Capítulo 1

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La princesa Selena caminaba por los pasillos seguida de sus tres habituales damas de honor… y la dama Eroeh.

Esta última se hallaba, como de costumbre, algo rezagada, sin apenas participar en la conversación. Cuando se volvió para mirarla con disimulo, la vio ostentando su media sonrisa de siempre, aquella que la había otorgado el apodo de dama Misterio en los casi cinco años que llevaba en la corte. Selena apartó la vista, algo nerviosa. Aquella sonrisa siempre le provocaba una extraña sensación, como si la dama Eroeh escondiera o intuyera un curioso secreto que nadie sabía.

Lo cierto es que la dama había llegado, de hecho, envuelta en misterio a la corte. La princesa de Oriente, la llamaban, pese a que su nívea piel y sus ojos claros no concordaban con tal origen. Se decía que su verdadera procedencia era Persia, aunque nadie lo sabía con certeza. Había llegado un buen día, siendo apenas una chiquilla, con una comitiva de al menos cincuenta soldados de piel oscura y parcos ademanes como una muestra de amistad de las tierras por donde salía el sol. La enviaba su rey, decía, para sellar una alianza firme entre sus tierras y garantizar la paz. El rey Ulric la aceptó encantado y se apresuró a acogerla como a su propia hija. Corría el rumor de que pretendía comprometerla con Lorien, su primogénito, en un futuro no muy lejano. La joven era difícil de pasar por alto, pese a que casi nunca abría la boca y sus pasos eran silenciosos como suspiros. Su actitud no había sido nunca hostil ni reservada, y sin embargo, Serena no confiaba en ella. No podía evitarlo, pero tampoco mostraba abiertamente su animadversión, al contrario que la mayoría de nobles, que se complacían en reírse a sus espaldas y humillarla de forma solapada. Selena sabía que era la envida la que las movía. La dama Eroeh era en verdad muy hermosa… y exótica.

— ¿Creéis que Sir Erran se fijará en mí en el torneo? Oh, es tan apuesto… —suspiró Olga, hija del duque de Dunas Altas.

— No digas insensateces —Jora, su prima, resopló desdeñosa— Sabes de sobra que está comprometido con Daraen de Salmar desde el otoño.

—  Esa zorra estirada —masculló Olga— Es como un témpano de hielo. Erran necesita fuego, calor…

— Lo que Erran necesita es dinero, y ella lo tiene —habló Petra con altanería. Pese a tener un título mucho menor que el de sus compañeras (o más bien debido a ello), tendía a hablar y tratar a todo el mundo como una reina a sus súbditos— Todo el mundo sabe que los Daven están arruinados. Él jamás se fijaría en alguien como tú.

— Eso lo dices porque estás molesta —replicó la otra— Ningún caballero te escoge jamás en las justas.

— Basta —las cortó Selena— No tiene ningún sentido que peleéis y me estáis dando dolor de cabeza.

— Perdón, alteza —respondieron las tres al unísono mientras se dirigían al palco del estadio, custodiadas por la guardia real.

La princesa tomó asiento con el resto de la familia real, y sus damas se situaron un peldaño más abajo. Eroeh se sentó junto a la princesa, en un taburete ligeramente más bajo que el sillón de su señora. Parecía, como de costumbre, ausente, con la vista perdida en el infinito y aquella leve sombra de una sonrisa en los labios. Con todo, Selena se vio en la obligación de establecer un cortés diálogo hasta que diera comienzo la justa.

— Parece que Sir Dennis viene dispuesto a ganar el torneo esta vez —comentó

Eroeh sonrió cordialmente, con un punto de calidez que contrastaba con su pálida apariencia. La verdad era que Eroeh nunca se comportaba de manera huraña o poco dispuesta, al contrario, jamás rehuía una conversación, pero su tendencia a dejar las cosas claras y a expresarse llana y sinceramente hacía que nadie se interesara mucho en conversar con ella.

— Sir Dennis quiere impresionaros. —esa era otra, la dama “olvidaba” muy a menudo el uso del alteza mayestático— Sospecho que es el único motivo por el que se ha arreglado tanto. Espera vuestro favor. —era imposible no percatarse del ligero tono burlón de sus palabras.

— Que siga esperando —se limitó a contestar Selena. No añadió nada más, y apartó la vista, ligeramente incómoda. Ello le impidió ver una leve sombra de decepción que cruzó por un instante la mirada de Eroeh.

Por suerte para la princesa, en ese momento una de sus damas de honor llamó su atención para incorporarla a una relajante charla superficial sobre el peinado de alguna dama de las gradas. La dama Eroeh suspiró casi imperceptiblemente y volvió la vista hacia la arena. No habló de nuevo, y pronto dio comienzo el torneo.

La dama Eroeh permaneció con la vista ausente, mostrando apenas un ligerísimo interés  por los caballeros que pugnaban por ganar una lucha absurda de puro orgullo y vanagloria masculina. Sin embargo, cuando el príncipe Layan resultó vencedor en una de las justas, cabalgó directamente hacia el palco real… hacia ella. Eroeh albergó la esperanza de que se dirigiera a su hermana, pero sus dudas pronto se disiparon.

— Dama Eroeh —proclamó a los cuatro vientos, como si ella no estuviera justo delante de él— ¿Le concederíais vuestra gracia a este humilde caballero para que le ayude en la justa?

Todo el palco se quedó inmóvil, las conversaciones se detuvieron, e incluso el público de la plebe dejó de hablar para centrarse en la respuesta de la aludida, que parecía haberse quedado clavada en el sitio con las palabras del príncipe. Abrió la boca, pero no llegó a decir nada. Por suerte, Selena se percató de su apuro y le pellizcó el muslo con disimulo. Eroeh se sobresaltó un poco, pero al menos reaccionó. Recuperó la sonrisa y tendió su pañuelo bordado al príncipe Layan.

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⏰ Última actualización: Aug 06, 2014 ⏰

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