Logró abordar el tranvía justo a tiempo, las puertas se cerraron a su espalda junto al suspiro de alivio que escapó de entre sus labios.
Los viernes por la noche siempre eran desastrosos, sin excepción alguna. Su vista cansada y sus pies resentidos por las largas jornadas teniendo que aguantar el peso de su enorme cuerpo le recalcaban esa idea. Jamás se había sentido tan cansado. Definitivamente no hubiera sido agradable perder el transporte y tener que esperar bajo el diluvio que se encargaba de crear charcos de agua por toda la estancada ciudad.
Apenas pudo divisar sus alrededores al interior del vagón, pues sus gafas empañadas y húmedas le impedían ver con claridad. Aparentemente, todos los asientos tenían un ocupante, por lo que se sostuvo del pasamanos de seguridad, resignado a continuar de pie el recorrido entero de regreso a casa. Rebuscó entre las bolsas de su empapado abrigo el paño que utilizaba para limpiar sus lentes, pero era un acto inútil, sabía que lo dejó olvidado en casa junto a su objeto de la suerte cuando salió a las prisas por la mañana.
Cerró los ojos, tomando una respiración profunda. ¿Cómo pudo ser tan descuidado?
Así concluía su primera semana de trabajo como médico cirujano en un afamado hospital de Tokio. En contraste con los días pasados, el inicio de su puente de descanso estaba siendo catastrófico, desafortunado, tal y como Oha-asa lo predijo. Por si no fuera suficiente pesar el agotamiento físico y el agua de lluvia escurriéndose de su cabello (porque, siendo un hombre tan precavido, también había olvidado salir con un paraguas en mano), su programa favorito sobre predicciones astrales le advirtió severamente acerca de "una gran sorpresa ambivalente que surgirá al final de la jornada", ¿y qué diablos significaba eso?
Tener que esforzarse en mantener los ojos abiertos no le permitía concentrarse para encontrar una respuesta, pues sus párpados se volvieron sumamente pesados. Se sentía derrotado como quien lo da todo en la práctica y no obtiene ni el más mínimo de los resultados, quedando hambriento, sediento, sin energía para asirse a la rutina diaria; en momentos como este, sus metas parecían muy difíciles de lograr, casi se tornaban inalcanzables.
Volvió a suspirar pesadamente, quitándose los lentes para, por lo menos, tratar de distraerse intentando limpiarlos con la manga de su camisa. Pero la tela no era la adecuada para dicha hazaña, por lo que sólo conseguiría esparcir más la molesta humedad... Quizá debía comenzar a considerar someterse a una cirugía ocular, porque inconvenientes como este surgían en las situaciones más desesperantes y, sin sus gafas, únicamente distinguía la absoluta nada.
—Oye...
Escuchó el llamado simple con el cual, curiosamente, se sintió familiarizado. De pronto una mano ajena le entregó algo que tenía la textura de un paño de microfibra. Le pareció muy extraño, por supuesto, pero prefirió pensar que se trataba de algún ser bondadoso que se percató del apuro del cual no conseguía desenvolverse y decidió auxiliarlo. Lo aceptó sin molestarse en averiguar quién era su socorrista, dedicándose exclusivamente a limpiar los benditos cristales correctamente.
—Gracias.
Extendió la tela hacia la misma dirección en que la recibió, sin tener la certeza de que la persona aún estaba ahí para recibirla. Procedió a ponerse los lentes cuando volvió a escuchar la peculiar voz.
—No los limpias muy seguido, ¿verdad, Midorima?
—¿Qué? —en cualquier otra circunstancia se hubiera molestado en refutar tal reclamo, pero la sorpresa de ver a su antiguo compañero de Teiko fue más fuerte que cualquier otro sentimiento—. ¡Aomine!
El moreno lo observó por largos segundos con la misma curiosidad que recibía. Contuvo las ganas de reír que sintió al ver a los ojos verdes parpadear un par de veces, como si intentara asimilar el tener que levantar la mirada para encararlo: lo rebasaba ahora por uno o dos centímetros aproximadamente, volviendo a marcar esa diminuta diferencia que existía entre ambos en sus años de secundaria.
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Tokio.
RomanceMidorima concluye su primera semana de trabajo en un afamado hospital de Tokio. Sin su objeto de la suerte y con los lentes empañados, comienza a preocuparse por desconocer la conclusión de su día. Sin embargo, la catastrófica situación parece cambi...