Capitulo II

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Desde muy pequeña siempre fue asi, nunca reia, lloraba, antipatica ni siquiera nadie lograba asustarla con nada, incluso la podaron Joseph la rara durante toda su primaria. Al cumplir los diecisiete sus padres fallecieron misteriosamente electrocutados y a los veinte la diagnosticaron con esquizofrenia avanzada.

En toda su vida solo se enamoro una ves, pero nunca tuvo nada con nadie, la persona que amaba nunca se entero y así vivió toda su vida completamente apagada de todo y por si fuera poco aislada de toda civilización, a unos veinte kilómetros del primer pueblo del estado Coro en Venezuela pero a dos minutos de el famoso Rio Aroa muy visitado por grupos familiares o parejas. Josephenet ademas de lo que padecía era una joven deprimida y se ocultaba detrás de los arbustos a observar como esas personas demostraban tanto amor, diversión con sus rostros y ella no podía ni fruncir la ceja; así paso ocho años de su vida en ese lugar, sin amigos, sin nadie, observando como se expresaban las personas, incluso los dibujaba detrás de los arboles, tocaba el papel con esos rostros y cerraba los ojos para imaginarse con esas expresiones.

Uno de esos dias casuales en el rio mientras encima de un árbol tenia su normal tic vio pasar a un hombre que pensó quizás esta perdido, bajo lentamente sin hacer ruidos y lo sorprendió por detrás tocándole un hombro.

-¿Estas perdido?.

-Oh dios gracias, si estoy perdido*Mostrando cansancio y casi jadeando*.

-El primer pueblo queda a kilómetros de aquí-Mostrandoce seria*

-Lo se, lo peor es que mi grupo turístico me dejo. ¿Como es que estas aquí?, es tarde ya oscurecerá.

-Yo vivo aquí* señalando sin reacción aparente*.

-¿Enserio? y vives cerca de aquí ¿o?

-Claro, si quieres puedes venir conmigo.

-Muchas gracias, cuando regrese al pueblo te lo compensare.

Caminaron los minutos del rió hacia la casa de Josephenet, y ella solo podía pensar en  sus espectaculares expresiones, jamas vio a nadie tan sorprendido de ver a alguien, le excitaba el solo pensar en como ella se vería con esa misma expresión en el rostro, los dos en silencio llegaron a la casa de Josephenet y hasta entonces solo pensaba en darle asilo al perdido y que se fuera.


El rostro sin expresionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora