Aviso: sexo explícito.
Los latidos del corazón de Agoney golpean su pecho con tanta intensidad que siente que en cualquier momento se va a desmayar.
Sentado en la cama del hotel pasa sus manos por sus piernas recién depiladas, untando crema sobre ellas para devolverles la suavidad que la cuchilla les ha arrebatado.
Solo queda media hora para que Raoul llegue, es perfectamente consciente de que es lo que le deparaba esa noche, y teme no estar a la altura.
Va a notar que es mi primera vez. Se dice a sí mismo, sintiéndose presa del miedo.
Agoney nunca ha querido mantener una relación sexual con nadie, porque siempre ha sido fiel a su principio de que para tener sexo necesita sentir cosas, y él no se había enamorado hasta entonces.
Con los nervios a flor de piel abre el armario para pensar cuál es la vestimenta más adecuado para recibir a Raoul, decantándose finalmente por un pantalón de chándal largo, a sabiendas de que con él, cualquier movimiento del catalán cuando estuviese sentado sobre su cuerpo besándole se sentiría más.
Coge también una camiseta de manga corta y se mete en el baño para terminar de arreglarse, decidiendo en el último momento que maquillarse los ojos es una buena opción, porque sabe como le pone eso a Raoul.
Cuando ya está listo, aún quedan unos quince minutos para que su novio llegue, así se tumba sobre la cama y con la mirada perdida en el techo comienza a deslizar las manos por su cuerpo, tratando de ponerse cachondo para que la timidez no le venza cuando Raoul llegue.
Mete las manos por dentro de su camiseta, acariciando con sus uñas toda la superficie del abdomen y el torso, presionando levemente sus pezones con los dedos y consiguiendo que toda la piel se le erice.
Baja una de sus manos a su entrepierna, acariciándola levemente y con suavidad por encima del pantalón. Quiere ponerse cachondo pero bajo ningún concepto llegar al límite, eso lo reservaba para Raoul.
No sabe cuánto tiempo lleva deleitandose en el creciente bulto que ocultan sus pantalones cuando el ruido de unos nudillos sobre la puerta le saca de su ensimismamiento.
Se recoloca su evidente erección como puede y se levanta de forma torpe a abrir la puerta, sintiéndose menos nervioso que antes por el calentón.
-Hola moreno. - Los ojos de Raoul recorren todo su cuerpo, desde su pelo alborotado hasta su entrepierna, donde se detiene más de lo necesario con una sonrisa en los labios. - Ya veo que no has perdido el tiempo.
La boca del canario se abre ligeramente, exhalando el aire que sus pulmones han retenido sin su permiso, y mira, con las pupilas dilatadas por el deseo, el rostro del chico que tiene enfrente.
-Necesitaba desinhibirme un poco. - Las palabras salen de su boca teñidas por una voz ronca, que consigue despertar la libido del catalán. - ¿Comemos algo? Podemos pedir que nos lo suban aquí.
Agoney está nervioso y siente la necesidad de alargar el momento al menos un poco, para poder mentalizarse.
-Claro, me apetece algo dulce. ¿Dónde está la carta?
El canario, que se había sentado en el borde de la cama, estira el brazo y coge de la mesilla la carta de tartas y demás postres que reposa en ella par dársela a Raoul.
El catalán la examina, buscando algo que le llame la atención, y cuando da con la idea perfecta cierra la carta con una sonrisa en los labios.
-Voy a pedir dos platos de profiteroles de nata. - Sentencia.