Oda a la alegría

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Camino con paso firme hacia el escenario. Mis compañeros susurran e intercambian miradas llenas de entusiasmo, muchos de nosotros estamos por tener una de las mejores experiencias del año.

La orquesta sigue tocando, el tercer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven empieza a resonar por todo el teatro y las pasivas melodías, más dulces que ninguna otra antes escuchada tan de cerca, calman el corazón de los oyentes. Las luces del escenario forman una barrera de destellos que impide que veamos más allá de la orquesta sin embargo, se percibe en el ambiente las respiraciones entrecortadas de muchos que con corazones abatidos han decidido asistir esta noche al Teatro Nacional. 

Nos preparamos, el cuarto movimiento da inicio con una energía vitalizante y mi corazón vuelve a dar un salto de alegría. He practicado tanto para este momento, me he esforzado tanto y he sacrificado tantas horas de estudio de mi carrera profesional para este hermoso momento. El Bajo empieza a cantar su solo y en mi mente la letra y la partitura empiezan a cobrar vida, desearía pausar este momento y grabar cada detalle. La lluvia de notas y el hermoso sonido de cada unos de los instrumentos empiezan a abrir la puerta al gran desenlace coral y sinfónico. Jamás me había sentido tan emocionada y  tan capaz de cantar como soprano en el coro, no pensé que podía llegar a cantar tales notas con tanta seguridad y facilidad. 

Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt, der ganzen Welt!

(¡Abrazados, millones de seres! ¡Este beso para el mundo entero, para el mundo entero!)

Cantamos unidos y con alegría, marcando una coma en la historia de nuestras vidas que jamás se podrá borrar. Así es, una coma y no un punto, porque aquí no va a acabar nuestra felicidad.

El final del movimiento se acerca, la partitura llega a su fin y las luces, que continúan enviando destellos a mi mundo, me sonríen y me piden que dé lo mejor de mi. 

Tochter aus Elysium! Freude, schöner Götterfunken! Götterfunken!

(¡Hija de Eliseo! ¡Alegría hermosa, chispa divina! ¡Chispa divina!)

Los aplausos de las personas me despiertan de mi sueño nocturno, la experiencia sigue siendo tan vívida en mis recuerdos como lo fue hace un año, cuando la felicidad rebosaba en mi vida y el gozo no dejaba de impulsar  mis pies. 

Me levanté y decidí vivir cantando una oda a la alegría, aunque afuera la tormenta siguiera envolviendo al mundo en la obscuridad.  






**Esta historia la dedico al Coro de la Universidad de Costa Rica, el cual me ha ayudado a superar (sin ellos saberlo) la tristeza que me atormentaba. La dedico también a mi amiga Ericka, quien me ha acompañado a pesar de tener su corazón destrozado. A ella especialmente quiero decirle que me acompañe a cantar esta oda a la alegría y que juntas descubramos el mundo.**

Alma AmarillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora