Lágrimas de plomo.

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La deslumbrante camarera sonrió despreocupada sin percatarse de la presencia de su admirador. Su sonrisa de luz quieta amortiguó la palidez del lugar. Con aire pueril, el hombre se puso en pie y suspiró antes de dirigirse hacia ella. Un puñado de ruidos se acumuló en el aire sin lograr filtrarse en sus oídos, su mente estaba desconectada del exterior, solo existían ellos dos. Un escudo invisible bloqueaba cualquier brisa hostil. Sus pasos seguros de pronto se vieron frenados por un ápice de cuestión, apenas un pequeño rincón de dudas le hizo titubear. Un aire helado le golpeó la cara y pareció asfixiarlo. Dio media vuelta y quedó mirando a la salida del establecimiento. Su corazón tembló como un motor antes de descomponerse y un súbito estremecimiento lo golpeó en las rodillas. Se sujetó fuertemente a una mesa que yacía junto a él para no caer. Se pasó la débil mano por el sucio cabello que le cubría el cráneo esperando arreglarlo, se acomodó la ropa andrajosa y estiró la mano para alcanzar una cuchara de la mesa más cercana, la sostuvo firmemente en su mano por un momento, suspiró y la subió frente a sí, vio su reflejo: demacrado, su barba irregular, alguna cana asomándose en su cabellera, su rostro sucio, y una brillosa lágrima incipiente. Sus esperanzas se desmoronaron y se petrificó ante la cruda perspectiva que le ofrecía el cubierto. Bajó la cuchara y la soltó sobre la mesa provocando un sonido seco. A punto de desplomarse sintió un golpecito en el hombro y se volvió con temor, las piernas le temblaban. Una anciana de cabello cano y piel blanquecina le sonrió extendiendo la mano hacia él, el hombre con el rostro bañado en lágrimas puso su palma ante la mano de la mujer que le entregaba una reluciente moneda. La anciana asintió con la cabeza y se despidió sonriendo antes de que él pudiera dar las gracias. Se enjugó las lágrimas y guardó la moneda en el bolsillo que no estaba roto de su pantalón. Suspiró roto por la tristeza y la miró una última vez, tan hermosa y sonriente, un mundo de lamentos pasó por su mente, no dejaba de maldecirse por ser un pobre vagabundo. Arrastró sus pies cansados a lo largo del establecimiento y salió por las grandes puertas de vidrio. Afuera un aire avasallador lo torturó ante la carencia de un abrigo decente. Tomó su bicicleta dispuesto a marcharse de la ciudad antes de que se cumpliera la amenaza cuando se escuchó el primer impacto, a escasos 300 metros explotó la primera bomba y los aviones infestaron el cielo. Hacía un par de días que los diarios habían anunciado la llegada de las tropas enemigas a la región, pero la mayoría del pueblo había ignorado las advertencias, algunos debido a su falta de recursos, pero la gran mayoría por necedad, se negaban a dejar su pueblo, sabían que tarde o temprano los ataques los alcanzarían y no quedaría uno solo vivo, por lo que preferían morir en el lugar que nacieron. Pero este no era su caso, al igual que otros pocos, él tenía planeado escapar, había preparado todo para huir, no había nada que lo atara a este lugar, llevaba sus pertenencias en una triste mochila, pero le faltaba algo, no se iría de ahí sin su amada. La segunda detonación los alcanzó, a solo una calle de distancia retumbó el impacto, el caos y la confusión se adueñaron de la calle, hilillos de sangre corrían por la frente de las personas, y lágrimas de plomo llovían del cielo. Apartó la bicicleta y corrió inmediatamente al restauran, encontró a los meseros víctimas del pánico corriendo y escondiéndose debajo de las mesas. Escrutó con la vista y la encontró en la mesa 5, con una expresión de total temor. Él dio dos grandes zancadas y una explosión derribó gran parte del edificio, el estruendo fue tan poderoso que aturdió a todos dejándolos retorciéndose por el piso. Se reincorporó y bamboleante la buscó de nuevo. Ya no lograba escuchar nada, solo caminaba removiendo escombros buscándola. De pronto su oído volvió a funcionar y escucho múltiples gemidos suplicando ayuda, entre ellos logró reconocer los chillidos atormentados de una dama y corrió en seguida, apartó un par de sillas y llegó, un cuerpo desconocido y un rostro aún más, no era quién esperaba. La ayudó a salir y reinició su búsqueda mientras las explosiones seguían partiendo la ciudad. Un pequeño destello se atravesó en su visión y la encontró, el brillo producido por su collar con la inicial "W" le llevó hasta ella. Se aproximó raudo y la levantó entre sus brazos. Una hermosa mujer desvanecida en sus brazos. Esperó un momento y le dijo:
"¡Vamos, huyamos juntos del calvario!".
Pero su mirada trémula jamás pareció tocarle.
Apoyó ambas rodillas en el suelo y lloró silenciosamente, cerró los ojos y esperó el siguiente impacto.

Lágrimas de plomo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora