Wheein nunca tuvo la certeza de que le gustaran las chicas. Solo se guiaba por el sentimiento que brotaba de ella al ver a Hyejin, su vecina y compañera de clases desde que eran unas niñas. No veía a otra chica con los mismos ojos, por más que así lo quisiera. Aunque, realmente, no lo quería.
En algún momento de su adolescencia, cuando las hormonas dominaban por sobre la razón, había empezado a sentir cosas que no podía acreditar como normales, no porque le hubiesen enseñado que estuviera mal sentir ese tipo de cosas por otra mujer, sino porque se sentía como algo impuro. Y mucho más cuando veía a Hyejin al salir de su casa para ir a la escuela. Pero no era culpa suya, y es que su vecina era cada día más atractiva. Aunque no desviara la vista al verla cambiándose en la ventana de frente, ella no era culpable de nada.
Ahora, con dieciocho años, podía decir que quizás sí tuviera la culpa, al no detener sus manos sobre cuerpo cada vez que pensaba en ella. También podría haber servido dejar de pensar en las curvas que se formaban en el cuerpo de su vecina, en cómo se veía tan irresistible e imponente con solo acomodar un mechón de su cabello oscuro. Quizás no ver sus piernas como si fuesen lo más interesante de la sala de ensayos pudo haber servido, o no. Porque de todos modos, Hyejin no era solamente un cuerpo que podría definirse como hermoso, era una personalidad atrapante, divertida, talentosa, inteligente y miles de cosas más que Wheein podía bien enumerar en días enteros.
Estaba enamorada de ella, de todo lo que era.
Le llevó muchos días completos asimilarlo, más porque temía que fuera un imposible que por otra cosa. Y, cuando por fin lo hizo, no encontraba forma alguna de detener los sentimientos que iban, progresivamente, en aumento. No entendía cómo podía seguir sintiendo tanto, si acaso era posible amar así, con tantas fuerzas.
Hyejin se veía cada vez más hermosa a sus ojos, y creía que ya no sería capaz de apartar sus manos cada vez que la tocara por accidente, que quizás al estar cerca de ella no sería capaz de no darle un beso. Cuando estaban en la sala de baile no podía apartar sus ojos de ella, muchas veces pensó que Hyejin ya estaba al tanto de todo. Y es que los espejos hablan (y tendría que ser muy tonta para no notar su intensa mirada mientras bailaba).
Pensando en retrospectiva, Wheein no puede asegurar desde cuándo surgió esa tormenta de sentimientos por su vecina. Porque en los años que la conoce no ha entablado siquiera una mínima conversación con ella, por más que compartieran escuela y vivieran una al lado de la otra. Si acaso aquella vez en su fiesta de cumpleaños número quince, cuando Hyejin llevaba un vestido rojo de encaje, ajustado a cada curva que había proclamado formarse antes de que ella misma se diera cuenta.
Ahora está en la sala de baile, habiéndose rendido a seguir intentando bailar, después de la décima vez queriendo completar la coreografía de su tema favorito. No sacaba a Hyejin de su mente, siquiera cuando trataba de ensayar. ¿Qué podría hacer? Nunca pensó en decirle nada, no estaba en sus planes tener nada con ella (aunque si lo pensaba dos veces sí quería, incluso casarse sonaba bien).
La puerta de la sala se abre y Wheein pega un grito del susto que se ha llevado. Escucha una risa, una que conoce más que bien (y que amaría oír toda su vida).
—Estás aquí —afirma, todavía riendo. Wheein no sabe bien por qué le acompaña, si se le ha reído en la cara, pero asiente en respuesta.
Ella entra y deja un bolso en el piso, junto al suyo. Le mira y le sonríe.
—¿Puedo acompañarte?
La pregunta está demás. Es un obvio sí.
—Por supuesto.
Hyejin elige un tema, al parecer, al azar. No tarda en empezar una secuencia de movimientos que a Wheein se le antojan demasiado intensos para su corazón. Pero necesita dejar de escrutarla y ponerse a bailar, a no ser que quiera ser más evidente que otros días.
Hubiese sido mejor no hacerlo, piensa. Pues ha hecho un desastre, si hasta parecía tener dos pies izquierdos. Joder, qué pena.
—¿Estás bien? —Hyejin le pregunta, ha dejado de bailar para darle toda su atención a ella.
Probablemente deba decirle que estar inclinada frente a mí no es buena opción, teniendo la camiseta que tiene.
Pero no dice nada y aprovecha para ver más de lo que tiene permitido. Un sostén rojo, de encaje (otra vez, deben gustarle), es lo que ve. No repara en lo mucho que la está viendo, o ha dejado de pensar racionalmente como para poder importarle.
—¿Ves algo que te guste?
Jung Whee In se da por muerta a la tierna edad de dieciocho años. Por lo menos, viví bien.
—Qué, no. No, no te he estado viendo. Digo, sí —suspira y trata de calmarse. Que Hyejin se ría todavía más que antes no ayuda en nada.
Prefiere callar.
Hyejin se sienta a su lado y mira a ningún punto en particular, después le observa y sonríe.
—Creo que no eres de las que da el paso —dice. Wheein no entiende, ¿ha sido por el error de recién, cuando tropezó con sus pies? Se siente un poco ofendida, y quiere decírselo, que a pesar de que le guste no va a permitir que le trate así. Pero no puede.
Hyejin le está besando, su amor platónico de toda su jodida vida le está besando. No se para a cuestionar el por qué, ni el qué será después. Extiende sus manos a las mejillas de la otra y le da el beso que ha esperado darle desde los doce años, cuando aprendió un poco más sobre gustar y las cosas que van de la mano con eso. Quizás fuera un poco precoz de niña.
Cuando se separan no sabe qué decir primero, o si volver a unir sus labios es una opción todavía.
—No esperaba que fueras tan intensa —confiesa ella—, aunque tus miradas mientras bailo debieron habérmelo advertido.
Puede que escapar al fondo de la tierra sea una buena opción, piensa. Evita mirarla porque no tiene idea de cómo proceder.
—Veo que no entiendes qué pasó —observa Hyejin—. Me gustas, te besé por eso.
—¿Por qué?
—¿Y a ti por qué te gusté tanto tiempo? ¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué me mirabas tanto? ¿Por qué acabas de ver dentro de mi camiseta?
Wheein no aguanta más aquello y decide que volver a besarla podría ser todavía más bueno ahora.
—Me gustas también.
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Rojo | Wheesa
FanfictionHyejin se veía cada vez más hermosa a sus ojos, y creía que ya no sería capaz de apartar sus manos cada vez que la tocara por accidente, que quizás al estar cerca de ella no sería capaz de no darle un beso.