—Dale pibe, soltá el celular.
—No, dejá de joder— Carrefur le restó total importancia al tema mientras con una de sus manos realizaba un gesto amanerado hacia abajo. Seguido de ésto, rodó los ojos dándole la espalda a la joven, siendo que se sentía cansado de sus constantes reproches sobre su móvil. “Usás mucho el celular”, “escuchame cuando te hablo”, “soltalo un rato”; estaba seguro que aquellas palabras le recordaban más a Inés, la vecina de planta baja, que a la inaguantable de su compañera de piso —y mejor amiga— quién también utilizaba constantemente su teléfono. ¿Qué derecho tenía para regañarlo?
—Uy, Zeus, dale Carrefur. Mínimo andá y ordená tu habitación.
El muchacho rió de manera afeminada y quiso lanzar una patada suelta con mucha flojera, al tiempo que continuaba tipeando sobre el teclado de su teléfono —. No, dejá joder.
—Dale nene, ¿te tengo que estar persiguiendo como si fuera tu mamá? Media pila pibe.
El silbido de las aves no dejaba de sonar a lo largo y ancho del piso. Cantaban felices, observando el sol, inspiradas por la luz y el bonito día.
—Callá a tus palomas o me las voy a comer.
—Te dije que no son palomas la con...— soltó un suspiro. Seguido de eso, dio un corto salto dirigiéndose al paradero del contrario y quedándose en silencio unos segundos.
Fue totalmente ignorada. Ya molesta del todo, estiró su brazo y de sus manos largas le arrebató aquel aparato que no dejaba de utilizar. Al rato, lo dejó fuera de su alcance.
—Mirá, nene, andá a hacer algo o te tiro el celular al inodoro. VA EN SERIO— Aclaró lo último, para que no quepa lugar a dudas. Luego señaló un sitio con su dedo índice —. Ordená esa ropa ya o...
—Qué decís nena, ¿te pensás que te tengo miedo?
—DEBERÍAS.
—Da, andá a cagar— Volvió a tratar desinteresado el tema y le dio un golpe en la frente a su compañera para que se alejara y no lo molestara más—. Dame mi celular.
—NO.
Su muñeca fue presionada fuertemente por el otro, en un inútil intento de recuperar su teléfono. Eso sí, recibió un grito y una intención de mordida que no pudo ser llevada a cabo gracias a los movimientos insistentes de Carrefur.
De ahí, siguió con una jalada de pelo y a partir de ese momento se desató una pelea llena de golpes, empujones, tirones de cabello; cachetadas, y cualquier otra clase de maltrato mutuo. Aún así, comenzaron a aparecer unas risas ni bien pasaron unos segundos de situación. Ahora estaban jugando a quien se quedaba con su móvil.
—Bueno, bueno, bueno, basta— cortó la muchacha, cuando ya los rasguños y jaladas comenzaban a doler demasiado—. Si vas a hacer eso que te pedí, te lo devuelvo. Dale, es tu turno. Yo ya hice mi parte. Vago de mierda.
Carrefur rodó los ojos.
—Ay matate.
Los bonitos pajaritos volvieron a canturrear en su idioma.
—¡CALLÁ A ESAS PALOMAS O ME LAS VOY A COMER!