Capítulo Uno

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Estaba tranquilo, la brisa llegaba de manera agradable cosa que refrescaba a todos los habitantes de tan dichoso pueblo, los niños jugaban con emoción alrededor de la madre superiora de aquella monumental iglesia, el padre de aquel pueblo era algo joven más era impresionante toda la devoción y el amor que poseía ante lo que hacía, predicar la palabra del señor.

-- Niñas, tengan cuidado

La madre superior decía mientras unas cuantas niñas revoltosas jugaban entre sus vestidos, casi no había ningún chico allí y si alguno hacía presencia por lo general se sentía muy avergonzado al ver tantas chicas y estar entre ellas.

-- Acércate, pequeño, ninguno de nosotros vamos a hacerte daño

Aquel chico que estaba escondido entre la maleza empezó a salir de su escondite, era un niño hermoso y algo regordete, él caminaba de manera tímida hacia aquel hombre joven que lo había llamado con tanta amabilidad

-- ¿Cuál es tu nombre?

El chico pareció pensárselo antes de siquiera abrir su pequeña y rosada boca para hablar, aquellas personas no eran de fiar, o eso era lo que su madre le había dicho antes de darle su consentimiento al infante para que fuera a jugar en el prado.

-- Aleksandr

-- No eres de por aquí ¿Verdad?

El precioso chico negó con la cabeza y miró de manera curiosa al chico joven que venía vistiendo unos ropajes negros.

-- Y ¿Cuál es su nombre?

El sacerdote miró hacia la madre superiora y esta le sonrió como un gesto de consentimiento ante la próxima respuesta del joven.

-- Mi nombre es Eduardo

El pequeño y pálido chico soltó una carcajada inocente mientras removía los mechones de su castaño cabello con gracia por el viento y su risa.

-- Usted tampoco es de por aquí

Eduardo soltó un leve risita y se agachó hasta estar a la altura del chico.

-- Déjame adivinar... Amm... eres... ¿de España?

El chico abrió su boca con asombro y asintió con completa sorpresa, habiendo perdido su miedo inicial.

-- ¿Como lo has sabido? ¿Eres hechicero?

Eduardo sonrió ante la acción tan tierna del muchachito y miró hacia el cielo

-- Él

Eduardo señaló con su dedo pulgar hacia el cielo cosa que hizo que el niño lo mirara de igual manera que él.

-- Me lo dijo

El niño se miró bastamente confundido y le dedicó una mirada extrañada al padre que miraba con ensoñación el cielo.

-- Y ¿Quién es él?

Eduardo miró al chico con sorpresa, como si hubiera soltado una falacia no digna de aquellos labios rosados.

-- Él es el ser que nos dio la vida, él que mandó a su único hijo para salvarnos de cualquier tipo de tentación y maldad, un ser divino. Dios.

El chico miró al padre con extrañeza hasta que su rostro se tranquilizó hasta formar una sonrisa tierna.

-- Oooh, ese sujeto

Eduardo se dio a mostrar de manera algo repudiante ante la palabra que el infante utilizó

-- ¿Sujeto?

-- Sí, ya sabe, él que usted explicó

-- ¿Por qué lo llamas sujeto?

-- Porque eso es lo que es, un sujeto, Mi padre me decía que ese sujeto era engañoso, que Dios era parte de la imaginación de algún hebreo loco-

Eduardo le tapó la boca al niño y negó con la cabeza, no podía creer que alguien dijera algo así de un Dios tan bondadoso como era el de ellos, mucho más si es que las palabras anteriormente dichas eran pronunciadas por un infante.

-- No, hijo mío, él es real y ha hecho varios milagros, al igual que su madre, María La Virgen, la bendita entre todas las mujeres

-- Y ¿por qué sólo la han bendecido a ella?

El padre Eduardo soltó una carcajada y acarició el cabello del infante.

-- Porque ella dio a luz a su hijo, Jesús.

El chico sonrió y sus pálidas mejillas se sonrosaron.

-- Es...

-- Tenles mucho respeto porque ellos cuidan de ti desde el cielo

-- ¿El cielo?

-- Sí, el cielo, un lugar precioso que está destinado para la gente buena

El chico asintió, se veía algo atosigado ante las innecesarias inculcaciones que intentó darle aquel joven padre.

-- Upsi, mira la hora, está tardesísimo, mamá va a estar muy enfadada conmigo si me tardo aún más

El padre miró al chico con una sonrisa y al momento en el que iba a hablar se quedó congelado al ver a incomodidad del muchacho.

-- Ni siquiera has visto al cielo para ver la hora ¿Cómo es que-

-- Vale, Adiós Eduardo.

El padre miró como el chico se iba corriendo así que se levantó y sacudió sus finos y calientes ropajes negros. La madre superior se acercó a Eduardo y se cruzó de brazos para verlo con algo de diversión.

-- Ve a confesarte

-- ¿Que- ¿Por qué?

La madre superior soltó una risita de lo más dulce y negó con la cabeza.

-- Dios no te ha dicho que es español y tampoco mostraste interés alguno en decirle que su acento era muy marcado

El padre soltó una risa y antes de siquiera poder entrar a la iglesia una melodía alegre resonó por todas partes, llamando la atención del pueblo entero.

-- Gitanos.

~AlexandrV~

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