Prólogo: Recuerdos calcinados

173 6 1
                                    

En el cielo no había luna esa noche, ni se veían casi las estrellas, era una noche oscura... o debería serlo. Toda la aldea estaba ardiendo en llamas, y los asustados aldeanos intentaban en vano ganar la batalla al fuego. Apenas unas horas antes el lugar estaba tranquilo, los habitantes vivían su pacífica vida en paz, sin esperarse que momentos más tarde llegaría a sus puertas el miedo y la confusión al verse rodeados por un pequeño ejército. El general al mando había dado ordenes de capturar a todos los aldeanos, pero sin hacerles daño alguno, pues sabía que el guardián del pueblo, un hombre llamado Luke, podría fácilmente acabar con ellos. Los necesitaba vivos, y su intención era solo usarlos como escudo, pues su objetivo era capturarle a él. En cuanto al resto, era decisión suya, sus superiores no necesitaban nada más del lugar y prefería no arriesgarse.

Mientras, en otra parte del pueblo, un valiente niño de corta edad esquivaba los restos de las casas, unas extrañas viviendas de madera que tenían la forma de setas gigantes y servían para mimetizar la aldea con el entorno, que estaba plagado de estos enormes hongos. De esta manera, los aldeanos se habían mantenido apartados del resto del mundo, buscando retirarse después de una larga vida o simplemente porque no querían ser encontrados. De cualquier forma, habían creado una comunidad unida por diversos lazos, logrando un refugio para aquellos que decidieron exiliarse de todo lo conocido, por lo que ahora la aldea crecía con ese ideal y sus habitantes buscaban a otros con el mismo deseo en las noches más oscuras. Nadie llegaba allí por su propio pie, era la aldea la que buscaba a sus habitantes y los protegía.

El chico se dirigía rápidamente hacia la entrada del pueblo, donde se encontraba el general, y solo pensaba en salvar a su padre de los enemigos que atacaban lo que había sido su hogar desde que nació. No paraba de correr en la misma dirección, con el corazón acelerado y temiendo no llegar a tiempo de detener a los intrusos, mientras dejaba un rastro de lagrimas que humedecían el suelo que pisaba.

En su camino no tardó en aparecer un soldado del ejército enemigo, pero no se dio cuenta hasta que chocó con él, ya que tenía la visión borrosa a causa del llanto. Retrocedió unos pasos y pensó con gran angustia en todas las posibles formas de escapar de allí, pero el fuego y los escombros le dificultaban mucho la tarea, por lo que decidió enfrentarse a su enemigo:

—Apártate de mi camino—dijo con falsa seguridad mientras se secaba las lágrimas, pues no quería dar una apariencia débil. Imaginó entonces al general llevándose a su padre sin que él pudiera hacer nada y un sentimiento de urgencia lo inundó por completo, haciendo que en su rostro se reflejara una profunda tristeza—. No tengo tiempo que perder contigo.

—¿Quién eres tu, pequeñín? ¿Qué haces en este lugar?—preguntó el soldado con una amable sonrisa, mientras se acercaba a él lentamente, de la misma manera con la que un niño se acerca a un animal para no asustarlo.

—Soy Aki. No dejaré que se lleven a mi padre sin pelear—respondió el chico amenazadoramente, aunque sabía que sus posibilidades eran mínimas contra un guerrero experimentado.

En ese momento, el soldado se empezó a reír y desenvainó la espada. Tenía enfrente al hijo del mismísimo Luke, si lo capturaba lograría el mayor mérito que se podría tener en esa misión, sería un héroe. Comenzó a acercarse al hijo del guardián lentamente, pero con la espada en la mano—. No temas, pequeño, no voy a hacerte daño—mintió, con una sonrisa desagradable.

—No te acerques más, aléjate de mí—dijo con una nota de temor en la voz mientras respiraba agitadamente. En ese preciso instante algo en su interior se rebeló contra la situación, nada ni nadie le iba a impedir llegar hasta su padre. Cerró fuertemente los ojos y se llevó las manos a la cabeza, que le había empezado a doler intensamente, su corazón latía más rápido, el cuerpo le ardía, no sabía que estaba pasando exactamente, pero no le importaba si era la solución a su problema. Cuando miró de nuevo al soldado unos segundos después, su rostro presentaba unos rasgos bestiales, sus ojos parecían los de un depredador a punto de asaltar a su presa, ya no era el chico asustado de antes, tenía delante a un verdadero animal salvaje. Su enemigo empezó a retroceder impresionado—. Demasiado tarde—gruñó.

El Viaje de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora