P r e f a c i o.

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Solange.

Un recuerdo, un recuerdo tan pesado como el plomo mismo, no  concedía el sueño, negaba todo derecho a este y comenzaba a ser imposible coexistir con el mismo.

Su rostro, sus ojos abiertos exclamando, no, rogando por libertad, por vida.

Y entonces, cuando parecía cercano a él, tratando de alcanzar su mano, rozando las yemas de sus dedos para poder sacarlo de aquel infierno.

“Narrador.”

Las gotas de sudor recorrían su frente, su sport blanco estaba horrorosamente húmedo, era más que claro que aquella pesadilla había sido muy real para el joven, puesto que su corazón iba a pasos agigantados, marcando así, que era difícil respirar. En ese momento, se levantó, como pudo, de su cama y con pasos perezosos se dirigió a la cocina en busca de agua.

Bebió del vaso como si fuese el último, se había deshidratado. Tomó aire, y al contrario de querer dormir de nuevo, camino hasta lo que se podría llamar “Balcón” que tan sólo era una ventana que permitía la vista a la calle, abrió la ventana oxidada con esfuerzo y cuando pudo, lleno sus pulmones de aire lo más que se le permitiera. Exhaló,  acto seguido, se sentó en la pequeña mesedora y con la frazada de algodón, se cubrió, conciliando así, el tan anhelado sueño.

Fiorella.

— ¡Los codos bajo la mesa! — dio un golpe sobre los codos de la rubia, dejándolos enrojecidos con un ardor.
— Bien, ¡Buena postura! — golpe,— no lágrimas,— golpe,— ¡Fiorella! Para ya, así no se comporta una buena niña, una buena niña disfruta de sus regaños, pues en su futuro darán frutos.— la señora de mejillas regordetas carcajeo con su aguda voz.

— Sí, señorita Bugspot, — las amargas lágrimas rodaban por sus mejillas para después, ser limpiadas por las mangas del vestido blanco desgastado.

— Señorita Bugspot, ¿es cierto que están haciendo papeleo para adoptarme aquellas personas?— emitió débilmente formando una pregunta, encontrándose con una mirada fría colmada de desprecio, aquella mujer de tallas extra grandes, se levantó de la silla de madera, con su mano dominante jaló del cabello a la menor, quién, entre quejidos y llantos rogaba piedad; fue llevada hasta la parte trasera del orfanato, dónde, la lluvia torrencial azotaba los árboles, y ahora, la empapaba a ella. Luego de ser echada del Orfanato, buscaba asilo en la casa de los perros pero estos le gruñían, por lo que molesta con la vida que le había tocado decidió, ¡Decidió desde el fondo de su autonomía huir!

Huir de aquél asqueroso sitio, del sitio que le hacía sentir menos que la basura en sí. Huía en busca de libertad, de una familia, de algo que no la mirase hacía abajo.

Entonces, con sus delgadas piernas, cruzó la barda de 5 metros, impulsándose desde unos ladrillos que había apilado para formar una escalera pero cuando estaba a nada de brincar, escuchó la voz de su Mentora, quién, la estaba observando, mientras que entre exclamaciones se podía comprender: “¡Baja de ahí, mocosa inmunda!” sin mencionar las rocas que le arrojaba haciéndola perder estabilidad, una de las piedras había golpeado uno de sus dedos y la estaba haciendo llorar de nuevo, su llanto era amargo pero su voluntad era fuerte como un roble al madurar, fuerte como sus ganar de vivir, motivada por éstas últimas, se aventó al vacío y cuando sintió que el golpe no llegaba, se percató del olor fétido, y sí, eso era.

El bote de la basura había amortiguado su caída; con rapidez, se levantó de la basura, de un brinco saltó, corrió hasta dónde sus delgadas piernas se lo permitieron, llegando así, a una hermosa casa de fachada hogareña que decía, en un rectángulo de barro, «Da Mulher.» decorado con unos lirios preciosos de barro.

Y así, comenzó la libertad de Fiorella,  una niña de tan solo 12 años.

«Hay detonantes en nuestra vida que nos impulsan a hacer cosas maravillosas.»

Sunflower. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora