No estaba seguro cuántos golpes fueron, solo que vio rojo, y lo siguiente que sintió fueron sus nudillos golpeando costillas y otras partes de un cuerpo, la multitud entusiasmada y el olor a sangre que llenó cada recoveco de aquel lugar.
Agitado observó como su contrincante yacía inmóvil sobre la lona azul. Gabriel no podía llevar suficiente aire a sus pulmones y la ira solo empeoraba todo, se sentía frustrado, y tan enojado, que incluso luego de bajar del ring, siguió viendo rojo.
En los vestuarios de ese lugar horrible escuchó a su socio y amigo, Fausto, decir algo, sonaba a una reprimenda o quizás solo era que Gabriel estaba tan susceptible que cualquier cosa que le dijeran parecía ser para frustrarlo y enojarlo más.
—Lo entendí a la primera ¿Podés callarte? —gruñó sacándose los vendajes que protegían sus manos.
—Gabriel, casi matas a ese tipo, sabes bien que el Tano no se banca esas cagadas —habló alto y claro su amigo.
—Vos y el Tano se pueden ir a la mierda —farfullo mientras limpiaba los restos de sangre que le había manchado los brazos. No se había mirado en el espejo pero podía jurar que tenía algunas gotitas esparcidas en la cara.
—Nunca más ¿Me escuchaste? —le dijo Fausto, y recién cuando Gabriel asintió, se fue. Dejándolo solo en ese vestuario que olía a humedad, sudor y algo que era mejor no averiguarlo por su bien y el de su estómago.
Suspiró frustrado dejándose caer en una silla, respirando con mayor facilidad, de a poco el rojo que sentía y hasta veía, se fue dispersando, junto con la adrenalina, lo que solo le causó una cansancio enorme. Y ganas de llorar.
Lleno sus pulmones de aire, intentando no pensar mucho más en eso. Ya se había cobrado, ahora podía estar tranquilo y seguir con lo suyo. Seguro el Tano no iba a dejar que peleará unas cuantas semanas, pero cuando viera que sin Gabriel el público se aburría y se iba, lo dejaría subir de nuevo al ring. No era la primera vez que se pasaba en una pelea, todos sus contrincantes eran testigos de la fuerza y el temperamento que él manejaba. Sin embargo, ese día había cruzado su propio límite, quizás eran los meses de enojo e ir acumulandolos, la frustración de no poder vengarse, o solo el sentido de justicia que siempre golpeaba en Gabriel más fuerte que sus puños.
—Lo que hago por vos —murmuro. Solo el eco de su voz fue lo que recibió como respuesta.
Harto de ese sitio inmundo, se cambió y salió de allí. Tendría tiempo para ducharse en la comodidad de su propio baño.
Cuando llegó a su departamento, se sacó la ropa sudada y se metió a la ducha, dejó que el agua se llevará los restos de aquel día. Después de meses, por primera vez, pudo suspirar tranquilo, algo parecido a la paz le inundó el pecho, y con el agua corriendo sobre su cabeza, se permitió llorar. Lloró, dejando salir toda la bronca y el dolor de su pecho, el alivio que sintió fue lo que le prohibió sentirse culpable por la paliza que le había dado al tipo.
"Se lo merecía, Gabi" casi podía escuchar la voz de su mejor amiga, ella le daría la razón, y eso lo calmó aún más.
Después de terminar de ducharse, y dejar que el agua se llevará por el drenaje todo su dolor, salió del baño y a duras penas se vistió antes de caer sobre la cama, totalmente derrotado y cansado. Se durmió en cuestión de segundos.
Luego de esa noche fatal, pasaron dos semanas, tal como Gabriel había sospechado, antes de que el Tano lo dejara volver a pelear. Eran días difíciles y no se podía permitir perder a uno de sus mejores pibes, todos sabían del talento de Gabriel y era uno de los pocos que generaban tanto revuelo en esas luchas clandestinas donde lo único que el público esperaba era poder cobrar sus apuestas.
Él estaba bien con eso, lo había hecho durante tanto tiempo que ni siquiera podía pensar en otra cosa que no fuera boxear. Podía escuchar la voz de su madre diciéndole que estudiara una carrera, y detrás la risa escéptica de su padre que solo sabía burlarse y ridiculizarlo. Pero eso era el pasado y Gabriel había aprendido hacía mucho a ignorar esa parte de sí mismo. Esa donde tenía una familia.
La noche que volvió al ring estaba demasiado calurosa, el ambiente dentro de ese sitio era húmedo y apretado, los cuerpos se amontonaban, haciendo que el griterío se escuchará más fuerte y cerrado. Como siempre, los ignoró y se concentró en acabar la última pelea que le quedaba. Había vencido a dos, los cuales fueron fáciles y descartables. Gabriel seguía intacto y fuerte, no le dolía ninguna parte en especial, los golpes que había recibido solo le dejaron una leve molestia, nada que hielo y un Ibuprofeno no sacarán.
En cuanto su contrincante subió e hicieron las presentaciones debidas, el desconectó su mente y comenzó a golpear, concentrándose en terminar todo lo más rápido posible. Odiaba muchísimo el calor, y el olor a humedad mezclándose con el humo de los cigarrillos, el alcohol y toda esa masa de cuerpos sudados.
Gruñendo, le dio un golpe en las costillas al tipo flaco que tenía en frente, este se desestabilizó lo que lo ayudó a Gabriel a dar otro par de puñetazos, realmente nunca recuerda donde golpea a los otros, es cuestión de instinto y él se guía solo por eso.
Entonces pidieron tiempo, para que el pibe tomará agua e intentará volver a pelear. Gabriel se dejó caer sobre un banco colocado a un costado del ring, Fausto le estaba gritando órdenes pero él seguía aturdido por ese clima horrible.
Tomó un sorbo de agua, intentando apaciguar su malestar, Gabriel enojado no era bueno. Pero Gabriel enojado, con calor y al borde de explotar, era una combinación que resultaba peor que cualquier otra, y eso sí que nadie quería ver. Solo le faltaba un grito más, una risa pesada de algún tipo mugroso del público o volver a respirar ese olor rancio que bañaba de forma permanente todo alrededor para que entrara en ebullición.
Y de repente, lo vio. Parado en le entrada, donde detrás se podía observar el exterior, con la noche limpia y fresca, tan diferente a ese interior inmundo.
Gabriel se descolocó un poco ante la presencia de aquel chico, no encajaba allí, ni sus ojos, ni su ropa, nada del él parecía real y menos ahí, rodeado de humo y humedad.
No pudo apartar sus ojos incluso cuando subió al ring y la pelea siguió, esquivó los puños de su contrincante, sin embargo la distracción castaña parada en la entrada fue mucho para su estabilidad.
Se mereció el golpe que se estampó contra su mejilla, estaba atontado y encandilado por culpa de ese ángel que estaba solo mirando la pelea, sin entrar por completo al sitio, pero sin irse.
—¡Gabi! —grito Fausto, su voz destacándose sobre la de los demás.
Él solo pudo girar el rostro y devolverle no uno, sino todos los puñetazos que pudo dar. Estaba viendo rojo otra vez, ese pendejo había sido el culpable de que recibiera el único golpe que le iba a doler a la mañana siguiente.
La multitud aulló.
Gabriel goleó con más fuerza.
Su mejilla volvió a latir, justo donde lo había golpeado, seguramente poniéndose lila con cada minuto que pasaba.
Al final bastaron otro par de golpes y el tipo quedó destruido. El alivio que le inundó el pecho al rizado fue maravilloso, mezclándose con la adrenalina y dejando atrás el enojo.
Miró de reojo esperando que el chico ya no estuviera en la entrada. Deseando que se tratara de una alucinación, producto del calor sofocante que lo rodeaba.
Pero como todo en su vida, no pasó como él quería.
El pibe seguía ahí, estático, con sus iris marrones clavadas en sus ojos verdes. Una leve sonrisa decoró sus labios rosados, y Gabriel no pudo evitar devolverle el gesto.
Quería seguir observándolo pero unos cuantos conocidos lo rodearon, para abrazarlo y felicitarlo. Tuvo que apartar su vista, lejos del chico, no pudo volver a mirarlo cuando fue arrastrado a los vestidores.
Entre risas, charlas y cervezas, se había olvidado de los ojos marrones y el cabello castaño.
Gabriel se sentía bien, era la primera pelea, que después de meses, se sentía como un triunfo, y no como una obligación. Extrañaba la sensación de sentirse invencible, aunque fuera allí, en un lugar tan feo, rodeado de gente de la cual no sabía sus nombres y cobrando una comisión tan baja que si no fuera porque realmente le gustaba boxear, habría abandonado todo hacía rato.
De a poco, todo fue cesando hasta que solo quedaron él y Fausto. Este le palmeó la espalda, le dio su parte del dinero y desapareció. Gabriel se guardó la plata, acomodó su bolso y salió de allí pensando en qué se merecía comer algo rico y sustentoso, quizás una hamburguesa o esas milanesas que vendían en el bar cerca de su departamento.
Sus planes se vieron truncados cuando a la salida del lugar, apoyado en su auto, el ángel castaño lo esperaba con los brazos cruzados. Parecía distraído, mirando al suelo y murmurando en voz baja. El rizado quería acercarse, pero de repente sintió miedo, ese tipo conocía cual era su auto y se había quedado esperándolo.
Gabriel se aclaró la garganta mientras se acercaba con pasos sigilosos.
Ojos marrones se clavaron en él. La misma sonrisa de antes floreció en los labios del desconocido.
—¿Gabriel? —susurró. Su voz era suave, se sintió como una caricia en los oídos del rizado.
—¿Vos sos? —la desconfianza podía ganarle a una cara bonita.
—Renato —dijo con seguridad, alejándose un poco del auto de Gabriel y acercándose a él. —Hermano de Clara —agregó, con los ojos un poco brillosos.
Gabriel no supo que decir, escuchar el nombre de su mejor amiga se sentía como una puñalada. Una que le había dejado una cicatriz que no sanaba, que dolía y supuraba, siempre ahí, como un recordatorio contante de todo lo que había pasado.
—Cuando ella te nombraba te describía como un nene —se permitió darle una larga mirada evaluadora. Sin dudas Renato no era ningún pibito.
El castaño se rió y fue ahí cuando Gabriel notó la primera semejanza con Clara, ambos sonreían de la misma forma. Tenían los mismo hoyuelos.
Le dolió el pecho.
—Para ella siempre fui su bebé —la voz se le quebró un poco y alejó sus ojos de Gabriel, este estaba seguro que los vio brillosos.
—Te amaba más que a nadie —era un consuelo triste, pero él no era bueno en esas situaciones. No podía sostener ni su propia angustia.
—A vos también te quería mucho, siempre me contaba todo lo que hacían juntos —sonrió cálido, y luego se rascó la nuca, de repente parecía incómodo. —Solo quería decirte gracias, me enteré que cagaste a palos al gil de Pablo.
El mayor lo observó en silencio. Sin saber que decir, realmente no sé arrepentia de haber molido a golpes a ese enfermo, si lo hubieran dejado un rato más, seguramente lo mataba y ni siquiera pensando eso sintió culpa, lo que lo hacía sentir igual a ese tipo, tan desalmado y destructivo.
—Se merece más que eso —continuó el castaño, aún lucía tenso. —Pero toda la mierda le va volver de a poco, solo va a pagar todo lo que le hizo a Clara —escupió, de repente con las mejillas sonrojadas, Gabriel estaba seguro que era por la bronca acumulada.
—Eso seguro, las mierdas como él a la larga tienen su merecido —murmuró el rizado, con una extraña necesidad cosquillandole los brazos. Quería que ese chico dejará de lucir enojado y dolido. Quizás porque era el hermano de Clara, o porque su parecido lo hacía despertar el mismo instinto protector que tenía alrededor de su mejor amiga. —¿Ahora vivís acá? Clara me dijo que estabas en el sur —intentó cambiar de tema por el bien de los dos.
—Si, después de lo que pasó decidí volver, no se bien para qué, solo que donde estaba ya no se sentía como mi casa —murmuró distraído.
Gabriel observó en silencio al chico, parecía triste y perdido, al igual que él. Lo que lo hizo sentir un poco cercano al otro, ambos compartían el mismo dolor y eso, aunque no era bueno, se sentía mejor que estar solo con tantas cosas.
—Entiendo, a veces suelo sentirme así —le sonrió conciliador. —Estaba yendo a comer ¿Querés acompañarme? — Se sonrojó al escuchar sus palabras. —Digo, si no tenés otra cosa que hacer —intentó arreglarlo, sin embargo, Renato estaba sonriendo de la misma forma que antes, cuando lo vio por primera vez parado en la entrada del lugar donde boxeaba.
—Dale, me gustaría conocer al mejor amigo de mi hermana —le guiñó un ojo y esa fue la primera vez que Gabriel sintió que Renato era una fuerza enorme, una que podía arrastrarlo y desarmarlo en segundos.
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Último Golpe || Quallicchio ||
FanfictionGabriel es boxeador y está triste. Renato es un espíritu libre, también está triste. Ellos se encuentran.