Pecados mortales

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     Toc, toc, toc.

     La Madre Superiora levantó la vista de los presupuestos que estaba repasando. Ufff, un descanso le vendría genial.

     —¡Adelante! —dijo con voz potente. Hacía años que había perfeccionado el tono correcto para imponer un poco de autoridad en el resto de las hermanas de la congregación.

     La puerta se abrió con decisión y Sor Teo y Sor Tija entraron en su despacho, muy tiesas. Sor Tija llevaba una toalla de color azul cielo en la mano y la decisión escrita en el rostro.

     “¿Qué tripa se les habrá roto ahora? Estas dos siempre están buscando follones”. ¿No podían dedicarse a rezar y hacer pastitas, como las demás? Ya no le hacía tanta gracia la interrupción…

     —Con su permiso, Madre Superiora, queríamos comentarle algo. —empezó Sor Tija, muy estirada.

     —Venga, venga, siéntense hermanas, que no tengo todo el día.

     —Pues mire, a ver cómo le explico esto… —Sor Tija parecía ser la que llevaba la voz cantante. Sor Teo permanecía callada a su lado, aunque en su cara también había un rictus de… ¿Decisión? ¿Orgullo? No sabía definirlo bien. —Esta mañana he pasado a la celda de la hermana Sor Presa, la nueva, para recoger su ropa de cama y llevarla a la lavandería… y me he encontrado una cosa, realmente, bastante desagradable.

     La Hermana Superiora suspiró. Esto iba a ser más largo de lo que había creído.

     —A ver, lo primero ¿qué hacías en la celda de la hermana Sor Presa? Nunca te he visto pasar a las estancias de nadie para recogerle la ropa sucia… —dijo con ironía— Aparte, una cosa: lleva en el Convento tres meses ya, ¿es necesario que sigas llamándole “la nueva”?

     Sor Tija se envaró, todavía más, en la silla que ocupaba. Parecía que le habían metido un palo por el culo.

     —Bueno, es la más nueva, así que tampoco estoy diciendo ninguna mentira. —Vale, encima estaba a la defensiva— ¿Nos deja explicarle lo que hemos encontrado o no?

     ¡Uy, si encima se iba a poner chulita! Lo mejor iba a ser dejarle acabar pronto.

     —Venga, a ver.

     —Pues como le decía, he entrado a su celda y he recogido toda la ropa de su cama y de pasada he visto que había metido un hábito a su cesto de la ropa sucia, así que lo he cogido también, y al levantarlo he encontrado…. ESTO. —El “esto” lo dijo con una mezcla de asco y orgullo. Por supuesto se refería a la toalla que llevaba en la mano. La llevaba plegada, cogida con cuidado por dos de sus esquinas. Como ya la había presentado, decidió colocarla sobre la gran mesa del despacho.

     Por lo visto la visión de la toalla debería haberle escandalizado o irritado o, al menos, haberle dicho algo, pero no era así.

     —¿Me lo van a explicar, hermanas?

     —Vale —Sor Tija estaba disfrutando realmente con todo el espectáculo, la muy…— Pues eso, que he cogido la toalla y no he podido evitar ver que está manchada de… bueno de… —De repente se había puesto incómoda— Bueno…

     —¡De semen! —intervino al fin la hermana Sor Teo, ganándose una fulminante mirada de enfado de Sor Tija y la cara de sorpresa de la Hermana Superiora.

     —¿De semen? —Increíble, esto era increíble—. Vale. Me gustaría ver esa mancha, hermanas. Si no os importa…

     Sor Tija abrió la toalla para dejar al descubierto el horrible pecado que escondía. Efectivamente, en el centro de la toalla había una mancha irregular, de unos diez o doce centímetros aproximadamente, de un líquido blancuzco, viscoso y pegajoso. La Madre Superiora se echó hacia atrás, asqueada.

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