Siempre leí a través de tus ojos. He sido corsario en una gran fragata y buscador de
tesoros en tierras salvajes. He resuelto misterios ataviado de una gorra de paño y
fumando en pipa. Incluso he amado como un adulto siendo todavía niño.
Ahora que no estás, abuelo, ahora que no puedo oír tu voz, sigo sintiéndote a mi lado.
En vida, debido a mi ceguera, no pude verte. Como tampoco lo hago ahora. La muerte
se lleva a la gente, se muestra soberbia consciente de su irremediable victoria.
Cada tarde entro en tu pequeño despacho, un lugar con ese aroma que sólo poseen los
lugares sagrados y en el que, cada día, me leías tus novelas hasta bien entrada la noche.
Es entonces cuando siento que, por una vez, la parca ha sido derrotada.
Y es que tú sigues vivo. Sigues vivo entre todas esas páginas...
En el amable olor a libro.