Mañana Quiero el Doble

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  "Dale nene, la luquita que te pedí para mañana porque sino ya sabés que los perros tienen hambre". "Temprano, querido, te quiero por la avenida vendiendo las medias". "¡Corré más rápido, tarado! ¿Querés que nos agarre la policía? GUARDA EL FASO QUE NO SE VEA"
Esto era lo más similar a un buen trato. Miguel, con 11 años de edad, escuchaba esto todos los días, ya era costumbre. No lo denominaba maldad, lo denominaba rutina, porque no conocía otra cosa. Al no conocer otra cosa no podía decir si era bueno o malo, simplemente era lo que era, su jefe Laucha.
A las siete de la mañana ya la gente salía de la casa, mayoritariamente para el centro, a trabajar, cursar una carrera universitaria o asistir a clases. A las seis de la mañana se levantaba Miguel, con un zamarreo y el ladrido de los perros. Se ponía las alpargatas, tomaba un poco de agua y comía cuatro galletitas de agua, pero sólo si llegaba a juntar lo que el jefe pedía. En época de Navidad y Año Nuevo cuando la gente no quería dar ni un peso de limosna, Miguel pasaba días sin comer o capaz, con mucha suerte, encontraba algo en la basura. Terminado su desayuno saludaba a la señora de Laucha y se iba con la bolsa llena de medias para vender.
Caminando por la calle muchas veces se sentía invisible, la gente lo empujaba y se tropezaba con él, ni siquiera le dirigían la más mínima mirada. A veces lo notaban, para decirle que no, muchas gracias pero no estaban interesados en ningún par de medias. Eran las 9 de la mañana y Miguel ya había caminado más de cuarenta cuadras, los pies ya le dolían así que paró en una plaza donde había una fuente. Pensó que sería el lugar perfecto para refrescarse, se dirigió a la fuente dejando la bolsa a un costado y se sacó las alpargatas. Cuando sus pies estuvieron en contacto con el agua fría sintió un gran alivio por haber parado. Como hacía calor aprovechó también para mojarse la nuca y la cara. Una señora estaba paseando a su perro y cuando ve al niño mojándose se conmovió, porque percibió de aquel chico toda su felicidad. Pero al mismo tiempo se puso triste la anciana, porque sintió que esa era una de las pocas cosas de su día a día de las que podía sacar algo que le haga bien. Despacio se acercó a Miguel.
-Disculpa, ¿vendés cosas?
-Buenos días señora. Sí, mire, tengo medias cortas y largas, de todos los colores, ¿le interesa?- respondió con total amabilidad.
-Dale, cinco pares me llevo, rojo, negro, blanco, verde y amarillo.
-¡¿En serio?! Está generosa doña- dijo riéndose.
-Chiquito- la señora río con él-. No hay de qué, es lo mínimo que puedo hacer, ¿cuánto es?
-Veinte pesitos el par no más.
La señora sacó su billetera y le entregó la plata.
-Servite corazón, que tengas lindo día.
-¡Nos vemos!

Miguel le pudo vender a veinte personas más, día afortunado para él. Llegó a casa a las diez de la noche, cuando a esa hora casi todo el mundo está en su casa entonces no hay tantas posibilidades de vender algo. Cuando llega le abre la puerta Laucha.
-La guita- no emitió otra palabra y acto seguido extendió su mano derecha.
-Acá jefe- y Miguel le dio el dinero.
-Anda a dormir, y mañana quiero el doble.

Al día siguiente todo volvió a repetirse. Zamarreo, agua con galletitas, bolsa en mano y a la calle. Esta vez le pudo vender a treinta personas, la señora le había traído buena suerte al parecer. Cuando ya eran las dos de la tarde se fue de vuelta a la plaza del dia anterior, para ver si estaba su compradora preferida. A los quince minutos vio a un cachorro corriendo y detrás de él a esa señora con su cara tan alegre.

-¿Hoy también tengo que comprarte medias?

-No, usted ya cumplió ayer, no es necesario.

-Y vos con tu jefe también, ¿no?- preguntó desconcertada.

Miguel quedó paralizado. ¿Cómo sabría ella que él tenía jefe? ¿Acaso lo siguió por la calle de noche después del encuentro en la plaza?

-¿Usted como sabe que tengo jefe?

-Porque ningún niño vende medias solo como manera de pasar el rato, y esos moretones en el brazo dudo que te los haya hecho un amiguito jugando.

Y así hay muchos nenes más en la calle, que piden por favor que lleguen a juntar toda la plata del día, que no les hagan nada, que no los maten como a sus hermanitos. Esto es trabajo infantil y viola sus derechos.

Todo está más caro, cada vez la gente cede menos a comprarle algo a un niño de la calle, pero afortunadamente no toda. Hay personas que, a pesar de tener más de treinta pares de media o no tener hambre, le compran igual a los nenes, porque algunos saben que si no llegan con la plata a casa tienen problemas, hay castigo. Tomar conciencia de esto y evitar que siga pasando es nuestra tarea, porque todo niño tiene derecho a no trabajar y a ser respetado como ser humano y no como una fuente de ingresos

Mañana quiero el DobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora