Agosto de 1999

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"𝒍𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂 𝒆𝒔 𝒆𝒍 𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒆 𝒅𝒊𝒃𝒖𝒋𝒂𝒓 𝒔𝒊𝒏 𝒃𝒐𝒓𝒓𝒂𝒓"
Jonh W. Gardner

𝕄𝕚𝕝𝕠

Sé que soy un bicho raro pero no me importa. Estoy acostumbrado. Mi cabeza no funciona como la de los demás, o al menos como la de la mayoría, y eso me hace plantearme cosas que a los otros ni siquiera se les pasaría por la mente en mil años.

Por ejemplo, me cuesta creer que algún día valla a ser adulto. Apenas he cumplido 14 años y no soy capaz de imaginarme con 20 o 30.Ni siquiera con 18, que no están tan lejos. Probablemente sea una tontería, pero aveces, cuando pienso en mi futuro y solo veo oscuridad, llego a convencerme de que moriré pronto y por eso no alcanzo a percibir cómo seré de mayor.

No es pesimismo y tampoco es un presentimiento de que va a ocurrirme algo malo, es otra cosa. Siempre he tenido una imaginación desbordante y supongo que he llegado a convencerme de que, si no puedo imaginar algo, es que no es posible.No es posible que exista un futuro en el que yo siga vivo para descubrir en qué clase de hombre me habré convertido.

Lo sé, lo he dicho: una tontería.
Tampoco creo que sea un deseo de vivir una adolescencia eterna y ser siempre así, como soy ahora.

Tengo claro que todos crecemos y Peter Pan es solo un cuento. Cuando miro la foto de mis padres que está colgada junto a la entrada de casa soy consciente de ello. Están sentados al borde de un lago, con un par de patos acechandolos a la distancia sin darse cuenta que están siendo retratados para la posteridad.

Mi padre rodea los hombros de mi madre mientras su mirada se pierde en alguna parte del otro lado del objetivo, mientras ella sonríe tímidamente sin apartar su mirada de la mía, o de los ojos de cualquiera que la observe. Es una foto.Mi padre no podría mirar a otra parte ni aunque lo intentara.Esa es la única foto que queda de él en casa, al menos a la vista. Mi madre se a encargado de deshacerse progresivamente de las demás. De vez en cuando me pregunto si ésta es especial por algún motivo o si un día, al despertarme y bajar las escaleras solo quedará la sombra descolorida del marco en la pared. O tal vez una foto nuestra habrá ocupado su lugar, o alguna reproducción de algún pintor famoso u otra cosa.

Como el jarrón lleno de flores de plástico que ahora ocupa el sitio de su foto de boda que reinaba en el centro de aparador del salón.O la miniatura de la Torre Eiffel que mi madre puso en lugar de la imagen en la que mi padre me empujaba en un columpio cuando tenía 4 años. O la lámpara que llena el hueco que dejó el portarretratos que venía bajo la ventana del rellano. Cada imagen a sido sustituida por otro objeto, porque así la ausencia no es tan perceptible y los recuerdos de lo que un día fue tienen que hacer más esfuerzo para abrirse camino.

Hablando de recuerdos: aquel día, el del columpio, terminé abriéndome el labio contra el suelo al impilsarle demasiado y caer de boca; pero de eso no hay foto.

-Nadie fotografía aquello que no quiere recordar- me dijo mi madre una vez, hablando de esa anécdota.

-No creo que los fotógrafos de los periódicos estén de acuerdo con eso- le respondí. Tengo cierta habilidad para ver las dos caras de la moneda al mismo tiempo.

Dejo las llaves en el mueble que hay junto a la puerta, llevo la bolsa de la tienda a la cocina y subo corriendo hasta mi habitación. Esa es otra de mis costumbres.Correr, no subir las escaleras. Voy siempre con prisa a todas partes aunque nunca llegue tarde.Me acostumbré a caminar rápido cuando comencé a ir al colegio solo, para evitar a los matones de clase, y ahora es algo tan habitual que me agobio cuando voy acompañado a paso lento.

Tal vez por eso nunca engordo, coma lo que coma, porque mi cuerpo vive en un estado de aceleración constante, siempre en marcha, siempre quemando combustible, aunque no lo necesite.

Suelto la mochila en el suelo de mi habitación y me desplomo sobre la cama boca abajo. Resoplo contra la colcha con fuerza, reprimiendo las inesperadas ganas de gritar que se atragantan en el fondo de mi garganta.

Me incorporo y busco el mando de televisión. Una de las ventajas que ya no esté mi padre por aquí es que me he permitido el lujo de agenciarme la vieja televisión de su habitación. Mi madre apenas la usa. La habitación, no la televisión.

No ha dormido en su cama durante estos 5 meses y es posible que el sofá de la sala de estar tenga ya la forma de su contorno dibujada en los cojines. Enciendo el televisor, sintonizo la Mtv y aparece Mariah Carey bailando en la barra de un cine. Lleva puesto un top rosa y unos pantalones vaqueros recortados por la cadera. Estrenaron el video hace unos 3 días y ya me he topado con él unas veinte o treinta veces. No es mi cantante favorita (aunque reconozco que su disco de navidad es la banda sonora de mis primeros recuerdos), pero, después de tal bombardeo, no puedo evitar tararear la canción mientras vacío la mochila y coloco los libros ordenados de mayor a menor, en mi escritorio.
No exagero cuando digo que soy el único chico de mi edad que lleva todo el verano estudiando en la biblioteca.
Y por amor al arte, literal y figurado.

-¿Otra vez esa canción?- pregunta mi madre. Doy un salto del susto porque no la he oído llegar a casa y se me escapa un ligero grito más agudo de lo que esperaba.

-Te pasas el día escuchando eso, ¿no hay más música?-

-Pre..preguntaselo a la Mtv. No.. no elijo yo lo que ponen- balbuceo de forma torpe.
Mi madre tiene cierta tendencia a verme haciendo cosas que podrían parecer lo que no son. Esta mañana estuve media hora arreglando la rueda del monopatín, mientras ella desayunaba, y no se dignó a aparecer por mi habitación. Sin embargo, a aparecido puntual como un reloj cuando un elemento no tan masculino y digno de ser alabado a aparecido en l pantalla del televisor.

Aveces tengo la sensación de que mi madre desconoce completamente quién soy, porque nunca pregunta nada; y, si solo se guía por las apariencias, la suerte y la coincidencia han jugado muy a mi favor.

Cómo aquel día en el que Rossy Andrews nos quiso pintar las uñas a todos los niños de la clase como reto a nuestra hombría y sonó el timbre cuando solo me las había pintado a mi y llegué a casa con una chapuza de manicura y la vergüenza por los suelos.

O ese otro día en el que me molesté por recoger la colada de la secadora y mi madre me vio con una de sus blusas puesta sobre mi pecho; solo la estaba dobland, pero parecía otra cosa.

O, madre mía, cuando el año pasado Jessica Harris me dijo delante de toda la clase que no quería ser mi novia y llegué a casa llorando, exactamente después de que anunciaran en televisión que Geri había decidido dejar a las Spice Girls. Sin embargo, aquel día preferí que mi madre pensara que mis lágrimas se debían a la noticia, porque nunca me a gustado hablar con ella de las chicas que me gustan; y mucho menos cuando me rompen el corazón.

•𝑯𝒂𝒔𝒕𝒂 𝑸𝒖𝒆 𝑫𝒆𝒋𝒆 𝑫𝒆 𝑳𝒍𝒐𝒗𝒆𝒓•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora