Para los celtas fue Llyn Din; para los romanos, Londinium. Ralph Waldo Emerson describió a Londres como la epítome de nuestros días, la Roma de nuestro tiempo, y caminando por sus calles grises iluminadas por la fría luz de la tarde otoñal, Agoney podía entender porqué.
Londres estaba viva. Sus calles y plazas, abarrotadas de turistas y locales, exudaban energía. Su banda sonora estaba compuesta por la mezcla de lenguas y acentos, acompañados por el tráfico perenne en las principales vías de la ciudad.
Sin embargo, en medio de aquella vorágine, Agoney se sentía solo. Atrapado entre el pasado y el futuro. Cada rincón, cada monumento, le traía recuerdos de la última vez que visitó aquella ciudad, le hacía añorar a las personas con las que descubrió sus secretos. Pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en todos aquellos lugares que quedaban por visitar, todos los recuerdos que quedaban por construir y la persona con la que quería compartirlos. Él. Hacía poco más de veinticuatro horas que se habían despedido con un beso en el filo de las sábanas y promesas de escaparse pronto juntos; y en menos de cuarenta y ocho horas, volvería a estar a su lado. Sin embargo, todo le llevaba a Raoul, desde los puestos de comida ambulante en Camden, hasta las sudaderas de todos los colores que adornaban los escaparates de Oxford Street, así como cualquier pub, parque o lugar en el que podía imaginarse perfectamente disfrutándolo con él.
Había perdido la cuenta de cuántos mensajes, videos y stories le había mandado a su novio, documentando cada minuto de su experiencia, para así poder hacerle partícipe de este viaje que deseaba, fuese de dos.
Era lunes por la tarde cuando entró en el paraíso. Hamley's, la tienda de juguetes más grande y más antigua del mundo, seguía presidiendo una de las calles más conocidas de la ciudad tras casi doscientos años. De repente, Agoney volvía a ser un niño; quería tocar y probar todos los juguetes, correr por las siete plantas sin importarle el tiempo. Un oleada de nostalgia le inundó el pecho, pues aunque le encantaba jugar a ser adultos juntos, no había persona con la que disfrutase más dejar aflorar su lado infantil que con su niño. No le hacía falta demasiada imaginación para poder verse esquivando a la carrera a padres e hijos en medio de un ataque de risa. Con una sonrisa triste, dobló una de las esquinas, encontrándose con lo que parecía una pequeña fábrica de peluches. Sus ojos se iluminaron al recorrer las estanterías repletas de osos y demás animales; lleno de curiosidad, se acercó a un póster tras el mostrador donde se explicaba los pasos a seguir.
Primero, había que elegir el diseño. Con su rubio favorito en mente, se paseó entre las estanterías decidido a encontrar el adecuado. Un oso era lo típico, lo que le daba nombre a la marca, pero no le convencía; un lobo era la opción más obvia, y por eso mismo lo descartó. Giró sobre sus talones para encarar las estanterías de la pared opuesta, y lo vio. Allí, en el centro, con un cartel que anunciaba que era edición limitada, se encontraba un pequeño Mickey Mouse. Había leído que podía grabar un mensaje personalizado e introducirlo en el peluche; nunca había tenido más sentido usar su voz de Mickey que en aquella ocasión.
Imaginando la cara de Raoul al descubrir el mensaje secreto dentro de su regalo, comenzó a descender por Regent Street, disfrutando de su arquitectura. Llegó hasta la estatua de Eros en Picadilly Circus, inmortalizándolo con su móvil. Continuó bajando hasta llegar a Trafalgar Square, donde se permitió disfrutar de un poco de música callejera, y rememorar momentos de los que le calentaban el alma. Decidió andar un poco más hasta plantarse en Westminster. El Big Ben continuaba en obras, pero seguía siendo uno de sus rincones favoritos de Londres. La abadía a un lado, junto al parlamento; el puente conectando las dos mitades de la ciudad, con el London Eye iluminado al fondo. Necesitaba compartir aquel momento. Desbloqueó su móvil y abrió la conversación con Raoul.
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/ˈlʌndən/
FanfictionCada rincón, cada monumento, le traía recuerdos de la última vez que visitó aquella ciudad, le hacía añorar a las personas con las que descubrió sus secretos. Pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en todos aquellos lugares que quedaban por...