Capítulo único

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Mía

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No eran los tragos de whisky los que me quemaban la boca y garganta, sino la exquisitez del sabor de esa piel que me era utópica. No la tocaba ni la oía y aun así sentía su textura en mis manos y su voz me aturdía al resonar dentro de mi cabeza, muy por encima de la música absurdamente ensordecedora que todo hacía retumbar. Allí, rodeado de ese montón de imbéciles que compartían mi misma razón de ser y estar, era uno más. Uno más de esos tantos que no conseguían apartar la vista de su cuerpo ni siquiera para pestañear.

Aquel tubo de metal que se erguía sobre la barra era el alcahuete que hacía posible las maniobras que nos mantenía bajo el yugo de un embeleso que iba más allá de la perfección en que efectuaba sus movimientos o de los estragos hormonales que ocasionaba con ellos. No había alguien en ese mísero bar que no estuviese encadenado con gruesos grilletes a algún punto de la longitud de sus tersas piernas, a la redondez de sus glúteos expuestos sin pudor, a las preciosísimas facciones que pese a mostrarse serias irradiaban sensualidad, o a la delicadeza de ese cuello de cisne que yo me moría por morder. Su pálida tez se teñía con los colores neón emitidos por las pantallas a sus espaldas mientras bailaba con aire ausente, sin reparar en los cretinos que le lanzaban dinero o le abucheaban asquerosas sandeces, montada en unos tacones de aguja de proporciones inconcebibles, con su corto cabello suelto meneándose al compás que marcaba y las uñas pintadas de rojo, poniendo el mundo de cabeza cada vez que se le ocurría subir o bajar, girar o lo que sea. Bailaba estupendo, sí, era alucinante e innegable. Pero la verdad es que ella poseía el poder de poner el jodido mundo de cabeza con el simple hecho de respirar.

Era la única arriba del escenario porque el universo y el aliento de todos los presentes le pertenecían. Nosotros éramos suyos y ella ni siquiera lo sabía.

—No se haga ilusiones y mejor fíjese en otra. Las posibilidades de liarse con esa son casi nulas —me sugirió el barman sirviéndome el quinto trago de la noche, logrando desviar mi atención por primera vez desde que el show comenzó. Se tomó el atrevimiento de proseguir al atisbar el resquicio de curiosidad que despertó en mí—. Se dice que es muy selectiva y excesivamente costosa. Algunos rumoran, sin embargo, que es exclusiva para el dueño del lugar.

—¿Tan bien folla?

—Por el precio, es deducible que sí —alegó encogiéndose de hombros, dándose a la tarea de sacarle lustre a una copa por ausencia de pedidos. El resto estaba demasiado ocupado visualizando el espectáculo como para desperdiciar unos instantes en aproximarse a ordenar algo. En esos segundos de mudez, me cuestioné fugazmente cuántos llegaban allí queriendo comprarla a como diese lugar—. Solo unos pocos afortunados tienen la dicha de averiguarlo.

Perdí la noción de cuánto más bebí mientras me extraviaba en ella, imaginándomela desnuda conmigo hundido en medio de esos maliciosos muslos que cada tanto se abrían en plan de hacer delirar a todo aquel que no estuviese en condiciones de obtener ni una mínima probada de ese paraíso quimérico para los simples mortales.

Mocosa de mierda.

Jodidos sus movimientos, jodidas las beldades que cincelaban su anatomía y jodido yo por creerme dueño de una maldita bailarina de pole dance.

Aguardé por un espacio de tiempo que tampoco medí hasta que su presentación finalizó, para abandonar entonces el rincón de la barra que había estado ocupando hasta ese momento. Me escabullí por una puerta desprovista de vigilancia y apta solo para el personal autorizado en el cual yo no figuraba y me planté a esperar nuevamente con la certeza de que vendría en mi dirección. Con ella era muy paciente, aunque la paciencia no circulase ni por asomo en mi lista de cualidades. Era paciente y seguro como el cazador que se considera invicto incluso desde antes de ir tras su presa.

Mía (RivaMika OneShot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora