PRÓLOGO

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Cielos despejados, tan solo un par de nubes para no dejar solo el azul lienzo que cubría todo el horizonte. Suaves vientos agitaron gentilmente las hojas de los árboles, una de las primeras flores de la primavera se encontraba floreciendo, una corriente arrancándola, flotando durante varios segundos en el aire hasta que el viento volvió a hacer de las suyas enviándola lejos, pasando por encima de los muros de aquella fortaleza, tan conocida por el pueblo parisino. 

Después de su viaje por los aires, la florecilla aterrizó sobre la barda del balcón abierto, justo donde en aquellos momentos se encontraba recargada una doncella de cabellos azabaches, perdida en sus pensamientos.

Suspiró afligida.

— ¿Por qué, todo tiene que ser así...?

Se sobresaltó al sentir un suave roce en la lateral de su mano, encontrándose con sorpresa con una pequeña pero hermosa flor rosada. Era la primera que veía desde hace meses, después del crudo invierno de los meses pasados que condenaron a todo el pueblo francés, solo esperaba que todo mejorase para mejor para todo el mundo en los siguientes meses.

Sonrió ante la suave caricia de unos de sus pétalos, tomándola con suavidad, lo llevó hasta sus fosas nasales para aspirar su bello aroma, inmersa en su ambiente de paz y tranquilidad, olvidando por un momento todos sus problemas... a la menos así fue hasta que sus puertas se abrieron de par en par azotándose en el proceso, y una desaliñada morena, sudando por la carrera de encontrar a la chica.

— Por el amor de Dios, Marinette —se apoyó en sus rodillas tratando de recuperar el aire perdido.

Dejó a la morocha recuperarse, aunque ya se podía imaginar a que venía y la regañina que le esperaba. Parecía más su madre que su doncella personal, y ni siquiera su madre le daba la atención como lo hacía su declarada mejor amiga.

— ¿Si, Alya?— quiso hacerse la despistada pero no funcionó que su amiga la fulminó con la mirada.

Alya se acercó con pasos amenazantes, que hubieran funcionado si no hubiera sido que el tema a tratar era el de su vida y su futuro.

— "¿Si, Alya?". ¿Es lo único que tienes que decir? — estaba cansada y los padres de la chica no soportarían más su comportamiento infantil y eso haría que tomaran cartas en el asunto.

Vale, sí. Tal vez se había pasado al tirarle el vino a aquel duque que la pretendía ¿Peo que esperaran que hiciera? Lo único que hacía era hablar de si mismo y las razones por las que debería ser elegido para ser su esposo, a parte de que era un viejo casi veinte años más grande que ella. ¿Por qué todos tenían que ser viejos?

Aggh... Marinette, ya hablamos de esto. No puedes seguir echando a todo el que se te acerca así...

— Tu lo hubieras hecho — interrumpió abruptamente, rió con amargura, negando. Todo esto le dolía más de lo que le gustaría admitir— Mis padres solo piensan en comprometerme... Y ahora... tu también.— Y por primera vez, en semanas, se derrumbó ahí mismo en el piso. Ella no quería casarse, deseaba hacer algo con su vida que sólo ser la esclava y la sumisa de un estúpido con aires de grandeza.

Su mejor amiga acudió a su miseria, abrazándola tratando de demostrarle su apoyo. Sabía lo mucho que ella se estaba esforzando, lo notó al inicio, pero conforme más días pasaban más se desesperaba... al igual que la paciencia del actual rey. Sobó su espalda, dándole unas palmaditas que decían "Todo va a estar bien", aunque sabía que solo eran promesas vacías.

Sin Escapatoria ||Adrinette||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora