Estuve parada afuera de su casa un tiempo tan breve como eterno, que no podría medir en segundos, minutos u horas. Acto anterior, golpear su puerta. ¿Por qué tardaba tanto?
Mi respiración era irregular, la conversación telefónica que habíamos tenido minutos antes de estacionarme fuera de su casa me había dejado sofocada. Para mí, ella era como una especie de médium: siempre encontraba el momento y palabras precisas para hacer que mi cuerpo reaccionara, se agitara, se encendiera. Sentía mi vientre arder, la piel erizada, la vista nublada y aún siquiera la había visto. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Unos pasos al otro lado de la puerta me sacaron de mis ensoñaciones: mi corazón se paralizó. La puerta se comenzó a abrir tan lentamente que me costó percibir su movimiento. Y la vi, la miré de pies a cabeza y sentí que el tiempo nunca sería suficiente para admirar cada detalle de su cuerpo. El verla tan hermosa como siempre, fue como un exhalo; como tomar aire cuando sales a flote.
Entré en silencio, ella tampoco enunció palabra alguna, teníamos esa complicidad, la de las miradas sin voz ni letras. Al atravesar la puerta le di la espalda y al segundo posterior sentí sus brazos rodearme, meterse por debajo de los míos, acortando la distancia hasta que su respiración se encontró con mi nuca. Escalofríos. Me gustaba tanto sentir esa electricidad en su contacto. Me quedé quieta algunos minutos, disfrutando el roce de sus manos por mi abdomen, acariciando su abrazo. Me di media vuelta, sin perder el contacto y la miré a los ojos, profundos y cafés. Deseaba su boca e inevitablemente mi vista se guío hasta ella. Lo notó. Y como sabiendo lo que estaba pensando se acercó tanto, que podía sentir el calor emanado de sus labios. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que se escaparía en cualquier instante. De un momento a otro sentí mi labio entre sus dientes siendo sutilmente tirado. Ese ínfimo contacto ocasionó un estallido en mi interior y mis pensamientos comenzaron a desvanecerse, nada era claro, sólo ella, su boca, sus ojos, sus manos. Rodeé su cuello con mis brazos, necesitaba tenerla más cerca, dejé escapar un suspiro y ella entreabrió sus labios. Esa señal me hizo actuar, la besé. Me encontré suavemente con la humedad y calor de su boca, esa boca que formaba parte de tantos recuerdos. Mis labios se movían sobre los suyos, tomé el de abajo entre los míos y lo succioné de izquierda a derecha. Gimió. Mi ardor creció con ese sonido. Lentamente introduje mi lengua en su boca al encuentro de la suya. Dulce. Saboreé cada rincón que pude, mis labios se sentían llenos, hinchados, enérgicos. Nos seguimos besando por lo que parecían horas, no quería dejar de hacerlo. Mordí su labio, y lo tiré con fuerza. Cortó el roce. Se acercó a mi cuello, sentí su respiración muy cerca de mi oreja, "te deseo", dijo. Sentí nuevamente la descarga eléctrica recorriendo mi espalda y esas dos palabras bastaron para sentir mi entrepierna humedecer. Me tomó de la mano y me guió hasta su pieza. ¿Cuántas veces he recorrido este camino?
La habitación estaba con luz tenue. Las cortinas medias abiertas dejaban entrar los destellos de luna, y las velas alrededor de la cama otorgaba una calidez agradable. Lo recordó, pensé. Se acercó nuevamente a mí, me empujó suavemente para que me dejara caer sobre la cama. Obedecí. Me acomodé, quería que se pusiera a horcajadas sobre mí y nuevamente me leyó el pensamiento. Fui más consciente que nunca de la bata que marcaba su silueta a la perfección. ¿Llevará puesta alguna otra prenda? Presentía que no, y ese pensamiento me encendió. Se acercó y bajó directamente a mi cuello, dejando pequeños besos desde el mentón hasta el hombro, las sensaciones embargaban mi cuerpo, lo sentía arder por completo. Después, siguiendo alguna especie de ruta, se guió desde mi hombro hasta el borde del lóbulo. Lo mordió. Me mojé. Me sentía tan húmeda, ansiaba tocarla, pero dejó claras las reglas cuando hablamos por teléfono; sólo la tocaría cuando ella lo permitiera y aún no daba la señal. Poco a poco sus besos comenzaron a bajar hasta encontrarse al borde de mis senos que estaban ansiosos de ser tocados. "Siéntate", pidió. Hice lo que dijo, y rápidamente llevó su mano derecha hasta la unión del sostén, lo desabrochó con gran facilidad y me hizo sacarlo, sin quitarme la camisa. Aún estaba sentada sobre mí, así que no tuvo que hacer mucho esfuerzo para dejarme otra vez de espaldas en la cama. Me miró, miró mis senos y vi su deseo; el mío creció aún más. Se me pusieron los pezones erectos, tan duros que la camisa los dejaba en evidencia. Sus manos instintivamente se acercaron en su encuentro. Los remarcó por el borde, sin tocar su punto más sensible. Quería tanto sentir sus dedos, sus manos, su boca sobre ellos. Esperé. Sus manos envolvieron