Apagón

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John Watson estaba en su cama, leía un libro con la escasa luz del sol que se filtraba a través de la ventana de su cuarto. Dentro de poco la oscuridad reinaría Londres y él ya no podría hacer nada más.

Los apagones estaban programados. Normalmente se les avisaba con un par de semanas de anticipación, pero esta vez no fue así, y aquí estaba John, aburrido, tratando de poder distraerse antes de hacer algo drástico. Cómo volver a tener sexo con alguna de sus ex con tal de poder utilizar su internet.

O algo aún peor.

Mientras éstos pensamientos rondaban su mente, no escucho los pasos apresurados en la escalera. De hecho, no fue consiente de su compañero de piso hasta que éste se lanzó su lado. Con los chinos revueltos y la bata azul de satín abierta a sus costados, se posó junto a él. Arrancándole el libro de las manos y haciendo pucheros como un infante.

"John. Aburrido. John."

"Hola, aburrido. Soy John."

"Es en serio, haz algo para entretenerme."

Eso fue lo último que se escuchó y por media hora no hubo sonido proveniente del piso de arriba. La noche cayó sobre Londres y la calle Baker se apagó en su totalidad.

De repente, la voz de Sherlock volvió a llamar a John, sólo que estaba vez las sílabas estaban más alargadas.

Si subías al segundo piso la escena no había cambiado mucho. Sherlock seguía de espaldas en la cama, la bata azul se abría a su alrededor, lo único diferente eran sus piernas abiertas y los dedos expertos de su amigo que entraban y salían de su entrada de forma rítmica.

Sherlock comenzaba a sudar, las gotas de sudor pesado le mojaban la punta de la frente mientras John hacia un giro de muñeca.

"¿Tardarás mucho?" Pese a tener dos dedos dentro y una erección Sherlock no podía ser paciente.

"Un par de horas, tal vez."

La verdad es que Sherlock estaba desesperado, había soñado tantas veces con éste momento que ahora que lo tenía no sabía qué hacer con él.

John lo estaba abriendo, John había aceptado tener sexo con él y Sherlock no podía disfrutarlo porque John se estaba tardando una eternidad en entrar en él.

"Esto es peor que no poder utilizar mi teléfono"

"¿No sientes placer?"

"Hace HORAS que no siento nada más que tus dedos, no entiendo como tus novias podían tener sexo contigo si te tardas EONES en..." Un tercer dedo se incrustó en la cavidad del moreno, un pequeño dedo rozó, casi sin quererlo, el nudo de nervios de su próstata y Sherlock se vio incapaz de decir nada más.

John se dió por bien servido, alejándose un poco, lanzó sus pantalones de pijama al otro lado del cuarto, con la mano izquierda abrió la botella de lubricante, mientras que con la derecha recorría su duro pene con pereza.

La imagen frente a sus ojos era deliciosa, la luz de luna se colaba por la ventana abierta bañando de un color aperlado la pálida piel de su amigo, quién abría y cerraba las piernas buscando ese contacto que John le negaba.

Quizás, en otra ocasión, le obligará a suplicar por ello, pero hoy, la tentación ya era muy fuerte.

De manera pausada comenzó a esparcir el frío lubricante por su longitud, tomarse el tiempo suficiente para aplicar una gran cantidad, no había prisa, lo harían toda la noche si era posible.

John hincó una rodilla en el colchón y el cuerpo de Sherlock se tensó. Comenzaría ahora, en cualquier momento una de las manos callosa de John le separaría las rodillas y lo siguiente que sabría sería que John, al fin, se lo estaría cogiendo.

Sucedió así. La mano experta de John lo tomo de atrás de la rodilla y condujo su pierna hasta su hombro, los ojos azules del médico recorrían con calmada lujuria el cuerpo del detective. Su otra mano se aferró a la huesuda cadera y con un movimiento lento, casi imprescindible comenzó su ingreso.

La cabeza entró con facilidad, ambos hombres dejaron escapar un suspiro de alivio. La pierna de Sherlock, que aún se encontraba en el colchón, se aferró a la cintura del médico obligándolo a entrar más. John no cedió. Se tomó su tiempo, y cada centímetro le quemaba a Sherlock. John no era grande, pero era ancho, demasiado ancho y Sherlock sentía cada pulgada de su ser, podía pintar, casi de memoria la forma de sus venas y no podía acallar los suspiros de placer que abandonaban sus labios.

Cuando John ingresó al fin, se quedó quieto, un silencio se instalo entre ambos hombres quienes sólo podían mirarse a la ojos.

John quería hablarle sucio. Sherlock quería darse la vuelta y quitarle la erección a base de sentones, pero ninguno se movió, nadie dijo nada. Y mientras los coches circulaban bajo la ventana comenzó el vaivén.

"Oh, Sherlock" John le susurró al oído, con un aliento húmedo que le erizo todos los vellos del cuerpo. "Podría correrme ahora mismo."

"Si lo haces te mato"

"No si antes lo hago yo"

La embestida fue violeta, salió casi por completo para después ingresar de golpe, Sherlock se aferró a la cabecera mientras John lo clavaba contra el colchón.

Una y otra vez John ingresaba con fuerza, mientras Sherlock sólo se dejaba hacer y de vez en cuando le clavaba un talón en la espalda.

John lo sintió primero, ese calor en la parte baja del vientre y supo que no quería correrse sin haber probado los labios de su amigo.

Si el sexo había sido violento, el beso era animal, las lenguas inquietas no esperaron a estar en boca ajena para comenzar a danzar, pronto todo era saliva. Y sudor. Y semen.

John fue quien terminó primero, lanzó un gruñido grave y se quedó quieto. Se le marcaron todas las venas del cuello mientras clavaba sus uñas en la cadera de Sherlock.

Sherlock se vino después. Cerrando las piernas en la espalda de John y lanzando un grito agudo que espanto a un par de personas que pasaban bajo la ventana y despertado a la señora Hudson.

Se quedaron así. Pegados, con todo el cuerpo temblando y las frentes juntas. No había nada más que hacer. En cuanto dejarán de verse Sherlock cerraría la bata azul y se iría. John se daría la vuelta e intentaría dormir.

Mañana se darían los buenos días como si nada. Sherlock ignoraria los moretones de su cadera y la molestia al caminar. John iría a un bar y se llevaría a la primera persona que coqueteara con él. Quizás se la tiraría en el callejón de atrás del bar, quizás la llevará a un hotel y empujaría su cabeza imaginando una melena espesa y llena de rulos.

Y luego, tiempo después, en una escena de un crimen, ellos se volverían a hablar y con el tiempo todo volvería a la normalidad.

Pero John fue valiente. Sus labios comenzaron una larga marcha desde el cuello del detective hacia el sur, limpió cada gota de semen esparcida por el largo pecho de su compañero de habitación.

No le dijo quédate pero no hacía falta. Sherlock entendió el mensaje. Cuando John acabó, Sherlock lo tomó de la mano y se recostó contra él.

Nadie dijo nada más. Y en la soledad de la noche ambos hombres agradecieron en silencio por tan acertado apagón.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora