Injusto, eterno dilema

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Advertencia: Anatomía alternativa alienígena utilizada en esta historia debido a que los shinjin son una raza sin género sexual. Si no hay problema con eso, adelante con la lectura.

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Bills movía la pierna en un tic nervioso, sentado, tomado de las rodillas, fallando con ello el aparentarse completamente calmado. No quería mostrarse, aún así, más nervioso de lo que la pequeña bola de nervios frente a él, que veía apretando sus manos y labios inconscientemente, con una disimulada cara de espanto, obviamente lo estaba, incluso si Bills se llegara a sentir así.

Pequeño. Su kaioshin de turno esta vez era muy pequeño. Lindo, sí, muy hermoso, pero una cosilla diminuta. Lo iban a destrozar con el primero que le entrara, y él, por andar, como siempre, durmiendo, no lo había podido preparar al inaugurarlo con el suyo.

El suyo apenas si lo había visto en una fugaz presentación antes de llegar hasta allí.

―Escucha, esto es un pene. ¿Sí sabes lo que es un pene, no?

Recordaba haberle dicho a la pequeña y joven cosa, mostrándoselo en su cuarto al bajarse repentinamente los pantalones, y su reacción a ello fue el quedárselo viendo en shock por unos instantes, con los ojos abiertos como platos y boca abierta también como la de un pez ahogado, tomando color en el rostro tal cual bombillo en rojo, antes de desviar rápidamente el cuerpo entero, hecho un notorio océano de mortificada vergüenza.

―S-señor Bills, s-sí sé lo que es un pene. P-por favor, le imploro rotundamente el que se cubra.

Al menos había sabido eso, y parecía tener cierta idea, probablemente sacada de algún libro, de cómo se veía uno erecto, pero Bills estaba seguro de que no sabía cómo se sentía uno al tacto, ni mucho menos allá adentro. Él no lo había podido introducir todavía.

Su pierna se seguía moviendo en cortos saltos estáticos, recordando ahora que habían unos incluso más grandes que él, y de reojo podía ver a ese condenado elefante. No comprendía aún cómo demonios le hacía Gowasu regularmente, aún tenía que darle mucho crédito, pero su kaioshin era la cosita más chica de todos los doce universos.

Bills resistió las horribles ganas de llevarse las manos a la cabeza, seguro de que estaba ya sudando sin ni siquiera haber empezado.

Un maldito elefante. A Bills le iban a dar santa sepultura a su larga vida con uno tamaño jumbo.

Nunca había detestado más ese ritual de ellos más que en ese preciso momento. Si los dioses de la creación eran también dioses de la fertilidad y necesitaban tener relaciones de ese estilo por "equis" o "ye" razones que, francamente, a Bills no le había interesado demasiado retener en su psiquis, aún con ello, no veía lógica ni justificación alguna para que no pudiera bastarle a todos ellos el tomar solamente el de sus correspondientes dioses de la destrucción. No le interesaba el que algunos de ellos no tuvieran aparatos al natural que darle a sus kaioshin, porque él ya sabía por experiencia que siempre habían soluciones a eso.

Lo principal y más importante ahora era que su dios de la creación, el que llevaba su vida en esa generación, tenía medidas más reducidas que las de una insignificante hormiga. Su sentido del resguardo estaba totalmente disparado, y podía apostar con certeza el que lo iba a volver loco durante todo el transcurso de lo que estaba por ocurrir.

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