mis senos, y los apretaron, suave y lento. Suspiré. Necesitaba más contacto, pero ella era muy paciente así que me entregué, dejé que hiciera lo que quisiera, sólo quería sentir. Sin dejar de mover las manos, se inclinó hasta mi boca, y me besó fuerte, intenso, con tantas ganas que tuve que ahogar un gemido en su boca. Sus labios comenzaron a bajar, pasaron por mi cuello y nuevamente llegaron al borde de mis senos que ya habían sido abandonados por sus manos. Esta vez continuó bajando y jugó de igual manera a como lo habían hecho sus manos anteriormente, dejando pequeños besos alrededor del punto en ebullición. Mis pezones no habían dejado de estar erectos ningún segundo, lo podía percibir, dolían de las ganas. Y entonces, sin previo aviso sentí, lo sentí envuelto por sus labios, gemí, gemí fuerte. Mi respiración se aceleró, se volvió más profunda y pesada. Lo succionó muy despacio, quería sacarme la camisa, quería sentir el calor de su boca directamente sobre mí. Cerré los ojos. Al abrirlos me encontré con su mirada, su boca seguía chupando, como sabiendo todo lo que provocaba en mi cuerpo. Sus ojos irradiaban sensualidad, toda la escena me parecía sumamente excitante: la luna, las velas, ella. Su mano derecha se posó nuevamente sobre mi seno izquierdo, pero esta vez fue directamente al pezón. Lo rozó, apretó y giró levemente. Gemí de nuevo. Mis dos pezones estaban siendo atendidos en una sensación tan desbordante que sentía que el clímax llegaría en cuestión de minutos. Lo notó. Dejó de tocarme, de lamer, de chupar y lo extrañé al segundo uno. Se paró de la cama. "Desnúdate" dijo. Sentí su voz seductora, como un ronroneo y cedí. La imité levantándome, me ubiqué frente a ella y sin dejar de mirarla, comencé a separar los botones de mi camisa, uno a uno, lentamente, como si cada uno fuera una aventura distinta. Decidí no quitarla de inmediato, dejé mi abdomen desnudo, pero mis senos ocultos aún detrás de la tela, sentía como su mirada penetraba mi cuerpo. Comencé a desabrochar mis jeans. Los bajé, quedando en ropa interior. "Toda la ropa" dijo, con voz más ronca que la vez anterior. Nuevamente obedecí. Retiré las dos prendas que me quedaban. Quedé totalmente expuesta a su mirada. Me miró de forma tan intensa que sentí que me estaba tocando; mis pezones nuevamente se endurecieron y me di cuenta de que los suyos también, la bata dejaba ver perfectamente su aureola. Se quitó la bata y confirmó mis sospechas: estaba completamente desnuda. Gemí al verla. Los destellos de luna hacían juicio a su silueta, dejándola ver resplandeciente, suave. Esperé a que ella se acercara. Dio una vuelta a mi alrededor, observándome. En su paso rozó mi espalda con un dedo, suspiré. Siguió caminando hasta quedar frente a mí. Tenía tantas ganas de tocarla, de sentir su piel, su calor, su humedad, su sabor. "Separa tus piernas" dijo. Me sorprendí, pero lo hice. Se aproximó tanto, que nuestros senos chocaron. Gemí con el roce de sus pezones erectos sobre mi piel. Posó su mano sobre mi pecho y comenzó a bajar, sentí su toque paseándose hasta mi abdomen, siguiendo hasta donde empezaba el monte de venus. Sus dedos se envolvieron en mis vellos, tirándolos, enredándolos, dilatando el encuentro con el punto qué más deseaba ser tocado. Siguió bajando. Su mano se alejó, gruñí. Antes de que tuviera que suplicar que volviera al lugar en el que había quedado, sentí sus dedos separando cuidadosamente las capas que cubrían mi entrada, la rozó. Mi respiración se aceleró y sentí su dedo avanzar con facilidad hasta mi clítoris en un roce casi imperceptible. "Estás muy mojada", dijo. A esa altura, mis ganas de correrme habían llegado al cielo.
Me tomó con fuerza, llevándome nuevamente a la cama. Me recosté y se posó sobre mí. Ahora, en la desnudez, podía sentir el calor emanando de su entrepierna. Se estrechó contra mí, y nuestros torsos desnudos se tocaron, nos besamos. Mi lengua entraba en su boca con potencia, tratando de revelarle todas las ganas que tenía, todo lo que la deseaba, lo excitada que estaba. Comenzó a bajar por mi cuello, llegó a mis pezones. Esta vez no se tomó pausas, sólo comenzó a lamer, una y otra vez, succionando a momentos; sentí mi clítoris hinchado y palpitante. "Tócame". Sus palabras me inundaron tan rápido que mis manos se ubicaron en sus caderas al instante. Comencé a subir, tratando de tocar todo a mi paso, hasta que llegué a sus senos. Los apreté y sentí en la palma de mi mano la dureza de sus pezones. Rocé ambos a la vez. Mis dedos comenzaron a trazar círculos en su punto más sensible. Gimió y su cuerpo comenzó a balancearse sobre el mío. Sus caderas se movían, adelante, atrás, adelante, atrás. Su centro buscaba contacto, sin conseguirlo. Estaba tan excitada, que tenía la certeza de que, si me tocaba un poco, llegaría al orgasmo, pero aún no quería.
