmasen y pasasen a ser más dulces, mientras recibía los besos sin dejar de regalar caricias - Después te la cuento.

Renato asintió, y tras unos segundos de besos que empezaron a cruzarse con los que su novio le daba a él, sus bocas volvieron a encontrarse.

Gabriel tenía razón, la historia no era muy larga.

Su novio lo había extrañado, tanto como él lo había estado extrañando, y tras decidir que pasar todo el descanso sin verse era una auténtica estupidez, había llamado a su madre para saber si podía presentarse y darle una sorpresa.

La señora no había dudado en contestar que sí al segundo, le había dicho que podía quedarse ahí el
resto de las vacaciones, y que todos tenían ganas de verlo. Su mamá lo había ayudado a hacer la valija, y le había hecho prometer que para la próxima se llevaría a Renato a pasar unos días. Su abuela le mandaba galletas, y su hermano fotos de su sobrina.

Probablemente la hermana de Renato querría asfixiarlo porque ella sabía lo que iba a pasar desde hacía cuatro
días.

Aquella era la historia, y Gabriel se la contó cuando ya estaban desnudos, agotados y hechos un nudo con el otro y las sábanas en la cama de Renato. Y toda la respuesta de Renato fue besarlo hasta que se quedaron dormidos.

Otra historia ya iba a ser la tortura a la que la hermana del menor iba a someterlos cuando llegase a la noche; porque que tu novio te sorprendiese cuando te morías de ganas de verlo era muy buena idea, acabar haciendo el amor con él cuando tenían la casa para ustedes solos y los dos se morían de ganas de estar con el otro, era increíble, y también una idea increíble; dejar un reguero de ropa por casa era comprensible, y no mala idea cuando te levantabas a recogerla antes de que nadie llegase.

Por otra parte... mandar al suelo el teléfono inalámbrico, con la idea de hacerlo dejar de sonar, cuando tu hermana te llamaba para saber si tu novio y tú iban a querer comida china para cenar, y lo único que conseguían era dejarlo descolgado al lado de la cama, exponiendo a tu pobre
hermana a una serie de eventos que ni tú, ni tu novio, ni ella, nunca habrían querido que se viese
expuesta... eso ya no era tan buena idea.

Pero cuando la venganza de la hermana del menor se desató a Renato le dio bastante igual; porque durante la semana en que su hermana juró hacer de su vida un infierno, también estuvo despertándose todas las mañanas en brazos de Gabriel, o con él en los suyos así que... que ella cambiase la sal por el azúcar las veces que quisiera, o que subiese fotos de su primer cambio de pañal a twitter, había merecido la pena.

De todas maneras, la mitad de veces que le gritaba, Gabriel lo besaba para compensar, así que tampoco es que la escuchase demasiado.

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⏰ Última actualización: Oct 05, 2018 ⏰

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