La tirante y gruesa soga que mantiene estática la hoja es cortada con violencia a la orden de quien manda.
Hace un movimiento digno de un látigo empuñado por un conocedor y termina con su labor de sostén.
Así, empieza el fin.
La guía de madera, dura, gruesa y firme como el mismo árbol que fue cortado para construirla, marca el rumbo de la pieza fundamental del armatoste asesino.
El temblor de la victima poco hace para ayudar. Tiembla porque sabe cual sera su destino final, lo puede ver ya realizado pero le es imposible creer lo que le sucederá.
Cae empujada por una ley física fundamental y toma velocidad, el fin se acerca.
El extremo inferior del elemento cortante fue afilado horas antes para que su propósito se cumpla con suma eficacia.
Ese instante, horripilante si me preguntan, en que la parte mas fina de la fría hoja toca la piel húmeda por el sudor que el pánico produce es excusa para que muchos en la multitud tapen sus ojos, pero todo el mundo escucha el grito interrumpido apenas que había comenzado, de la victima cuya cabeza yace ahora en un canasto.