Sin dejar de tocar sus pezones, me acomodé y levanté un muslo, lo puse entre sus piernas y de forma muy natural comenzó a moverse sobre él. Por fin pude sentir su humedad. Estaba muy mojada, tanto que no tenía dificultades para mantener el movimiento. Gimió. Nos miramos y sin dejar de hacerlo tiré de sus pezones, despacio. "Si sigues con eso, me voy a correr", dijo. "Eso me gustaría" respondí. "No quiero correrme tan pronto, para". A regañadientes obedecí. También dejó de moverse. Extrañé su humedad. Se acercó a mis labios, los miró y me besó. Bajó hasta mi cuello, aproximándose a mi oreja. "Me calientas, haces que me moje tan fácil". Gemí. Y como sabiendo lo que venía a continuación, me estremecí. Comenzó a bajar, devorando con su boca todo lo que tenía a disposición, hasta que llegó a mi centro. La miré, estaba tan cerca, que mis caderas se acercaban a ella, buscando que por fin concretara el contacto. Su boca comenzó besando desde el interior de mis muslos hasta el borde de mi entrepierna. "¿Quieres sentir mi lengua?" dijo. "Sí", respondí imperceptiblemente. Y de pronto sentí su lengua avanzando desde mi entrada, arrasando con mi humedad hasta llegar a mi clítoris. Lo lamió despacio. Apreté la sábana con mis manos, quería más, mucho más. Repitió la acción varias veces, desde mi entrada hasta el clítoris, pero cada vez más rápido. Gemí más de una vez. Sus manos que sostenían mis caderas, para hacer más fluido el movimiento, subieron a mis pezones. Me sentía tan al borde, pero aún no quería entregarme, quería seguir disfrutando. Una de sus manos bajó, y un dedo comenzó a juguetear en mi entrada, sin entrar realmente. Moví mis caderas, buscando sentirla en mi interior. Dos dedos se hicieron notar, despacio y lento, dejándose guiar más por mi propio movimiento. Mi clítoris hinchado y duro estaba a punto de estallar. Posé mis manos en su cabeza, buscando más roce. Quería que las dos nos corriéramos a la vez, con dificultad le pedí que parara. "Quiero que te pongas sobre mí", dije. Entendió a lo que me refería. Se levantó, y puso su entrepierna sobre mi boca. Sus piernas quedaron flectadas y sus manos buscaron equilibrio en el respaldo de la cama. Desde mi posición podía ver los deseos que tenía de que mi lengua descubriera su humedad. "Muévete", dije. Y comenzó a moverse sobre mi boca. Por fin sentí su sabor, fuerte, acido, húmedo. Gemí. Subí mis manos hasta sus pezones. Los apreté fuerte y sentí su excitación. Su clítoris estaba duro. Muy duro. Presentía que se correría pronto. Bajé una de mis manos y comencé a tocarme. Mi clítoris también estaba hinchado. Uno, dos, tres toques ¿cuántos más soportaría? "Me voy a correr", dije, mientras miraba el vaivén de sus senos, de arriba hacia abajo moviéndose junto a su cuerpo. Succioné su entrepierna. Gotas de su humedad resbalaban por mi cuello. "Córrete", dijo. Gemí sobre su centro, aceleré el ritmo de mi mano y de a poco me dejé embargar por las sensaciones. Mis caderas comenzaron a moverse en círculos, aún con los dedos rozándome. No quería dejar de tocarme; no quería dejar de sentir su clítoris duro y húmedo en mi boca. El orgasmo me azotó tan fuerte que más de un gemido fue ahogado por su humedad, tiré del único pezón que tenía a mi disposición con fuerza. Ella se comenzó a mover más rápido. "Ya viene", pensé. Me sentía aún excitada, palpitante y muy sensible. Retiré lentamente mi mano y la subí a su seno. Aprisioné su otro pezón y los toqué a la vez, rápido. Mi lengua seguía moviéndose, siguiendo su ritmo. De arriba hacia abajo, intercalado con movimientos circulares. Disfrutaba tanto ese contacto, su sabor me volvía loca. Succioné, intentando capturar su calor y su aroma. Gimió fuerte, muy fuerte. Y sentí todo su orgasmo en mi boca, intenso, jadeante, húmedo, muy húmedo. El ritmo de sus caderas comenzó a pausarse, hasta que se detuvo. Nos miramos y sonreímos, cómplices del espectáculo.

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Destellos de Luna
RomanceConexión. No se podía describir de otra manera lo que aquella mujer, desnuda frente al ventanal y bañada sutilmente por destellos de luna, le hacía sentir. No hacían falta palabras. Sus cuerpos eran capaces de expresar la profundidad de sus intencio...