Capítulo Uno

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Jack Goddard llegó media hora antes. Quería asegurarse de que no hubiera gato encerrado.
¿Sería Allingford Hall tan estupendo como parecía en el folleto? Norfolk sería el lugar perfecto para relajarse.Según el navegador faltaban dos curvas más para que apareciera, a la izquierda,
el camino que conducía a Allingford. Un camino largo y flanqueado de hayas.Aquello se ponía cada vez mejor. Sin vecinos no habría quejas por el ruido.
Una sonrisa curvó su rostro cuando, al fin, apareció la casa.Era justo lo que había esperado.Tenía forma de «E», con aleros acanalados y angulosas chimeneas.
Perfectamente simétrica, resultaba evidente que el diseño era el original.
Aquel lugar rezumaba historia. Tenía alma. Si los jardines eran lo suficientemente grandes, sería el escenario perfecto.
Aparcó sobre el camino de grava frente a la casa y al bajar del coche fue recibido por un perro labrador dorado. Aunque sus ladridos habían quedado camuflados por el osito de peluche que llevaba en la boca, el sonido alertó a una joven que apareció corriendo. Vestía vaqueros y una camiseta que había conocido mejores tiempos. Los cabellos, del color del trigo, estaban recogidos con un coletero y las mejillas manchadas de tierra.
En su mundo, las mujeres llevaban trajes de ejecutivo y tacones altos. Sus peinados eran impecables, por no mencionar el maquillaje. Aquella mujer no parecía llevar ni siquiera un toque de carmín y, aunque las pestañas eran largas y espesas, no llevaba rimel.
La oleada de deseo que sintió al verla hizo que se tambaleara ligeramente.
No recordaba la última vez que había sentido algo parecido, ni siquiera por Erica.
—¿Jack Goddard? —preguntó la joven.Tenía una voz preciosa. Baja, aunque no monótona. Cultivada. Modulada.—Sí —contestó.—Siento la suciedad —ella se limpió una mano contra el trasero del pantalón y
se la tendió—. Le esperaba un poco más tarde —no fue un reproche, en su voz no había el menor rastro de sarcasmo. Ni de disculpa. Era algo así como «o lo tomas o lodejas»—. Alicia Beresford.
¿Esa mujer era la dueña de la casa? Había esperado alguien más… elegante. Su lenguaje era cultivado, pero sin esnobismo. Parecía algo desaliñada y muy abordable.De repente, sólo pudo pensar en arrancarle la mugrienta ropa y meterla en la ducha.Con él.

Haciendo caso omiso de la tierra que aún cubría su mano, se la estrechó. Era una mano firme y fuerte, y el contacto con su palma le produjo la sensación de habersido atravesado por un rayo.
Y por el modo en que sus bonitos ojos se abrieron, ella debía haber sentido lomismo.
¡Demonios! Tenía que controlarse. En primer lugar jamás mezclaba los negocios con el placer. En segundo lugar, Alicia Beresford no parecía la clase de mujer dispuesta a un revolcón, y él nunca pasaba de ahí… ya no. No desde Erica.
El perro mostró signos evidentes de querer intervenir y arrastró el osito depeluche hasta sus rodillas, dejándole un rastro de barro en los pantalones. AunqueAlicia hizo un evidente esfuerzo por ocultar su risa, los ojos reflejaron un brillo de diversión.
—Le pido disculpas por los modales de mi perro. Si quiere, puedo pasarle una bayeta por los pantalones. Con suerte no quedará marca.
«Bayeta». Jack tuvo que cerrar los ojos para deshacerse de la imagen que sehabía formado de Alicia Beresford arrodillada ante él frotándole la piel desnuda conuna bayeta. ¿Por qué demonios consentía que esa mujer le afectara tanto?
No estaba precisamente necesitado de sexo. Más bien al contrario.
—Considérelo un cumplido —decía Alicia—, Saffy no comparte su osito concualquiera.
—¿Saffy?—Diminutivo de Saffron, azafrán en inglés.—Un nombre muy apropiado para un labrador.—Cierto —ella respiró hondo—. ¿Por dónde quiere empezar? ¿Por dentro o por
fuera?
No se andaba con rodeos. Claro que, por las informaciones que tenía Jack,tampoco podía permitírselo, sobre todo con la cantidad de impuestos que debía. Su padre había fallecido cinco años antes y la propiedad la había heredado su hermano,fallecido por la picadura de un insecto tropical cuatro meses atrás. Y así la propiedad había pasado a manos de Alicia. Según sus fuentes, el hermano apenas había abonado la mitad de los impuestos de sucesión.
Sin embargo, no tenía la intención de aprovecharse de ello y obligarla a venderla propiedad por un valor inferior. Un buen negocio no tenía por qué implicar machacar al contrincante. Si la casa era tal y como prometía, no tendría inconvenienteen pagar un precio justo, el que ella pedía.
—Ya que estamos fuera, podríamos empezar por aquí —contestó él al fin.
Junto a la casa se extendía un camino cubierto de rododendros morados,blancos, rosas y amarillos. Acababa en lo que parecía un huerto junto a un anticuadoinvernadero y un edificio de ladrillos con el frente acristalado
—Ésa es la orangerie —explicó ella—. Aunque no se ha usado desde hace añoscomo tal.
En efecto, el edificio había pasado a servir de almacén de herramientas de jardinería, macetas, cortacésped y carretillas.
—¿Qué antigüedad tiene el invernadero?
—Data de comienzos del siglo XVIII —le informó Alicia—. Las vigas de hierro del techo son las originales —su mirada reflejó pasión. Aquél era el punto débil de la joven. Allí estaba el objeto de su amor. El jardín.
Alicia le condujo a través de una puerta por otro camino de rododendros hasta el jardín de la parte trasera de la casa. Jack no era ningún experto, pero parecía descuidado, como si fuera demasiado trabajo para quien quiera que se ocupara de su mantenimiento.
Pero al llegar al otro lado de la casa, las reflexiones pasaron a un segundo plano.
Ante ellos se extendía una enorme pradera que descendía hasta un lago. Seríaperfecto para sus planes. ¿Cómo no habían puesto esa foto en el folleto? Era impresionante.
—Esto es fabuloso —dijo Jack casi sin aliento.Ella asintió. La rigidez de la espalda denotaba una ligera tensión.Jack se puso en su lugar. Si él tuviera que enseñar la propiedad familiar a un
potencial comprador, también estaría disgustado.
Siguieron hasta las viejas cuadras. Eran grandes y, bien acondicionadas,también servirían a sus propósitos. No tuvo problema para imaginarse el resultado final.
—Y ésta es la casa —ella se dirigió hacia la puerta principal, seguida de cercapor el perro. Llevaba unos vaqueros descoloridos y de aspecto suave y él sesorprendió por el deseo que sentía de acariciar la tela, de deslizar las manos por la curva del trasero.
Alicia Beresford era generosa en curvas. Unas curvas gloriosas. Iba a tener que hacer un serio esfuerzo por empezar a pensar con la cabeza y no con otra parte del cuerpo. Necesitaba estar despejado para tomar una decisión coherente.
¿A quién quería engañar? Había tomado la decisión prácticamente en elinstante en que había leído la información en el folleto. Y su intuición nunca lefallaba.
Bueno, casi nunca.
—Supongo que en la agencia le habrán dado los detalles —dijo ella mientrasabría la puerta.
—Sí —Jack no llevaba con él la carpeta, pero su memoria era casi fotográfica.—Pues éste es el vestíbulo de la entrada.

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